Algunos historiadores decimonónicos la definieron como la moderna Mesalina; otros como un Calígula en femenino, mientras que Ida Laura Pfeiffer, una exploradora y escritora de viajes que dio la vuelta al mundo dos veces a mediados del siglo XIX, dijo de ella que era una de las más orgullosas y crueles mujeres en la faz de la Tierra, y toda su historia es un compendio de sangre y actos horrorosos. La destinataria de tan peyorativas descripciones fue la reina Ranavalona I, que gobernó Madagascar con mano de hierro entre 1828 y 1861 ganándose, como vemos, una pésima fama ante Occidente, si bien esa imagen tan negativa ha comenzado a ser revisada de un tiempo a esta parte.
Ida Laura Pfeiffer no hablaba de oídas porque tuvo ocasión de conocerla durante un par de meses de 1857 y su experiencia no fue grata. La soberana había asumido como propia la fiebre xenófoba que cundía en el país y la encarceló, acusándola de participar en un complot urdido por el príncipe Rakoto con ayuda de dos franceses. Aunque ella era inocente, fue expulsada junto al galo y otros cuatro europeos. El viaje hasta la costa desde la capital, Antananarivo, duró cincuenta y tres días, resultando muy duro porque hubo que atravesar zonas pantanosas infestadas de mosquitos. De hecho, Ida llegó a Mauricio enferma de malaria y nunca se recuperaría, falleciendo en Viena al año siguiente.
En 1861 su hijo publicó póstumamente los dos volúmenes de Reise nach Madagaskar, obra que ella escribió sobre el fatídico viaje a Madagascar y que constituyó uno de los pilares de la visión poco favorable que la reina Ranavalona se labró en Europa, por cuanto describía con precisión el contraste de culturas y las costumbres salvajes que chocaban con las del mundo civilizado. Es posible que dejara asomar algunos prejuicios, especialmente en lo referente a la persecución contra el cristianismo, aunque científicos como Darwin y Wallace elogiaron sus datos sobre fauna y flora (cientos de ejemplares recogidos por ella engrosaron las colecciones del British Museum londinense y del Naturhistorisches Museum de Viena).
La mayor parte de las fuentes, si no todas, refrendan lo histriónico y temible del personaje de Ranavalona: una mujer que ascendió al trono tras la muerte de su marido, que odiaba a los europeos pero vestía como ellos y gustaba tanto de su música como de su arte, admiraba a Napoleón y tenía una corte ataviada a la moda Imperio, se bañaba ceremonialmente en público, tuvo probablemente varios amantes, asesinaba implacablemente a los opositores, masacró a los misioneros y cristianos indígenas, provocó la muerte de la mitad de la población explotándola laboralmente e instauró la tangena (una variante local de la ordalía) como forma de juicio.
Ranavalona nació entre 1778 y 1782 en Ambatomanoina, una localidad de Analamanga, región central de Madagascar. Reinaba entonces Andrianampoinimerina, monarca de Imerina (o Merina, un estado que dominaba la mayor parte de la isla) que inició la unificación insular y a cuya muerte, acaecida en 1810, le sucedió su hijo, Radama I el Grande, siendo éste quien casi concluyó ese proceso en 1824 gracias a que se benefició de las Guerras Napoleónicas, obteniendo ayuda británica para modernizar el ejército al introducir artillería, caballería y adiestramiento al estilo occidental.
Radama estaba dispuesto a hacer lo mismo a todos los niveles, por lo que comenzó a incorporar elementos culturales occidentales, invitando a misioneros protestantes a fundar escuelas, implantando la imprenta, fomentando una versión escrita del malgache (que era un idioma oral exclusivamente) y aboliendo oficialmente el tráfico de esclavos (que en la práctica, pese a ser una de las condiciones estipuladas con los británicos, continuó porque era uno de los motores de una economía muy básica, basada en la agricultura ya que las únicas industrias, llevadas por los europeos, eran artesanales).
