Las elecciones presidenciales en Estados Unidos enfrentan a la candidata demócrata Kamala Harris, la actual vicepresidenta de Joe Biden, un puesto importante pero con muy poco poder real, y el candidato republicano, Donald Trump, es el expresidente norteamericano. Considerando su experiencia de poder, es posible imaginar las posibles líneas de su política exterior y las principales líneas de continuidad en términos de decisiones tácticas y objetivos estratégicos.
De hecho, el régimen político estadounidense es uno de los menos democráticos entre las potencias occidentales. Un régimen bipartidista cuya política general, particularmente a nivel internacional, contiene diferencias de grado pero no de calidad. Trump es un demagogo reaccionario que moviliza un populismo provocador en todos los aspectos de la política. Las pequeñas frases impactantes son su especialidad. En el ámbito internacional esto le lleva a dar un discurso exagerado sobre su capacidad para poner fin, por ejemplo, a la guerra en Ucrania en 24 horas, el día después de su elección. En caso de obtener la victoria, la realidad puede resultar un poco más complicada y compleja de lo que sugiere su fanfarronada. Harris, por su parte, dice encarnar una esperanza de renovación, al tiempo que defiende toda la política del actual gobierno del que forma parte.
A pesar de los discursos y promesas formuladas sobre la cuestión internacional en el marco de la campaña electoral, los dos candidatos y potenciales futuros presidentes tendrán que afrontar los desafíos que plantea la decadencia de la hegemonía de la principal potencia imperialista. Desde hace varios años, Estados Unidos ha sido cada vez menos capaz de garantizar su papel de proveedor de seguridad y estabilidad internacional. Esta crisis de hegemonía norteamericana contribuye a la apertura de un período de conflictos armados más intensos y complejos que Estados Unidos ya no puede detener con sus condiciones. Las guerras en Ucrania y Oriente Medio son los ejemplos más destacados (aunque no son los únicos), en un entorno cada vez más polarizado por Estados Unidos y sus aliados por un lado y el eje China-Rusia por el otro (incluso si el lugar de Moscú no es exactamente el mismo que el de Beijing).
Israel y sus guerras: más acuerdos que desacuerdos
Sobre el tema de las guerras en Medio Oriente, lo primero que debe quedar claro para la clase trabajadora, para la juventud y para los pueblos oprimidos del mundo es que no se puede esperar absolutamente nada positivo de la política de Trump o Harris. Ambos candidatos son totalmente leales a los intereses económicos, militares y geopolíticos del imperialismo norteamericano y están decididos a protegerlo e incluso hacerlo prosperar. Esto es completamente opuesto a los objetivos de liberación o autodeterminación de los pueblos y trabajadores oprimidos.
En estas coordenadas, los dos candidatos a la presidencia deben determinar si continuar o detener la guerra sirve a los intereses que defienden. Sus decisiones estarán guiadas por estos intereses y nunca por los de los pueblos de la región. Es en este sentido que el gobierno Biden-Harris permitió, y todavía permite, que el gobierno de Israel y su ejército emprendan una guerra genocida con casi total impunidad. Estos gobiernos y líderes norteamericanos ven lo que llaman “la seguridad de Israel como asunto suyo”. Su compromiso incondicional con Israel no tiene nada que ver con la lucha contra el antisemitismo y ni siquiera con la defensa del proyecto sionista. Israel se convirtió muy rápidamente en un puesto de avanzada de los intereses de los estados imperialistas occidentales en Medio Oriente, y sus intereses a veces se fusionaron con los de sus partidarios y aliados. En otras palabras, la impunidad de Israel en su empresa de limpieza étnica y colonial representa una forma de impunidad para la complicidad y la defensa de los intereses imperialistas en la región.
Sin embargo, el carácter brutal y bárbaro de lo que está sucediendo en Gaza, y que ahora se está extendiendo al Líbano y a otros países de la región, más allá del asombro de una gran parte de la opinión mundial, incluidas las poblaciones de países occidentales, plantea importantes riesgos para los intereses de la política exterior norteamericana. El riesgo de una conflagración regional preocupa a todo el establishment de Estados Unidos y a las demás potencias del bloque imperialista. Es en este sentido que, manteniendo su apoyo incondicional, comienzan a alzarse tímidamente voces dentro de los países occidentales para poner límites a la guerra de Benjamín Netanyahu, empujándolo a alcanzar un acuerdo de alto el fuego.
