Repensar el financiamiento de las artes escénicas

Autor: Milena Grass Pamela Lopez y Maria Luisa Vergara

Invertir en cultura no es solo financiar proyectos, sino construir una sociedad más rica, diversa y conectada con su identidad.


Enero es el mes en que Chile respira cultura. Las calles de Santiago y otras capitales regionales se llenan de vida con teatro, danza, circo y espectáculos al aire libre, gracias al festival Teatro a Mil y diversas programaciones independientes que florecen en este período. Sin embargo, esta efervescencia es tan intensa como breve: durante el resto del año, el panorama cambia drásticamente. Pocos recursos, precariedad laboral y un acceso desigual marcan el día a día de las artes escénicas, dejando entrever el aún débil modelo de financiamiento estatal.

Los Fondos de Cultura, creados en 1992 y basados principalmente en mecanismos concursables, han permitido un desarrollo y un proceso de profesionalización significativo del sector que, al día de hoy, exige reformas importantes. Con el patrocinio del Centro de Políticas Públicas UC realizamos una serie de propuestas para una renovación de los instrumentos de financiamiento estatal para las artes escénicas en Chile. En nuestra investigación, nos encontramos con que uno de los problemas más acuciantes radica en la desconexión entre los criterios de evaluación y las realidades artísticas. Las pautas actuales priorizan aspectos técnicos y administrativos sobre los creativos, lo que termina relegando la esencia artística a un segundo plano. Esto genera frustración en los creadores, quienes deben adaptar su visión artística a formatos burocráticos que poco reflejan la incertidumbre y experimentación inherentes a los procesos creativos.

Por otro lado, los requisitos como las cartas de compromiso de exhibición, aunque concebidos para garantizar viabilidad, a menudo resultan ser trámites vacíos. Estos no aseguran la ejecución efectiva de los proyectos, pero consumen tiempo y recursos de artistas y salas de teatro, que deben ajustarse a un sistema centralizado y bastante rígido.

Además, el sistema de rendición de cuentas sigue enfocado exclusivamente en lo financiero, ignorando por completo el impacto de las obras. ¿Cómo medir el verdadero valor de una producción escénica sin considerar sus aportes estéticos, sociales y culturales? Aquí es donde el ejemplo de Canadá podría ofrecernos lecciones valiosas. El “Qualitative Impact Framework” del Canada Council for the Arts reconoce que el impacto puede manifestarse de maneras no siempre cuantificables, como la conexión emocional, el desarrollo del pensamiento crítico o el fortalecimiento del sentido de identidad cultural.

Otro problema es la falta de continuidad en los proyectos financiados. En un sector donde la precariedad laboral es la norma, se necesitan fondos e infraestructura que permitan procesos creativos sostenidos, fomenten el desarrollo de lenguajes artísticos propios y posibiliten la consolidación de trayectorias.


Por último, resulta urgente repensar las bases concursables con una perspectiva inclusiva que considere la diversidad territorial y disciplinar. La descentralización debe ir acompañada de un fortalecimiento de las capacidades regionales, evitando la perpetuación de desigualdades entre Santiago y el resto del país.


El camino hacia un sistema de financiamiento más justo y eficiente no es sencillo, pero es imprescindible. Invertir en cultura no es solo financiar proyectos, sino construir una sociedad más rica, diversa y conectada con su identidad. Es hora de que nuestras políticas públicas reflejen esa ambición, para que enero, con su vibrante oferta artística, deje de ser una excepción y se convierta en el reflejo constante de un país que no solo valora y fomenta su riqueza cultural, sino que la hace propia como un espacio vital de diálogo, que le permite articular diversas visiones y promover la empatía y la reflexión colectiva de la ciudadanía. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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