Aquella política no cayó bien entre la población, que veía escandalizada como se postergaban sus tradiciones y dioses. Por eso no hubo tristeza cuando el rey falleció en el verano de 1828. El problema, como pasa siempre en estos casos, estaba en que no había designado sucesor. Y aunque teóricamente no hacía falta, ya que la costumbre era que heredase su pariente más próximo por línea matrilineal, su sobrino Rakotobe, los albaceas demoraron unos días la decisión del difunto porque habían tenido un conflicto con él y temían represalias. Esa situación fue hábilmente aprovechada por un militar, Andriamihaja, que brindó su apoyo a otra candidata.
Ésta era la viuda real, Rabodoandrianampoinimerina, más conocida como Ramavo, una princesa de la tribu menabe, la última en mantenerse independiente. Ramavo había sido entregada como regalo al abuelo de su marido, Andriantsalamanjaka, adoptándola luego el mencionado Andrianampoinimerina al ser advertido por el padre de ella de un complot y casándola, agradecido, con su hijo Radama I (del que era prima). Se trataba de un matrimonio que seguramente tenía también una vertiente estratégica, al favorecer la unificación. Sin embargo, el monarca tenía varias esposas y ella no estaba entre sus favoritas; quizá por eso -o quizá a consecuencia de eso- no tuvieron descendencia.
Por otra parte, al subir al trono, Radama ejecutó a varios parientes de Ramavo -era habitual deshacerse de posibles rivales-, lo que pudo estropear la ya precaria relación con ella. Ramavo buscó consuelo con otras cortesanas, frecuentando a los misioneros; con uno de ellos, el galés David Griffiths, traductor de la Biblia al malgache y creador de un alfabeto de esa lengua, alcanzó una buena amistad que más adelante le serviría a él para salvar la vida durante la persecución desatada contra los misioneros. Porque ella logró ser reina eliminando a Rakotobe y sus padres, vengando así lo que había sufrido antes su propia familia.
Como ya habrá imaginado el lector, se trataba de Ranavalona I, nombre que adoptó en su coronación el 12 de junio de 1829 y que significaba algo así como mantenida a un lado. Era la primera mujer que reinaba en Madagascar desde la reina Rafohy en el siglo XVI, cuando su vástago Andriamanelo (fundador del Reino de Imerina) anuló la tradición vazimba que lo permitía (se llamaba vazimba a los primeros habitantes de la isla), otorgando preferencia a los hombres y resevando a las féminas normalmente un papel doméstico, aún cuando la vía sucesoria fuera matrilineal.
Nada más acceder al poder recompensó a Andriamihaja nombrándolo comandante en jefe -y convirtiéndolo en su amante, se decía- para luego invertir la política modernizadora de su difunto marido -al que algunos sospechan que envenenó- con el objetivo de preservar la soberanía cultural de Madagascar y asegurarse el apoyo popular, deteniendo la creciente influencia europea en el país. Primero puso fin al tratado de amistad firmado con Gran Bretaña; después pidió a los misioneros que no predicasen y cuando se negaron prohibió el cristianismo, buscando recuperar el tradicional culto animista de la gente. En realidad, el propio Radama había empezado a dar marcha atrás en ese sentido, al descubrir que los primeros conversos resultaban menos leales a la corona de lo deseable y aseguraban que su derecho no procedía de sus antepasados sino de Dios.
Hay que tener en cuenta que fueron los misioneros los que introdujeron la imprenta, con la que editaban biblias y cánticos religiosos pero que a la vez era una clásica herramienta de propaganda subversiva. Por eso y por la desaprobación popular, aunque Ranavalona relajó la mano durante sus priomeros seis años de reinado permitiendo a sus súbditos la asistencia a servicios religiosos y enseñanza en escuelas de la capital, terminó proscribiéndolo todo en 1835 y persiguiendo por brujería a decenas de misioneros que consideraba que no eran útiles para la nación; los que no sufrieron persecución -hubo dieciocho ejecutados, casi dos mil sancionados de diversas formas- optaron por irse.