En la prensa domina la narrativa que presenta a Trump abiertamente a favor de una continuación ilimitada de la guerra de las Fuerzas de Defensa Israelíes “hasta que el trabajo esté hecho”. El propio gobierno israelí parece pensar que una victoria de Trump le sería más favorable que una victoria demócrata. La ingratitud de Netanyahu hacia Biden y su total apoyo es casi vergonzoso. Sin embargo, más allá de la retórica trumpiana, la realidad es que al candidato republicano también le gustaría que esta guerra terminara lo más rápido posible y que no se convierta en un conflicto regional total que obligaría a Estados Unidos a intervenir y desviar así sus recursos de sus principal objetivo internacional: la contención de China.
Así, el Financial Times, analizando las posiciones de Trump sobre la cuestión, matiza esta historia: “Este lenguaje apocalíptico pretende ganar el voto judío, indicando que él sería un mayor defensor de Israel que el presidente Joe Biden. Aunque el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, claramente espera una victoria de Trump, la fortaleza de su relación ha fluctuado. Quienes están cerca de Trump insisten en que no dudaría en presionar a Netanyahu si considerara que es el momento adecuado para impulsar un acuerdo de paz. […] Uno se pregunta cómo reaccionaría Netanyahu ante tal escenario, pero Trump quiere volver a la idea de un gran acuerdo entre Israel y Arabia Saudita para una paz regional a largo plazo”.
De hecho, Trump podría favorecer un retorno a los acuerdos de normalización entre Israel y los Estados árabes como lo hizo con los “Acuerdos de Abraham”, pero la guerra-genocidio actual de alguna manera ha enterrado esta perspectiva, al menos temporalmente. Sin duda, mucho dependerá de cómo termine la guerra. La opinión pública en los países árabes podría pesar más esta vez e incluso con Trump como partidario incondicional de Israel, en última instancia, él también podría verse obligado a presionar a Netanyahu para que ponga fin a la guerra.
Por su parte, Harris tiene la intención de continuar con las políticas de Biden. Y esto, contrariamente a lo que algunos podrían creer, no es en absoluto ni hostil ni más firme hacia el gobierno israelí. Por el contrario, es difícil imaginar lo que podría significar una política más proisraelí. En un artículo reciente, Emma Ashford, columnista de Foreign Policy, describe esta política en términos crudos: “Si la administración Biden cree que es una parte imparcial en este conflicto -o incluso que lo ’gestiona’ con éxito- se hace ilusiones. La administración [Biden-Harris] ha hecho todo lo que Israel le pidió y cambió su posición varias veces después de haber sido tomada por sorpresa por las acciones israelíes. Basta pensar en la invasión del Líbano. Estados Unidos abogó por un alto el fuego, pero Netanyahu quería que la guerra continuara, por lo que la Casa Blanca ahora dice que apoya la invasión israelí. Cualesquiera que sean los méritos de estas políticas, está claro que la administración Biden está siendo llevada por las narices en este tema”.
En otro artículo, The Economist afirma que “no está nada claro que su victoria [de Harris] acortaría el calendario de guerras en Oriente Medio. Biden seguiría siendo presidente hasta finales de enero. Es concebible que, con una victoria demócrata, le otorgaría a Israel un mayor margen de maniobra para atacar a Irán y sus representantes o, por el contrario, que Israel se sintiera capaz de ignorar la pérdida de autoridad de su administración”. En otras palabras, gane quien gane las elecciones del 5 de noviembre, es más que probable que no haya un cambio abrupto en las guerras en Medio Oriente y que el próximo presidente enfrente las mismas dificultades que la actual administración para poner fin a ellas, en los términos más favorables a los intereses del imperialismo estadounidense.
Ucrania, una gran divergencia: ¿en serio?
