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Sin justicia social no hay amor verdadero

Autor: Felipe Hipolito Medina

La Iglesia Católica proclama un justo laicismo para las naciones y sus gobiernos. El término “laicidad” o “laicismo”, tanto en el pasado como en el presente se refiere, ante todo, a la realidad del Estado. Asume, no pocas veces, un matiz o acepción en contraposición a la Iglesia y al cristianismo, aún cuando estos términos no existirían si no fuera por el mismo cristianismo.

La Iglesia Católica proclama un justo laicismo para las naciones y sus gobiernos. El término “laicidad” o “laicismo”, tanto en el pasado como en el presente se refiere, ante todo, a la realidad del Estado. Asume, no pocas veces, un matiz o acepción en contraposición a la Iglesia y al cristianismo, aún cuando estos términos no existirían si no fuera por el mismo cristianismo.

“En efecto, sin el Evangelio de Cristo no habría entrado en la historia de la humanidad la distinción fundamental entre lo que el hombre debe a Dios y aquello que debe al César; es decir, a la sociedad civil (Lucas 20, 25). Si pensamos en el contexto histórico en el cual tuvo lugar la encarnación del Hijo de Dios, sea en lo que se refiere al imperio romano como a la misma comunidad de Israel, no se puede dejar de evidenciar cuán lejano era de la mentalidad común de la época, el nuevo planteamiento que Jesucristo hace del rol de la autoridad del Estado en relación a la conciencia del hombre, especialmente en lo que se refiere a su relación con Dios, ser Trascendente”(Arzobispo Dominique Mamberti en la Habana, Cuba 2010)

“La laicidad, de por sí, no está en contradicción con la fe, afirmaba el Papa Benedicto XVI, es más, dirá que es un fruto de la fe, porque el cristianismo fue, desde sus comienzos, una religión universal y, por tanto, no identificable con un Estado; presente en todos los Estados y distinta de cada uno de ellos. Para los cristianos ha sido siempre claro que la religión y la fe no están en la esfera política sino en otra esfera de la realidad humana. La política, el Estado no es una religión sino una realidad profana con una misión específica. Las dos realidades deben estar abiertas una a la otra” (Entrevista concedida a los periodistas durante el vuelo rumbo a Francia, 12 de septiembre de 2008).

Los padres de la Iglesia

La Iglesia Católica posee una enorme riqueza de enseñanzas en materia de justicia social, desde la vivencia misma de la primera comunidad cristiana, descripta de manera gráfica en los Hechos de los Apóstoles capítulo 2, 44ss; y que fue enriquecida con la predicación de los Padres de la Iglesia, de los Padres Griegos y los Padres Apologetas.

La genuina tradición de la Iglesia fue acrecentando su cuerpo doctrinal en temas sociales, para formular, en la actualidad, un Compendio de Doctrina Social, que pretende ser un despertador de conciencia para los países en el campo del bien común.

La doctrina social de la Iglesia se centra en el concepto de justicia social, y el cuerpo doctrinal, atesorado y enriquecido a lo largo de veinte siglos, se propone ante todo, sostener y animar la acción de los cristianos en el campo social, especialmente los fieles laicos, de los cuales este ámbito le es propio. Toda su vida y su labor debe calificarse como parte de la fecunda obra de evangelización de la Iglesia.

La Iglesia reconoce el justo laicismo del Estado, desterrando de plano el concepto de la construcción de una ciudad teocrática (organizada y dirigida por autoridades y normas religiosas), como sucede en muchos países de oriente.

Iglesia y poder temporal

Durante la Edad Media ese pensamiento limitante tentó a la Iglesia a sentirse dueña del poder temporal, resabios que duran hasta hoy, con sus altibajos. En la cabeza de no pocos eclesiásticos y algunos laicos, sobre todo en América Latina, se grabó el concepto de cristiandad. Cualquier acto público y aún se conserva la costumbre en ciudades pequeñas, se presenta como poder a las “autoridades civiles, eclesiásticas y militares”. El clericalismo es el nombre de una deformación del pensamiento cristiano, sobre todo cuando las autoridades eclesiásticas ponen o sacan de sus cargos a miembros del poder ejecutivo, legislativo o judicial, como si fuesen operadores de un poder supremo.

La Iglesia como institución debe conservar su misión profética y evangelizadora, siendo sus pastores quienes deberían iluminar, desde la Palabra de Dios, las realidades humanas y sus laicos encargarse de las cuestiones temporales, en un terreno muy cuestionado y minado por la corrupción, instalada en el mundo como una verdadera cultura. Tarea que deben cumplir con la firmeza que da la fe, la coherencia de vida y respeto por la independencia de las instituciones del mundo.

La iglesia puede y debe opinar en cuestiones temporales, como lo hizo recientemente sobre la baja en la edad de imputabilidad, a pesar de la presión de destacados periodistas y políticos de nuestro país. Algunos agentes de medios de comunicación social no ahorraron críticas a la Iglesia Católica por emitir un documento sobre la baja de la imputabilidad en niños y adolescentes, a través de la Pastoral Carcelaria, “No encerremos la esperanza”, tildando al proyecto como una salida superficial; “cuando alguien comete un delito, transgrede la ley y cae preso, es porque alguien estuvo ausente: la familia, la sociedad, el estado, la escuela, la Iglesia, etc”; sentencia la declaración. Hasta el mismo Papa Francisco tuvo que intervenir, pidiendo al Estado Argentino que priorice la educación de los jóvenes, como una de las formas principales de prevención. Su misión es ser defensora de la dignidad humana, y servir de conciencia social más allá de las creencias o increencias.

La Rerum Novarum

Los documentos actuales de la Iglesia en temas sociales mantienen un tono conciliador, no por ello, menos firmes en sus sentencias. La Doctrina Social de la Iglesia no es un invento moderno o un modo diferente de interpretar el Evangelio de Cristo, es una consecuencia de leer, meditar, practicar y predicar el misterio de la Fe en Cristo, la Palabra hecha Carne, el hijo de Dios hecho Biblia-Papel, en su vida y sus enseñanzas.

Esta Doctrina cobró auge a partir del documento Rerum Novarum del Papa León XIII, del 5 de mayo de 1891, sobre la cuestión obrera, en plena revolución industrial, pero ya los primeros Padres de la Iglesia, predicaban con mucha claridad la necesidad de la comunidad, la ayuda mutua y el valor de la justicia social; a modo de ejemplo, algunas sentencias de los sucesores inmediatos de los apóstoles: “No es el azar el que hace ricos y pobres, sino la rapiña y la acumulación de riquezas” (San Juan Crisóstomo). “El amor al pobre es romper el yugo que lo oprime, y para ello hay que ver el drama social como propio” (San Ambrosio). “No se puede practicar la caridad si no se practica la Justicia” (San Juan Crisóstomo). La Doctrina Social de la Iglesia marca la agenda de la justicia y la solidaridad, como nuevo nombre de la Caridad, para todos los hombres de buena voluntad.

En definitiva, Jesús les dijo: «Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios» (Lucas 20,26). Ni un Estado totalitario ni opresor de la libertad religiosa, ni una Iglesia encerrada y con la boca amordazada entre las paredes de sus templos. El Estado debe ser laico y la Iglesia debe ser libre, “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud” (Gálatas 5,1)

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