El crítico de cine de ‘Euronews Culture’ recuerda a David Lynch y cómo estuvo a punto de ser despedido tras conocer al director estadounidense durante un festival de cine francés.
Muchos cinéfilos lloran la pérdida de un artista auténtico y singular. David Lynch, el glorioso maestro del surrealismo que desdibujó lo cotidiano con lo inquietante para explorar mejor los rincones oscuros de la psique humana y lo que se esconde bajo las perfectas vallas blancas del ‘sueño americano’, ya no está entre nosotros.
El director estadounidense reveló su diagnóstico de enfisema el año pasado, pero dijo que “nunca se retiraría” y que dirigiría a distancia si fuera necesario. Lamentablemente, esa opción nunca llegó a materializarse, ya que al parecer falleció tras verse obligado a mudarse de su casa de Sunset Boulevard debido a los incendios forestales de Los Ángeles.
Cuando se supo la noticia anoche, pensé: “Está pasando otra vez”. Esta cita reapropiada del episodio 7 de la segunda temporada de ‘Twin Peaks’ me recordó una maldición profesional. Aunque suene egocéntrico e insensible, las necrológicas forman parte del día a día del trabajo en ‘Euronews Culture’ y a menudo es la forma en que se anuncian algunas muertes tras desconectar después de un día entero en la oficina. A veces, hay obituarios que “quieres” escribir, simplemente porque la figura significa mucho para ti. Fue el caso de William Friedkin, otro de mis héroes cinematográficos, fallecido en 2023. Y fue el caso anoche de David Lynch.
Al digerir la noticia, experimenté la misma sensación que tuve cuando murió David Bowie en 2016. Puede sonar extraño o excesivamente dramático para algunos, pero cuando una mente creativa te toca y te habla así, su pérdida se siente profunda y personal. Ojalá pudiera conjurar las palabras para encapsular los efectos que sus películas han tenido en mí, pero es demasiado pronto. Se lo dejaré a escritores mejores, como Peter Bradshaw, de ‘The Guardian’, que de algún modo consigue resumir con precisión y riqueza la vida de un artista en sus habituales obituarios.
El legado de ‘Twin Peaks’
Aun así, me gustaría poder explicar el brillo mental que creó la serie ‘Twin Peaks’ cuando yo era niño y cómo muchos de los fotogramas de la serie siguen calando en mi cerebro a día de hoy. Ya sea volviendo a ver las tres temporadas por enésima vez, teniendo la ecléctica banda sonora de ‘El regreso’ en alta rotación o exclamando habitualmente la frase “¡Que te jodan, Tammy!” cada vez que algo va mal en la vida cotidiana, apenas pasa un día sin que revele hasta qué punto ‘Twin Peaks’ me ha marcado de la mejor de las maneras.
También me gustaría poder describir lo que sentí al ver mi primera película de Lynch, ‘Cabeza borradora’, o expresar con precisión la inquietante oscuridad en la que me sumerjo cada vez que veo ‘Carretera perdida’; cómo las actualizaciones meteorológicas de Covid-19 de Lynch puntuaron la pandemia con un ritual delicioso; por qué recomiendo con frecuencia la menos ‘lynchiana’ de todas las películas de Lynch, ‘Una historia verdadera’; o la alegría que supuso asistir a una proyección cinematográfica abarrotada de la obra maestra del director de ‘Mulholland Drive’ en el Festival Lumière del año pasado.
Así pues, ¿qué puedo decir de David Lynch que no se haya plasmado ya en mejores homenajes? Lo único que se me ocurre ahora, es compartir la primera y única vez que le conocí. Fue en 2013 en la ciudad francesa de Beaune, donde vivían mis abuelos. David Lynch era el invitado de honor del Festival Internacional de Cine Policíaco de Beune, y nada me iba a impedir asistir. Le dije a mi editor de entonces que iba a ir, y aunque una entrevista estaba descartada, el jefe quería una cita, un registro sonoro, una anécdota. Algo.