Sobre la guerra en Ucrania, Trump promete detener los combates de inmediato. Kamala Harris, por su parte, adopta una postura mucho más bélica y acérrima. Matthias Matthijs, profesor de economía política internacional en la Universidad Johns Hopkins de Washington, que apoya claramente a Harris en este tema, describe así la posición de la candidata demócrata en el periódico belga L’Echo : “Kamala Harris se compromete a continuar con la política actual del presidente Biden, pero, según se informa, no descarta autorizar a Kiev a utilizar armas y misiles estadounidenses para atacar suelo ruso […]. La candidata demócrata no quiere el fin de los combates, lo que consagraría la actual línea del frente en un acuerdo de paz, sino una victoria para Ucrania que recuperaría todos sus territorios soberanos de manos de Rusia antes de 2014. Esto es sólo un punto muerto en el conflicto militar, lo que llevaría a Kamala Harris a presionar a Ucrania para que negociara la paz con Rusia, pero no antes de estar en una posición de fuerza. Una estrategia así requeriría miles de millones de dólares en apoyo financiero y militar, incluso después de 2025”. El mismo autor resume el plan de Trump de la siguiente manera: “La mayoría de los cuatro oblasts (regiones) ucranianos de Lugansk, Donetsk, Zaporizhzhya y Kherson, así como la península de Crimea, pasarían de facto al redil de Rusia. Él [Trump] también quiere que Ucrania firme una declaración de neutralidad, renunciando así a ser miembro de la OTAN”.
Si la retórica bélica de Harris sobre este tema parece desgastada y poco realista, ante la presión del Congreso y de los mercados ante el costo desorbitado que implica para las finanzas norteamericanas la continuación de la guerra, la política “pacifista” de Trump no es mas que un espejismo. De hecho, ya ha sugerido que podría armar más a las fuerzas ucranianas si Putin se niega a negociar. Lejos de las apariencias “prorrusas” de Trump, durante su primer mandato, el expresidente siguió políticas igualmente hostiles y agresivas hacia Rusia. Además, se jacta de su política internacional que habría evitado que se produjeran guerras. En el caso de Ucrania, reivindica los acuerdos de Minsk 1 y 2. Sin embargo, la política del imperialismo norteamericano bajo su presidencia y el fracaso de estos acuerdos han conducido en parte a la guerra actual. La política exterior de Trump de ninguna manera ha evitado guerras sino, por el contrario, ha preparado el terreno para su futuro estallido.
En realidad, el plan de Trump para Ucrania es “deshacerse” del problema y colocar la carga sobre las potencias europeas. El corolario de esta política es presionar a sus aliados de la OTAN para que aumenten su gasto militar. En otras palabras, Trump habla de paz en Ucrania, pero pretende empujar a los aliados de Estados Unidos hacia más militarismo y la preparación para nuevas guerras. Sin embargo, esta política sigue siendo objeto de debate dentro del Partido Republicano.
En el artículo del Financial Times que citamos anteriormente, estas fricciones se describen de la siguiente manera: “Sin embargo, tal enfoque no gozaría de un apoyo uniforme dentro del Partido Republicano. Según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, aunque está bajo la influencia de Trump, el partido tiene tres grupos de seguridad nacional que compiten por su atención: los “inmovilizadores”, esencialmente el “Estados Unidos primero”; los “priorizadores”, que quieren centrarse en China; y los “primacistas”, que creen en la proyección del poder estadounidense en todo el mundo y que tienen un grupo sólido en el Senado. Los dos primeros están unidos en su deseo de dejar Ucrania en manos de Europa”.
Estas diferentes posiciones no deberían inducirnos a error. Harris podría encontrarse muy rápidamente en la situación de tener que ejercer una fuerte presión sobre Zelensky para que acepte negociaciones con Rusia en detrimento de franjas enteras de territorio ucraniano. Asimismo, Trump podría adoptar una política más agresiva contra Putin al autorizar el uso de armas estadounidenses para atacar profundamente a Rusia. En el fondo, tanto demócratas como republicanos comparten el objetivo de incrementar la participación de sus socios en el gasto militar de la Alianza Transatlántica. Si Trump quiere presionar a los europeos para que se hagan cargo de la guerra en Ucrania, la administración Biden, durante la última cumbre de la OTAN, adoptó una táctica complementaria, monetizando el continuo apoyo de Estados Unidos al mayor compromiso de las potencias europeas en la frontera india. -Frente Pacífico-. En este sentido, no sería sorprendente que una nueva administración Trump se hiciera cargo de los logros de la última cumbre.
Ya sea sobre China, el programa nuclear iraní o la política de “normalización” de Israel con los Estados árabes de la región, la continuidad entre Trump y Biden ha sido notable. Desde este punto de vista, más allá de la retórica y los discursos de campaña, lo más probable es que, gane quien gane las próximas elecciones, se mantengan las líneas generales de la política exterior del imperialismo norteamericano. Ciertamente, existen diferencias de opinión en determinados temas, pero parece difícil imaginar que éstas sean suficientes para justificar un brusco giro geoestratégico.