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Análisis de noticias
En su discurso de investidura, el presidente habló con un tono de agresividad destinado a ser escuchado por el público nacional y extranjero como una advertencia de que EE. UU. no aceptará no por respuesta.
Por David E. Sanger
David E. Sanger ha hecho coberturas sobre los gobiernos de cinco presidentes estadounidenses y reportó desde Washington.
“Nada se interpondrá en nuestro camino”.
Con esa promesa de seis palabras, el presidente Donald Trump describió cómo pensaba lograr que su segundo mandato fuera distinto del primero. Ahora, tras un interregno de cuatro años que comenzó con el exilio político y terminó con su improbable resurrección, el gran disruptor dejó claro que esta vez no tiene intención de verse frustrado a la hora de hacer que Estados Unidos sea mucho más conservador a nivel doméstico y más imperial en el exterior.
En su discurso de investidura de 29 minutos, Trump no perdió el tiempo en apelaciones a los ideales estadounidenses. En su lugar, habló con un tono de agresividad destinado a ser escuchado por el público nacional y extranjero como una advertencia de que Estados Unidos, durante la gestión de un Donald Trump más experimentado, no aceptará respuestas negativas.
Dijo que pondrá fin a una era en la que el mundo se aprovechaba de la generosidad estadounidense, implementando un “Servicio de Impuestos Externos” para “imponer aranceles e impuestos a países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”.
Tras declarar de manera falsa que China controla el canal de Panamá, que fue construido por Estados Unidos, prometió: “Vamos a recuperarlo”. Aclamó a uno de sus predecesores presidenciales: pero no fue a Washington ni a Jefferson ni a Lincoln, sino a William McKinley, el presidente número 25, amante de los aranceles, quien participó en la guerra hispano-estadounidense, se apoderó de Filipinas, Guam y Puerto Rico, y allanó el camino para ese canal.
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