Parte de ellos y todos los cristianos malgaches sorprendidos en prácticas cristianas o brujeriles -también en robos- debían someterse a la tangena, una forma de ordalía originaria de la Imerina del siglo XVI en la que el acusado mostraba su inocencia o culpabilidad ingiriendo un veneno extraído de la nuez del arbusto homónimo junto con pieles de pollo y agua con arroz o jugo de una planta que podía ser plátano o cardamomo. Se creía que dentro de la nuez habitaba un espíritu llamado Manamango, que podía contribuir a que el resultado de la prueba fuera veraz.
Si el acusado vomitaba las pieles en la dirección adecuada era declarado inocente, pues el pollo se consideraba una representación simbólica de la carne humana; en tal caso, el acusador perdía un tercio de la fianza monetaria que debía hacer previamente. Los otros dos tercios se los quedaban el acusado y la reina, explicando esto último, en parte, por qué en tiempos de Ranavalona se hicieron tan frecuentes los juicios mediante tangena (aunque conviene aclarar que los nativos de Imerina creían firmemente en el proceso y se sometían a él sin miedo, convencidos de poder superarlo).
No obstante, la tangena era diferente en función de la clase social. Los andriana (nobles) y los hova (ciudadanos libres) tenían derecho a que un perro o un gallo ingiriesen la ponzoña en su lugar y sólo la tomaban ellos si los animales morían; en cambio, los andevos (esclavos) debían beberla directamente. Quienes fallecían durante tan peculiar juicio eran enterrados en sitios inhóspitos con la cabeza orientada al sur en señal de deshonra. Según se cree, entre el veinte y el cincuenta por ciento de los casos terminaban en muerte, lo que constituyó un golpe demográfico que se amplió por otras razones que veremos enseguida.
Todas estas costumbres tan pintorescas y otras tremendas que la reina abolió -como dejar a los bebés en la calle para comprobar si su nacimiento será afortunado o no- pueden explicarse por la singularidad geográfica de Madagascar, una isla -la cuarta más grande del mundo-que permaneció básicamente aislada en casi todos sus aspectos desde que se separó del subcontinente indio hace sesenta y cinco millones de años. Es sabido que, evolutivamente, eso permitió el desarrollo de una fauna y flora únicas con un noventa por ciento de especies que son endémicas y no existen en ningún otro lugar del planeta, como los lemures, la boa, el geco, el fosa, varios tipos de baobabs y el ave elefante (que pesaba media tonelada y se extinguió en el siglo XVII), entre otras.
Toda esa febril política provocó la marcha de la mayor parte de los europeos, lo que suponía un peligro para la economía nacional. Por eso se ideó una forma de compensar el desequilibrio reforzando una tradición denominada fanompoana, un sistema de prestación servil forzosa, comunal, no remunerada y sólo durante algunos días rotatorios al año, que permitía sustituir con trabajo el pago de impuestos. Es decir, una versión local de la corvea que habían practicado muchas civilizaciones desde la Antigüedad en el Creciente Fértil hasta la Edad Media en Europa, o de la mita creada por los incas y adoptada luego por los españoles.
Lamentablemente, la fanompoana se puso en práctica de manera implacable, con castigos físicos disuasorios y condiciones tan duras que repercutió muy negativamente en la demografía: entre 1833 y 1839 la población se redujo a la mitad, pasando de unos cinco millones a dos y medio. Ida Laura Pfeiffer habla de decenas de miles de personas obligadas a pagar de esa forma y concluye que si el gobierno de esta mujer dura mucho más, Madagascar se verá despoblado… Sangre -y siempre sangre- es la máxima de la reina Ranavalona, y un día le parece desperdiciado a esta maligna mujer si no puede firmar al menos media docena de condenas a muerte.
