Viajar a Estados Unidos ya no solo implica decidir entre pagar el asiento con espacio extra para las piernas o resignarte al pasillo de en medio. Hoy, llevar celular y laptop podría ser el verdadero lujo… o el motivo para no llegar al destino. Bajo la administración de Donald Trump, el viejo mantra de “viaja ligero” adquiere una dimensión más política: cuanto menos opinión cargues en tus dispositivos, mejor.
Aunque la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) insiste en que las revisiones electrónicas son escasas —menos del 0.01% de los más de 420 millones de pasajeros del año fiscal 2024— los casos reportados no parecen precisamente anecdóticos. Desde turistas alemanes aislados, pasando por una canadiense esposada por errores de papeleo, hasta un científico francés rechazado por opinar sobre Trump en WhatsApp. Todo esto respaldado por la nueva etiqueta migratoria estrella: “verificación mejorada”, un eufemismo que suena más a software de antivirus que a operativo estatal.
La narrativa oficial es clara y repetitiva: se trata de seguridad nacional. Tricia McLaughlin, vocera del Departamento de Seguridad Nacional, lo resume como si fuera el tráiler de una secuela: “Estamos haciendo cumplir las leyes que otros no hicieron”. Por otro lado, críticos como Will Creeley advierten que esto más bien suena a “enfriamiento del discurso”, ese fenómeno donde te piensas dos veces tu próximo tuit si vas a volar a Nueva York.
Y aunque la revisión de dispositivos electrónicos en frontera no es invención de Trump —su legalidad data desde 2009— lo cierto es que esta administración la ha llevado al gimnasio: en comparación con 2017, en 2024 se realizaron un 56% más inspecciones. Más músculo, menos sutileza.
Las medidas no discriminan: estudiantes, residentes permanentes, ciudadanos estadounidenses o académicos invitados a conferencias; cualquiera puede ser objeto de una “búsqueda avanzada”, esa modalidad donde tu dispositivo es conectado a equipos externos y escaneado como si fuera una copia del último libro prohibido. Todo con la venia de una sospecha razonable, una figura jurídica tan elástica que cabe desde un meme sarcástico hasta una lista de Spotify con títulos subversivos.
La ACLU y otras organizaciones de derechos civiles insisten en que este tipo de inspecciones vulnera libertades básicas como la de expresión y privacidad. El problema, como suele ocurrir, es que el gobierno no está de acuerdo y la ley sigue dando vueltas en los tribunales.
Así, lo que comenzó como una política de seguridad, hoy opera con criterios que huelen más a control ideológico que a prevención real. La base de datos llamada “Centro Nacional de Objetivos” bien podría haber salido de una novela distópica, pero no: es una herramienta real que rastrea riesgos entre los visitantes, o al menos entre quienes cruzan la línea sin borrar su historial de Google.
En resumen: si vas a EE.UU., olvida el protector solar y mejor protege tus contraseñas. Porque en esta nueva era de control fronterizo, tu pasaporte puede estar en regla, pero tus ideas quizá no.