/ miércoles 11 de septiembre de 2024

Tinta para un Atabal

Foto: EFE

Guadalupe Mora Reyna / Colaboradora Diario de Querétaro

Durante los últimos 20 años se ha especulado mucho al respecto de cómo diferentes herramientas de diseño y de generación de imagen se han integrado a las artes escénicas, observando como resultado tanto experiencias poéticas como fracasos rotundos.

Tal es el caso de la intervención escénica con video proyecciones, sobre escenografía o cuerpos humanos. En ocasiones, las y los creadores de aquellos montajes hacían muy buen trabajo de mesa y experimentación para lograr que las video proyecciones sumaran la poesía necesaria. Sin embargo, hay otros intentos menos afortunados en los que esta herramienta estaba incluida de manera forzada y no aportaba nada más que la sorpresa de su uso.

Pero existen otros experimentos mucho más osados y quiero hablar de uno de ellos.

Han pasado ya dieciséis años del estreno en México de Los Ciegos. Fantasmagoría tecnológica, de los creadores escénicos canadienses Denis Marleau y Stephanie Jasmin, de la compañía UBU Theatre. Participaron en el Festival Internacional de Escena Contemporánea Transversales de 2008. La obra del belga Maurice Maeterlinck (1862-1949), escrita en 1890, plantea la situación de un grupo de ciegos perdidos en un bosque que esperan la llegada de un guía que los llevará a un refugio, sin saber que dicho guía yace muerto muy cerca de ellos. El grupo diserta sobre la soledad del ser humano y el sinsentido de la existencia.

La compañía UBU Theatre se propuso realizar un proyecto desafiante que además diera continuidad a una búsqueda del autor en aquellos años: prescindir de los actores y acceder a algo más parecido a las estatuas o proyecciones. En un espacio totalmente oscuro iban emergiendo doce rostros humanos que pasaban toda la pieza en disertaciones existenciales. Al final, con luz de sala, nos dábamos cuenta que se realizaban proyecciones sobre máscaras en 3D que generaban una ambigüedad inquietante a nivel de la presencia del personaje y, por tanto, del actor. Es decir, no había actores de cuerpo presente en el escenario.

Querido lector, sé que esto ha generado descontento en ti; sin embargo, el contexto de Maeterlinck no dista mucho del nuestro y te diré por qué.

Sucede que a finales del siglo XIX y principios del XX, la revolución industrial y la aparición del cinematógrafo habían generado una especie de desesperanza y de cuestionamiento del sentido de la existencia humana, ya que las máquinas estaban reemplazando la mano de obra y el cinematógrafo la presencia del artista en las carpas y teatros. Las maravillas que podían lograrse mediante la “nueva tecnología” disparaba la imaginación de los directores de teatro, magos, adivinos y dueños de teatros de barrio. Actos de ilusionismo, mediante técnicas alquímicas o mecanismos que ponían en cuestión el sentido de la incursión del artista en escena, son algunos ejemplos.

A ese respecto, Maeterlinck se preguntaba en su obra Los ciegos: “¿El ser humano será reemplazado por una sombra, una proyección de formas simbólicas o un ser que tenga la apariencia de vida sin estar con vida?” : ¡Vaya cuestionamiento de 1890!

Hoy, las discusiones sobre si las “nuevas tecnologías” y las inteligencias artificiales reemplazarán a las personas en cuestiones laborales y de creación artística, sigue vigente. Por ejemplo, la huelga de guionistas de cine en Estados Unidos desencadenada por malas condiciones laborales pero principalmente porque se estaba usando inteligencia artificial para hacer guiones o para replicar el trabajo de los escritores. ¿Dónde queda la noción de trabajo, de trabajador, de artista y de autoría?

Otro ejemplo que me parece que ha sido positivo es la aparición de plataformas de streaming como Youtube, Skype, Google meet, Streamyard, etc., que nos han ayudado a acortar distancias entre personas de diversas latitudes del mundo, a enterarnos de lo que sucede, en tiempo real, en un país que está a diez mil kilómetros. El aspecto que podría ser cuestionable es que con el uso indiscriminado de la herramienta se sustituye la presencialidad, hay cada vez menos contacto humano directo y más comunicación mediada por máquinas.

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Cuando llegó la contingencia sanitaria por Covid 19 la gran mayoría de las prácticas artistas no estaba preparada para trasladar lenguajes tan particulares a un espacio de homologación de la imagen y el soporte. Sucedieron múltiples experimentaciones para poder comunicar la obra teatral, desde grabar en toma abierta y fija, poner varias cámaras en diferentes ángulos hasta poner a los actores frente a una computadora a interpretar el texto de la obra. Con ello vino el debate de si lo que se estaba haciendo era cine o no. En fin, son charlas pendientes que la comunidad de artes escénicas tiene que abordar para poder generar posturas críticas al respecto.

Volviendo al caso de Los ciegos, el director respondía a los cuestionamientos que le hacían por haber “prescindido de actores reales”. Él planteaba que trabajó con dos actores arduamente para que se concentraran en el texto, en las palabras y muy poco en el movimiento corporal. Posteriormente los grabó y reprodujo sus rostros doce veces, sobre las máscaras montadas en pedestales, esto como una manera de reinterpretar el deseo de Maeterlink y de llevar al límite el mensaje de la obra. Es decir, sí estaba incluida la presencia de los actores en el proyecto, ya que eran sus rostros y sus voces, medidos por una técnica de inteligencia artificial, los que que permitían metaforizar la desesperanza, la soledad y el sentido de la existencia.