Asistí al acto público, y recuerdo haberle oído hablar de cómo ‘Mulholland Drive’ iba a ser al principio una serie de televisión, y de cómo su pasión por el cine estaba siendo superada por su afición a la pintura. Y luego hubo un momento, en el Palacio de Congresos de Beaune, en el que estaba sentado comiendo algo. Me aterrorizaba acercarme a él, pero reuní el poco valor que tenía y me acerqué a uno de mis ídolos.
No sabía qué decirle. Mi mente se quedó en silencio. Sabía que a Lynch nunca le gustaba dar explicaciones ni hacer análisis personales de su obra, pues pensaba que todo estaba ahí, en la pantalla. Para él, dar su opinión sería destruir la alegría de llegar a tu propia interpretación y apreciación. Así que para qué preguntar. Mi lamentable táctica inicial fue una perogrullada sobre lo mucho que ‘Twin Peaks’ significaba para mí, algo que él aceptó amablemente. Sin embargo, un comentario así no es precisamente terreno fértil para una conversación más larga.
Hablando con David Lynch… sobre QUICHE
“¿Qué estás comiendo?”, le pregunté, dándome cuenta en cuanto pronuncié esa frase de que quería que la tierra se tragara al acosador de mierda-pregunta-comida en el que aparentemente me había convertido. “Quiche”, respondió con una sonrisa. Y así comenzó una conversación de casi 20 minutos sobre comida y sobre los placeres de las sabrosas tartas francesas.
Hablamos de cuál era la mejor (a lo que él respondió con su maravilloso acento americano: “Lorraaaaiiiiiiiine”); de cómo hacerlas con la proporción adecuada de tocino y queso; y de si el brócoli era aceptable como ingrediente de una quiche. Me pidió mi consejo ideal para hornear quiches (cubrir la base con mostaza de Dijon granulada) y él, a su vez, compartió cómo tenía dos cocinas en su casa: una para cocinar y otra para comer, ya que no le gustaba el olor persistente de los ingredientes cocinados mientras comía.
Aquellos 20 minutos se me pasaron volando y, cuando llegó el momento de despedirme, le di las gracias y me marché, sin darme cuenta de lo que me esperaba. Cuando se lo conté a mi editor, se desesperó, por decirlo suavemente. “Hablaste con David Lynch… ¿Sobre QUICHE?” Me guardaré para mí el resto de aquella pintoresca conversación, pero reorganiza las palabras “inútil”, “neandertal”, “tú” y “joder” en una frase, y se harán una idea del alcance de su frustración hacia mí.
“A la vez maravilloso y extraño”
Hoy pienso en aquel editor paciente y malhablado que no reconoció la cuchara doble de cocina que le había traído. Pienso en mi abuela, que se rió cuando le conté lo que había pasado ese mismo día. También pienso en mis dos colegas de ‘Euronews Culture’, Theo y Amber, que me enviaron un mensaje anoche, sabiendo que esta pérdida me iba a afectar mucho. Amber, que también es una gran fan de Lynch, incluso me envió ‘stickers’ de ‘Twin Peaks’ por Navidad. Un pensamiento extra fue para ella, ya que momentáneamente sospeché de su brujería al mirar los ‘stickers’, sospechando que me estaba preparando (¿sin saberlo?) para este día.
Por encima de todo, pienso en el director charlatán que abrió estos portales cinematográficos únicos a lugares extraños y cuya presencia echaremos mucho de menos. Ojalá hubiéramos tenido una última película, pero nos deja una obra única y asombrosa que seguirá emocionando e inspirando a innumerables creativos y amantes del cine.
Este fin de semana prepararé una quiche e intentaré ver ‘Inland Empire’. Pero, de momento, me voy a tomar una taza de café condenadamente buena, con la esperanza de que dondequiera que esté David Lynch ahora mismo, sea un lugar, para citar a Dale Cooper, que sea “a la vez maravilloso y extraño”.