El 15 de diciembre, el Papa Francisco participó en la clausura del Congreso “La religiosidad popular en el Mediterráneo”, realizado en el “Palais des Congrès et d’Exposition” de Ajaccio, en la isla de Córcega.
Este evento, que reunió a estudiosos y líderes religiosos de distintos países mediterráneos, se centró en reflexionar sobre el papel de la piedad popular en una región rica en historia, cultura y espiritualidad.
Durante su intervención, el Santo Padre alentó a los presentes a fortalecer su fe, renovar su compromiso con el Evangelio y trabajar unidos por el bien común.
En su discurso, el Papa Francisco destacó la relevancia histórica y cultural del Mediterráneo, descrito como una cuna de civilizaciones.
Recordó cómo esta región ha sido hogar de tradiciones fundamentales como la grecorromana y la judeocristiana, que dieron forma a principios jurídicos, sistemas políticos y una profunda vida religiosa.
Estas raíces, afirmó, siguen siendo esenciales para comprender la identidad de los pueblos mediterráneos, a pesar de los desafíos actuales, como la creciente indiferencia hacia la fe en Europa.
El Pontífice subrayó la importancia de la piedad popular, manifestada en tradiciones como las procesiones, las peregrinaciones y las devociones comunitarias.
Según el Papa, estas expresiones de fe son un tesoro que conecta a las personas con sus raíces espirituales y culturales, además de fomentar una “ciudadanía constructiva”.
Este tipo de ciudadanía, explicó, puede promover la colaboración entre la Iglesia y las instituciones civiles, trabajando juntas por el bienestar social, especialmente de los más vulnerables.
Francisco también animó a los jóvenes a participar más activamente en la vida pública. “Ustedes, los jóvenes, son portadores de ideales y energía que pueden transformar la sociedad”, expresó.
Les instó a no quedarse al margen, sino a involucrarse con pasión y compromiso en la construcción de un futuro más justo y solidario. Asimismo, hizo un llamado a los líderes religiosos y políticos para que se acerquen más a las personas, comprendiendo sus sufrimientos y esperanzas.
Este acercamiento, dijo, es clave para responder de manera efectiva a los desafíos actuales y construir una sociedad basada en el respeto y la dignidad de cada individuo.
El Papa también reflexionó sobre la necesidad de una laicidad saludable, es decir, una separación respetuosa entre lo religioso y lo civil, que permita el diálogo y la colaboración entre ambas esferas.
Según Francisco, esta laicidad no debe ser entendida como un rechazo a la religión, sino como un espacio donde las diferencias puedan convivir en armonía, contribuyendo al bien común.
En este contexto, destacó que la piedad popular puede ser un puente entre lo sagrado y lo secular, fortaleciendo los lazos comunitarios y promoviendo valores como la solidaridad y la justicia.
Durante su intervención, Francisco recordó la singularidad del Mediterráneo como un espacio donde se entrelazan culturas, religiones e historias.
En esta región, dijo, surgió la experiencia religiosa del Dios de Israel, que culminó con la Encarnación de Jesús, el Hijo de Dios. A pesar de que han pasado más de dos mil años desde este acontecimiento, su mensaje sigue siendo actual y necesario.
“En algunos momentos de la historia, la fe cristiana ha dado forma a la vida de los pueblos y sus instituciones. Sin embargo, hoy enfrentamos el desafío de una creciente indiferencia hacia la pregunta sobre Dios, especialmente en Europa”, señaló. Ante esta situación, instó a no caer en juicios simplistas, sino a discernir cómo la fe puede seguir iluminando el presente.
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El Papa concluyó su mensaje encomendando a los participantes del Congreso a la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia. Pidió su intercesión para que este encuentro inspire un compromiso renovado con la fe y el servicio al prójimo.
“Que la piedad popular los impulse a redescubrir las raíces de su fe y a trabajar unidos por el Evangelio y el bien común”, afirmó.
Con este mensaje, el Santo Padre reafirmó la importancia de mantener viva la herencia espiritual del Mediterráneo y de promover una convivencia basada en el diálogo, el respeto y la cooperación.
A través de la piedad popular y el compromiso con los valores cristianos, la región puede seguir siendo un faro de esperanza y solidaridad en el mundo actual.