Durante los últimos 20 años se ha especulado mucho al respecto de cómo diferentes herramientas de diseño y de generación de imagen se han integrado a las artes escénicas, observando como resultado tanto experiencias poéticas como fracasos rotundos.

Tal es el caso de la intervención escénica con video proyecciones, sobre escenografía o cuerpos humanos. En ocasiones, las y los creadores de aquellos montajes hacían muy buen trabajo de mesa y experimentación para lograr que las video proyecciones sumaran la poesía necesaria. Sin embargo, hay otros intentos menos afortunados en los que esta herramienta estaba incluida de manera forzada y no aportaba nada más que la sorpresa de su uso.

Pero existen otros experimentos mucho más osados y quiero hablar de uno de ellos.

Han pasado ya dieciséis años del estreno en México de Los Ciegos. Fantasmagoría tecnológica, de los creadores escénicos canadienses Denis Marleau y Stephanie Jasmin, de la compañía UBU Theatre. Participaron en el Festival Internacional de Escena Contemporánea Transversales de 2008. La obra del belga Maurice Maeterlinck (1862-1949), escrita en 1890, plantea la situación de un grupo de ciegos perdidos en un bosque que esperan la llegada de un guía que los llevará a un refugio, sin saber que dicho guía yace muerto muy cerca de ellos. El grupo diserta sobre la soledad del ser humano y el sinsentido de la existencia.

La compañía UBU Theatre se propuso realizar un proyecto desafiante que además diera continuidad a una búsqueda del autor en aquellos años: prescindir de los actores y acceder a algo más parecido a las estatuas o proyecciones. En un espacio totalmente oscuro iban emergiendo doce rostros humanos que pasaban toda la pieza en disertaciones existenciales. Al final, con luz de sala, nos dábamos cuenta que se realizaban proyecciones sobre máscaras en 3D que generaban una ambigüedad inquietante a nivel de la presencia del personaje y, por tanto, del actor. Es decir, no había actores de cuerpo presente en el escenario.

Querido lector, sé que esto ha generado descontento en ti; sin embargo, el contexto de Maeterlinck no dista mucho del nuestro y te diré por qué.

Sucede que a finales del siglo XIX y principios del XX, la revolución industrial y la aparición del cinematógrafo habían generado una especie de desesperanza y de cuestionamiento del sentido de la existencia humana, ya que las máquinas estaban reemplazando la mano de obra y el cinematógrafo la presencia del artista en las carpas y teatros. Las maravillas que podían lograrse mediante la “nueva tecnología” disparaba la imaginación de los directores de teatro, magos, adivinos y dueños de teatros de barrio. Actos de ilusionismo, mediante técnicas alquímicas o mecanismos que ponían en cuestión el sentido de la incursión del artista en escena, son algunos ejemplos.

A ese respecto, Maeterlinck se preguntaba en su obra Los ciegos: “¿El ser humano será reemplazado por una sombra, una proyección de formas simbólicas o un ser que tenga la apariencia de vida sin estar con vida?” : ¡Vaya cuestionamiento de 1890!

Hoy, las discusiones sobre si las “nuevas tecnologías” y las inteligencias artificiales reemplazarán a las personas en cuestiones laborales y de creación artística, sigue vigente. Por ejemplo, la huelga de guionistas de cine en Estados Unidos desencadenada por malas condiciones laborales pero principalmente porque se estaba usando inteligencia artificial para hacer guiones o para replicar el trabajo de los escritores. ¿Dónde queda la noción de trabajo, de trabajador, de artista y de autoría?

Otro ejemplo que me parece que ha sido positivo es la aparición de plataformas de streaming como Youtube, Skype, Google meet, Streamyard, etc., que nos han ayudado a acortar distancias entre personas de diversas latitudes del mundo, a enterarnos de lo que sucede, en tiempo real, en un país que está a diez mil kilómetros. El aspecto que podría ser cuestionable es que con el uso indiscriminado de la herramienta se sustituye la presencialidad, hay cada vez menos contacto humano directo y más comunicación mediada por máquinas.

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Cuando llegó la contingencia sanitaria por Covid 19 la gran mayoría de las prácticas artistas no estaba preparada para trasladar lenguajes tan particulares a un espacio de homologación de la imagen y el soporte. Sucedieron múltiples experimentaciones para poder comunicar la obra teatral, desde grabar en toma abierta y fija, poner varias cámaras en diferentes ángulos hasta poner a los actores frente a una computadora a interpretar el texto de la obra. Con ello vino el debate de si lo que se estaba haciendo era cine o no. En fin, son charlas pendientes que la comunidad de artes escénicas tiene que abordar para poder generar posturas críticas al respecto.

Volviendo al caso de Los ciegos, el director respondía a los cuestionamientos que le hacían por haber “prescindido de actores reales”. Él planteaba que trabajó con dos actores arduamente para que se concentraran en el texto, en las palabras y muy poco en el movimiento corporal. Posteriormente los grabó y reprodujo sus rostros doce veces, sobre las máscaras montadas en pedestales, esto como una manera de reinterpretar el deseo de Maeterlink y de llevar al límite el mensaje de la obra. Es decir, sí estaba incluida la presencia de los actores en el proyecto, ya que eran sus rostros y sus voces, medidos por una técnica de inteligencia artificial, los que que permitían metaforizar la desesperanza, la soledad y el sentido de la existencia.

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