Claro que Pfeiffer no era muy imparcial. En su descripción física de la reina dice que era de constitución fuerte y robusta, bastante siniestra, y en su opinión tenía más edad de la que decía. Otras referencias, acaso más fiables porque al parecer la austríaca no llegó a verla de cerca, explican que la cabeza y la cara son pequeñas, compactas y bien proporcionadas; su expresión, agradable, aunque a veces indica una gran firmeza. Parece ser que su piel era muy oscura, lo que seguramente proporcionaría un curioso retrato para las gentes de la época, al verla envuelta en los floripondios típicos de la moda romántica europea de la primera mitad del siglo XIX.
Volviendo al tema, el caso es que fanompoana y guerra se combinaron. Los habitantes de Imerina tuvieron que colaborar en esa prestación aportando, sobre todo, efectivos al ejército; de ese modo, Ranavalona contó con una fuerza de entre veinte mil y treinta mil hombres que le permitían mantener a raya cualquier intento secesionista y reducir a la condición de andevos a todos los que se rebelasen. Los andevos procedían fundamentalmente de las regiones litorales, las más insumisas, y se calcula que sumaron en torno a un millón entre 1820 y 1853; ya dijimos que el tráfico negrero era una de las bases económicas.
Por otra parte, las campañas de pacificación y expansión se cobraron alrededor de ciento sesenta mil vidas, unas perdidas en batalla, otras por las hambrunas que generaban los castigos en forma de tierra quemada y no pocas por las epidemias consecuentes. Respecto a esto último cabe añadir que los soldados merines procedían de las áreas montañosas centrales, donde apenas había malaria y por tanto carecían de defensas naturales contra ella; al operar en bajas cotas, donde abundaban los pantanos, caían como moscas calculándose unos cuatro mil quinientos cada año, de manera que Imerina fue quedando despoblada poco a poco.
Como cabía imaginar, Francia y Gran Bretaña no se quedaron de brazos cruzados y vieron en el tiránico gobierno de Ranavalona un casus belli para intervenir en Madagascar, país cuya influencia -o incluso propiedad- se disputaban desde años atrás. En ese sentido, conviene recordar que los franceses eran dueños de varias islas pequeñas del entorno, mientras que los británicos veían allí una base idónea para proteger su ruta hacia la India. Frente a ambos, dicen las últimas revisiones históricas, la reina quería mantener su independencia y autosuficiencia, de ahí que las dos potencias deformaran su verdadera imagen y la exagerasen hasta lo caricaturesco.
Los malgaches están divididos en eso. Los de fe cristiana corroboran que se trataba de una déspota sanguinaria y estrambótica, mientras que los nacionalistas ven en ella más bien una mandataria patriota y antiimperialista protectora de las tradiciones autóctonas. ¡No siento ni vergüenza ni miedo por las costumbres de mis antepasados! es una frase que se le atribuye y en una carta a los europeos residentes reconocía el bien que habían hecho y anunciaba su determinación de respetarles sus costumbres inglesas y francesas siempre que ellos hicieran otro tanto, estableciendo una separación radical entre la religión cristiana -exclusiva para los extranjeros- y la local -obligatoria para los malgaches-.
En realidad, ambas posturas no son incompatibles. Ranavalona podía ser excéntrica, dictatorial y despiadada, lo que no impide que quisiera mantener cierta soberanía orgullosa frente a la influencia foránea, pese a admitir lo bueno que pudiera traer. De hecho, se sabe que su secretario había sido educado por los ingleses y ella misma imitaba en el protocolo a las cortes europeas. En cualquier caso, no faltaron intentos externos de derrocarla. En 1829 una escuadra francesa de seis buques al mando del almirante Gourbeyre bombardeó el fuerte de Foulpointe y la ciudad de Ivondro, pero la artillería costera de la reina repelió el ataque y la malaria que sufrían las tripulaciones hizo el resto, obligando a los incursores a irse. Varias cabezas de infantes de marina caídos decoraron la playa clavadas en picas, como advertencia para futuros intentos.
