Viengsay Valdés: equilibrio entre el tiempo y la danza (+Fotos)

Autor: Administrador

CAMAGÜEY.- El murmullo en el Teatro Principal crecía a medida que el público tomaba asiento. No era solo la expectativa por la gala, sino la curiosidad de ver a una mujer de 48 años que dejó los escenarios por la maternidad y ha vuelto con el peso de su propia leyenda. Porque Viengsay Valdés no es solo una bailarina excepcional, es un símbolo. Su fama por los equilibrios y balances extremos la precede, y verla aquí, ahora, suspendida sobre un pie en un silencio absoluto, es un instante inenarrable. La danza, cuando se convierte en milagro, no necesita palabras.

Treinta años de carrera no son solo una medida del tiempo, sino del arte, la disciplina y la evolución de una bailarina que desafió los estándares tradicionales. Porque, en realidad, Viengsay no debía estar allí. Su fisonomía no respondía al ideal filiforme del ballet clásico. No tenía grandes extensiones ni un pie privilegiado. No era la bailarina predestinada. Lo que tenía era otra cosa: una voluntad de hierro. Fue esa determinación la que la llevó a trabajar incansablemente en la rotación de sus pies, a repetir cada movimiento hasta domar su cerebro, hasta convertir la corrección en instinto y la precisión en naturalidad. Como cuenta en su biografía De acero y nube, escrita por Carlos Tablada, la repetición y la disciplina fueron su mayor aprendizaje.

La función comenzó con Mi vida… El Ballet, de Svetlana Ballester. No podía ser de otra forma. No podía comenzar sin música en vivo, sin piano y sin violín, porque eso es lo humano, y la danza es un arte humano. Emergió desde el público, reencontrándose con sus grandes personajes: Diana,Carmen, Lucía Jerez, Odette-Odile, Swanilda, Giselle. No los representaba, sino que ellos la habitaban a ella, en gestos y movimientos que son ya parte de su ADN escénico. La acompañaron la pianista Idalgel Marquetti y la violinista Alianne Ramos, tejiendo la música de su historia.

Luego, Non, je ne regrette rien, donde Viengsay encarnó a Édith Piaf en un solo de Ben van Cauwenbergh. Un instante de profunda emotividad que contrastó con la majestuosidad de La bella durmiente del bosque, donde fue la Princesa Aurora. Y en el Adagio de la rosa, compartió escena con cuatro niñas de la Academia Vicentina de la Torre: Camila Torres Filgueiras, Elizabeth Isaac Pochet, Beatriz Pérez Saladrigas y Ana Laura Ruiz Vázquez. Un gesto que no es menor. Si alguien sabe del peso de la tradición y de romperla, es ella. Esas niñas, al verla, entienden que hay otros caminos posibles.

La versatilidad del programa se evidenció con Después del diluvio, de Alberto Méndez, una pieza donde el cuerpo de baile se convirtió en una manifestación plástica del imaginario coreográfico. Luego, Loss, de Ricardo Amarante, volvió sobre Piaf, pero esta vez en un pas de deux junto a Ányelo Montero, con Marquetti al piano. Esta obra es, además, un testimonio de la misión de Valdés como directora: enriquecer el repertorio del Ballet Nacional de Cuba. Y si bien se estrenó en 2019, ella la interpretó por primera vez en 2023, como parte de su regreso tras la maternidad.

El segundo acto de la gala se adentró en el virtuosismo con fragmentos de Don Quijote, en particular la Seguidilla y el Grand pas de deux del tercer acto, con el primer bailarín Dani Hernández como Basilio. En este momento, el público pudo volver a admirar lo que la hizo legendaria: sus equilibrios imposibles, sus fouettés inmóviles. Giros que no ceden, que no tambalean.

Porque si algo la distingue, además de su impresionante control, es la precisión. La suavidad de sus manos, sí, pero la precisión del giro. Nada es azaroso en su técnica. Todo está memorizado, calculado, interiorizado.

Pero antes de ser bailarina, fue gimnasta. Y su primera medalla la ganó en Camagüey, no en un escenario, sino en un tapiz. Mucho antes de que su nombre apareciera en los programas de mano del ballet, ella aprendía a desafiar el cuerpo en otra disciplina. Quizá por eso nunca aceptó un “no se puede” como respuesta.

Más allá de la función, la mañana previa en el teatro permitió ver a una artista incansable. Desde los ejercicios en el tabloncillo hasta la clase compartida con Anette Delgado y Grettel Morejón, Viengsay demostró que la excelencia es fruto de una preparación rigurosa. Incluso cuando un apagón interrumpió la sesión, la clase continuó con la música de un piano antiguo y la luz natural filtrándose por un ventanal. Persistencia, adaptación, arte en su forma más pura.

El reconocimiento a su trayectoria no se limitó a la ovación del público. Instituciones culturales le entregaron distinciones, el gobierno municipal la honró como Huésped Ilustre y, entre los gestos más conmovedores, recibió una réplica del Teatro Principal que en febrero cumplió 175 años y un retrato de la pintora Ileana Sánchez.

La memoria histórica también quedó inscrita en el programa de mano, que ubicó su nombre junto a los de Alicia, Fernando y Alberto Alonso, un recordatorio de la continuidad de una tradición que ella misma ha sabido reinventar.

Además, desde el tributo fílmico se destacó la presencia de su fisioterapeuta Miguel Capote, una figura imprescindible en su carrera, cuyo conocimiento profundo del cuerpo ha sido clave para prolongar su vida artística.

Fernando Alonso (1914-2013) reconoció en Viengsay una capacidad única de hacer suyos los personajes, afirmando que “no representa un personaje, sino que el personaje lo convierte en ella”. Su admiración por la bailarina lo llevó a confesar: “Cuando Viengsay baila en La Habana, pues yo me parto el alma para no perdérmela”.

Este regreso del Ballet Nacional de Cuba a Camagüey, luego de 15 años de ausencia —aunque Sadaise Arencibia y Raúl Abreu vinieran en el 2017 como pareja invitada—, cobra un significado especial en una ciudad donde Fernando Alonso llevó al Ballet de Camagüey a planos estelares. Además, se recordó un hito en la carrera de Viengsay: su interpretación junto a Víctor Gilí de Giselle en este mismo teatro en 2002, invitada por la compañía camagüeyana. Desde entonces no bailaba para el público camagüeyano.

Y cuando parecía que todo estaba dicho, el crítico Ahmed Piñeiro, encargado de prensa del Ballet Nacional, reveló que para la última función en Camagüey este domingo, como muestra de gratitud ante tantas muestras de cariño, Viengsay decidió incluir Loss. Un gesto de amor, de entrega, de conexión con el público. Porque la danza, como ella la concibe, es un acto de generosidad.

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