Doce horas de espera. Es el tiempo que amigos, familiares y dos de los hijos de Marisa Villaquirán esperaron frente a la puerta de una de las iglesias evangélicas de Miranda de Ebro (Burgos) a que algún investigador les diese la noticia: hemos encontrado el cadáver de vuestra madre. Creen que su asesino, exmarido y maltratador, la emparedó entre los muros de aquella Iglesia. “Llevo veinte años esperando este momento”, comentaba uno de sus hijos a una de las policías presentes en la inspección. No fue posible. Veinte años después de la desaparición y asesinato de su madre, los hermanos marcharon a casa con las mismas noticias sobre el paradero de los restos de su madre que hasta la fecha: ninguna.
Maltratada, secuestrada y asesinada
Su madre fue agredida y forzada a subir a un coche el 7 de diciembre de 2004, cuando esos hijos que este jueves pasado esperaban ante la puerta de una iglesia, eran solo chavales. Niños. El pequeño de los hermanos tenía 3 años entonces. Ese 7 de diciembre, Marisa no regresó a casa. Nunca más lo haría: sus cuatro hijos quedaron huérfanos de madre.
Su exmarido, Rafael Gabarri, a quien la mujer de 38 años había denunciado meses antes por malos tratos, la raptó y la detuvo ilegalmente con la ayuda de un conocido del pueblo. Nunca confesó su asesinato y tampoco el paradero de Marisa, así que nunca se le pudo juzgar como asesino, a pesar de que las investigaciones policiales concluyeron que a Marisa la mataron. Sin cuerpo, no hay delito. Sin cuerpo, en definitiva, no hay asesinato. Así es la ley.
Indignación popular: el movimiento feminista fue clave para condenar a Gabarri
Testigos de aquel momento, que prestaron declaración dos años más tarde durante el juicio celebrado por la desaparición de Marisa, aseguraron “sin ningún tipo de duda” ver cómo Gabarri forzó a Marisa a subirse a un coche cuando ella terminaba su turno laboral limpiando un portal de una vivienda de Miranda de Ebro. “Estaba constantemente vigilada y acosada por su exmarido. La perseguía.”, fue una de las declaraciones. Gabarri era su maltratador. Lo había sido durante años. Por eso Marisa, con el apoyo del pueblo, le denunció. Hacerlo le costó la vida.
La indignación por secuestro de Marisa fue popular. Durante los primeros años desde su desaparición, el pueblo envolvió con carteles muros y paredes de sus calles. Todo ellos rezaban siempre la misma pregunta: “¿Dónde está Marisa?”. Hubo incluso alguna valiente, feministas del grupo ‘Mujeres en la Calle’, que dio un paso más y amplió el mensaje de esos carteles: “¿Dónde está Marisa? Secuestrada violentamente en la calle por su exmarido, Rafael Gabarri.”
En aquellos primeros años del nuevo siglo, recién aprobada la ley Integral contra la Violencia de Género, denunciar públicamente la violencia machista y a los hombres maltratadores era de valientes. Eso es así. Y más aún señalar con nombre y apellidos al maltratador en cuestión. El pueblo se unió con el fin de dar respuesta a los cuatro hijos de Marisa y de condenar al agresor. Esas movilizaciones permitieron que durante dos años los cuerpos de seguridad del Estado no olvidaran el caso de Marisa. Por eso, en 2006, su maltratador fue condenado por detención ilegal de personas y por violencia en el ámbito familiar – el 7 de diciembre de 2004 aún no se contemplaban los delitos por violencia machista- a 14 años y 4 meses de prisión.
¿Dónde está Marisa?
El cuerpo de Marisa nunca fue encontrado. Su asesino, calificación que los propios investigadores del caso hicieron sobre Gabarri, hoy pasea libre por la calle. En 2021 finalizó su condena por el secuestro de Marisa. No ha vuelto a ponerse en contacto con la familia de la víctima. Una llamada telefónica anónima a la Policía Nacional hace unos meses, aseguran fuentes de la investigación, alertó del posible paradero de los restos de Marisa. Lo situaron entre las paredes de la iglesia evangélica del casco antiguo de Miranda de Ebro. Justo la misma iglesia que comparte finca con una propiedad de la familia Gabarri.
Aquel año 2004 entre iglesia y vivienda se llevaron a cabo unas obras: los padres de Gabarri, que también estuvieron imputados por la posible involucración en la desaparición y asesinato de Marisa, vendieron una parte de su terreno a esta iglesia. Tiraron tabiques y ampliaron el santuario. Fue objeto de investigación ya entonces. Sospechaban que allí podrían haber escondido a Marisa. Sin éxito en la búsqueda, cerraron el caso. Este jueves pasado, un dispositivo mucho más amplio que el de hace veinte años, volvió a intentarlo. Sin éxito, de nuevo. El padre de Gabarri, presente en la inspección al ser citado por la jueza a cargo de la causa, no medió palabra. Acto de presencia por obligación.
Los Gabarri: encubrir a un maltratador
Su familia nunca aceptó que Gabarri fuese un maltratador, a pesar de que él cumplió una doble condena por esos malos tratos hacia Marisa y hacia su hija en común. Gabarri levantaba la mano a las mujeres de su casa. A Marisa y la niña. No en cambio a sus hijos varones, al menos, no se pudo demostrar. “Su forma de ser”, aseguraron durante las primeras interrogaciones policiales. Un policía, durante el juicio, aseguró que creer “que Rafael y sus padres son conocedores del paradero de Marisa”. Lo encubrieron, creyeron, en el asesinato, y lo encubrieron en el maltrato.
Mientras tanto, la familia Villaquirán vuelve a casa veinte años después sin poder dar, una vez más, sepultura a su madre. Marisa Villaquirán nunca figuró como víctima oficial por asesinato machista en el recuento oficial de mujeres asesinadas en el año 2004… Porque sin cuerpo ni confesión, dice la ley, señoras y señores, no hay asesinato.