En 1845 se llevó a cabo una nueva razia, esta vez a cargo de dos navíos franceses, el Berceau y el Zelée dirigidos por el almirante Romain-Desfossés y la fragata británica Conway del comandante Kelly. Consistió en el bombardeo de Tamatave, la segunda ciudad del país, situada en la costa este. Como explicación oficial de la misión se exigió una disculpa por la expulsión de los misioneros y la persecución a que se sometía a los cristianos y al no recibirla se pasó a las armas. Pero únicamente consiguió que el régimen se cerrara más sobre sí mismo, cargando los gastos de reconstrucción a los comerciantes extranjeros asentados en la isla y clausurando los puertos al exterior.
Recordemos que el rey Radama I había modernizado sus fuerzas gracias a un tratado con los británicos. Después, Ranavalona contrató a Jean Laborde, un aventurero galo, ingeniero y tratante de esclavos que había sido él mismo esclavizado al naufragar allí. Una vez liberado por la reina, se convirtió en el director de la incipiente industria armamentística local empleando a miles de hombres de la fanompoana para fabricar mosquetes, cañones y pólvora, de modo que el reino no tuviera que recurrir a compras en el exterior. Pero los conflictos no habían terminado y se reprodujeron en 1857 en forma de una extraña conspiración que incluía destronar a Ranavalona y coronar a su hijo Rakoto.
Joseph-François Lambert, también negrero, había firmado en 1855 la llamada Carta Lambert, por la que se le concedía la explotación de todos los minerales, bosques y tierras desocupadas en Madagascar a cambio de una regalía del diez por ciento. En un mensaje enviado a Napoleón III le pidió protección e intervención a cambio de propiciar la anexión de Madagascar, de acuerdo con Laborde y otros galos residentes. La trama fue descubierta y Ranavalona los expulsó -como decíamos, Ida Laura Pfeiffer quedó implicada involuntariamente-, si bien Laborde volvería cuatro años más tarde, ya con otro rey, para ser el primer cónsul francés en Madagascar.
La sucesión de Ranavalona no fue fácil. La reina tenía varios hijos y designó a Rakoto, quien se había desentendido del complot contra su madre (la cual, se decía, permitió deliberadamente que se desarrollara casi hasta el final para averiguar quién era leal y quién no en el gobierno). A Rakoto se le consideraba un progresista y por tanto los conservadores maniobraron para evitar su ascenso en favor de un sobrino, Ramboasalama. Por suerte, los otros hermanos -que eran primer ministro y jefe del ejército- le apoyaron y rodearon de tropas el palacio mientras obligaban a Ramboasalama a jurar fidelidad públicamente.
Ranavalona falleció el 16 de agosto de 1861. Fue un óbito plácido, mientras dormía, que no anticipaba lo agitado que iba a ser su funeral. Los fastos de éste incluyeron el sacrificio de doce mil cebúes, cuya carne se repartió entre la población, estableciéndose un luto de nueve meses. Igual que se hizo con sus predecesores, el cuerpo fue depositado en un ataúd recubierto de piastras de plata y enterrado en una tumba de la ciudad real de Ambohimanga. Sin embargo, un barril de pólvora destinado a los fuegos artificiales se prendió por accidente y explotó, destruyendo tres edificios del complejo palaciego y matando a varios asistentes.
Rakoto adoptó el nombre de Radama II y tomó el testigo, reabriendo el país a las potencias extranjeras. Concedió a Francia un monopolio comercial que, irónicamente, en el último cuarto del siglo serviría de excusa a los galos para invadir Madagascar. Él no llegó a verlo porque fue asesinado en 1863 en un magnicidio que agrupaba a militares y el primer ministro, temerosos de que los extranjeros se hicieran con todo. Una de sus esposas, Rasoherina, cristiana católica, prima suya y sobrina de Ranavalona I, pasó a ocupar el trono y a ella la sucedieron su hermana Ranavalona II y la sobrina de ésta, Ranavalona III, que fue la última reina porque los franceses la depusieron en 1897 e instauraron un protectorado. Resultó que su tía-abuela tenía razón.
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