Los investigadores sospechan que no todas las experiencias religiosas tienen el mismo impacto en la felicidad. Por ejemplo, el estudio examina si participar en servicios religiosos de niño influye en la felicidad posterior. “Uno de los mejores predictores de la participación en una comunidad religiosa de adulto es haber participado en una de niño”, afirma Brendan Case, director asociado de investigación del Programa de Florecimiento Humano de Harvard. “Y la participación de adulto está muy fuertemente asociada con su prosperidad en el presente”, añade.
Entonces, ¿qué tiene la religión que favorece la felicidad? Johnson, de Baylor, dice que centrarse en los demás (algo que enseñan la mayoría de las tradiciones religiosas) tiene el beneficio de mejorar la propia vida, la salud y el crecimiento interior.
Case, de Harvard, cree que la clave está en el apoyo social que ofrecen las comunidades religiosas, así como en su oferta de sentido, propósito y consuelo. “Las comunidades religiosas están probablemente tan omnipresentes en las culturas humanas porque satisfacen un impulso humano fundamental, o quizá incluso la necesidad, de una comunidad moral orientada hacia lo sagrado, lo divino o lo trascendente”, afirma Case, parafraseando la explicación del sociólogo francés Emile Durkheim de por qué los seres humanos son animales intrínsecamente religiosos.
Para Kelli Fleitas, de mediana edad y madre de dos adolescentes, esa sensación de trascendencia proviene de cantar en la iglesia. Aunque desearía que sus dos hijos siguieran queriendo asistir a los oficios como cuando eran más pequeños, está agradecida por su propia experiencia, sobre todo por los meses en que ella y sus compañeros cantaron villancicos antes de los oficios navideños, incluido Nova, nova, un himno adaptado a un texto inglés del siglo XV y acompañado por un músico que tocaba la flauta dulce. Fleitas se siente feliz cuando une su voz a la de los demás en la iglesia. Para ella, cantar es una forma activa de rezar.
Para los no creyentes, otros tipos de comunidades, como las ligas de bolos y los clubs de amistad, pueden ofrecer el mismo sentido de finalidad, rituales y comunidad que la religión, como describió el politólogo emérito de Harvard Robert D. Putnam en su libro Bowling Alone [Jugando a los bolos solo] (aunque Case advierte que quizá no ejerzan una influencia tan poderosa como los grupos religiosos).
En una reciente mañana de domingo en la Iglesia Episcopal de San Juan, en el norte de California (Estados Unidos), Fleitas y varias docenas de personas se colocan en círculo bajo luces de colores sobrantes de las Navidades.
“Levantad vuestros corazones”, exclama Chris Rankin-Williams, rector de la pequeña parroquia a la que Fleitas asiste. “Los elevamos al Señor”, responden al unísono los niños, parejas y ancianos que forman el círculo. Unos minutos más tarde, los fieles se turnan para ofrecer sus oraciones. Cuando le toca, Fleitas ofrece una oración de gratitud por su experiencia de cantar con su coro durante las vacaciones: “Mi corazón está tan lleno”, dice.