Era evidente lo que buscaba RTVE al colocar a los humoristas de sesgo servil David Broncano y Lalachus presentando las campanadas de fin de año. Ya fue polémica la llegada del cómico a la cadena, con un contrato de 28 millones de euros por parte de una empresa pública que debe 689 millones, solo para competir con un programa (El Hormiguero de Pablo Motos) considerado crítico con Pedro Sánchez. El Gobierno ha tomado el control total del ente en una lucha desesperada por controlar la opinión del menguante público televisivo, sobre el que es conocida la influencia de los formatos nocturnos de entretenimiento y entrevistas.
Broncano y Lalachus hicieron su show, aunque hasta este jueves no se conocerá si consiguieron derrotar en audiencia a sus rivales de Antena 3 (Cristina Pedroche y Chicote), que era el objetivo.
Y de ese show formó parte una irreverencia al Sagrado Corazón de Jesús. La humorista comentó que para saludar el nuevo año se había traído “la estampita de la vaquilla de Grand Prix“, un programa histórico de Televisión Española que ha estado en antena en distintos periodos desde 1995 y en el que dos pueblos de la geografía nacional se enfrentan en diversas pruebas.
Tres falsedades para encubrir la intención auténtica
Pero, al mostrar la “estampita” a cámara, se apreciaba perfectamente que se trataba de una representación burlesca de las estampas del Sagrado Corazón de Jesús, en donde se había sustituido la cabeza de Nuestro Señor por una representación del emblemático toro.
Lalachus justificó el llevar consigo esa imagen como una reivindicación de la televisión pública: “Hemos crecido todo el mundo viendo el Gran Prix… Ha hecho que toda la familia esté rodeados [sic] viendo la televisión… Estamos hechos de cachitos de tele”.
La alusión choca por triplicado con la realidad.
Por un lado, la vaquilla del Grand Prix tiene su propio logo y no es, evidentemente, una caricatura del Sagrado Corazón, sino una imagen normal acorde a la naturaleza ‘blanca’ del programa. De haber querido homenajear al programa, lo natural habría sido mostrar ese logo.
En segundo lugar, precisamente la alusión al carácter familiar de Grand Prix choca con la imagen que se estaba presentando de él, ofensiva para buena parte de dicho público, si es que no para todo él (ya sea por convicción cristiana o por simple educación). Es, pues, también el propio programa el que resulta agredido, al situarse en el foco de una polémica que no le corresponde. Sencillamente, la imagen exhibida no representa al programa.
Por último, es falsa la pretensión de que Grand Prix forma parte de la historia de los españoles, como sucedía en los programas de los años 70 y 80, cuando TVE era la única cadena y la televisión un medio en su cenit de audiencia. Aunque se trata un programa enormemente popular y con una audiencia importante durante casi treinta años, ha competido desde el principio con otras cadenas y su share medio oscila en torno al 25%, nada que ver con las audiencias de la TVE histórica. La alusión como componente de identidad colectiva no se sostiene y parece más bien una forma de justificar la imagen blasfema.