En los hospitales españoles trabajan más de 8.000 colegas del televisivo doctor House o de Gregorio Marañón o Carlos Jiménez Díaz, los médicos que dan nombre a dos centros madrileños. A los tres les une una especialidad, la medicina interna, la columna vertebral de los hospitales. Prácticamente todos los pacientes que ingresan en uno son atendidos en algún momento por un internista, y sin embargo, su labor apenas es conocida. Víctor García Bustos, especialista en medicina interna del Hospital Universitario y Politécnico La Fe de Valencia, explica qué hacen y cuál es su metodología de trabajo. Lo primero es saber qué le ocurre a la persona que llega al hospital y para saberlo, antes de realizar cualquier prueba, los internistas recurren a una herramienta de diagnóstico muy eficaz: una conversación con el paciente.
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Todo el mundo sabe más o menos qué hace un cardiólogo o un oncólogo, pero probablemente muy pocas personas sabrían decir qué hace un internista. ¿Por qué?
La gente identifica bien las profesiones médicas que gozan de un gran prestigio, y aunque los internistas han sido importantes, se conoce menos nuestro trabajo quizá porque nuestra labor es transversal a todas las especialidades médicas. Intervenimos en diferentes aspectos de la patología de un paciente, estamos con él desde que ingresa en el hospital hasta que es dado de alta. Nuestro papel es clave porque en sociedades cada vez más envejecidas la pluripatología es lo habitual.
¿Esa característica define un modelo de atención?
Sí, define un modelo que denominamos ‘hospitalismo’ en el que la integración de todas las patologías que tiene un paciente y su abordaje global es cada vez más importante. Todas las especialidades lo son, pero la medicina interna aporta esa visión integradora de todos los problemas que puede tener un paciente. Esa visión redunda en una asistencia de muchísima más calidad que si cada especialista tratara al paciente de forma aislada. Por otra parte, el manejo conjunto de todas las patologías, valorando su interrelación, se traduce en un menor riesgo de reacciones adversas a los tratamientos.
Aunque, por lo general, los internistas no entren en el quirófano, ¿qué labor previa hacen a la intervención de un paciente?
Damos el OK, por así decirlo, para que pueda entrar en el quirófano. La asistencia compartida entre diversas especialidades cada vez está más extendida, especialmente en la atención al paciente pluripatológico. Hay unidades que están especializadas en el manejo de las comorbilidades (otras enfermedades del paciente, además de la de base) antes, durante y después de la cirugía.
¿Qué consecuencias tiene para el paciente esa coordinación?
Mejorar la situación en la que el paciente entra al quirófano evita que haya complicaciones intraoperatorias, facilita que la convalecencia y la recuperación sean mejores y soslaya efectos secundarios de los tratamientos evitando descompensaciones de enfermedades de base.
¿Qué papel jugaron los internistas durante la pandemia de covid-19?
¡Ufff, vaya recuerdos! Medicina interna fue el eje central de la atención, una de las especialidades que más lidió con la pandemia, la que más en la mayor parte de los hospitales. Tuvimos un papel muy importante en la asistencia de urgencias y en la hospitalización a domicilio, pero sobre todo durante las grandes oleadas de pacientes graves, no en estado crítico, que ingresaban finalmente en las plantas de hospitalización.
¿Realizan labores de asesoramiento, por ejemplo, a los profesionales de atención primaria?
Depende del hospital, pero en general sí en distintas modalidades. Por ejemplo, muchos internistas forman parte de unidades de hospitalización a domicilio y trabajan estrechamente con los equipos de atención primaria y de otras áreas muy importantes, como fisioterapia o trabajo social.
¿La calidad de un hospital puede medirse por la fortaleza de su servicio de medicina interna?
Sí, en los hospitales es fundamental un servicio de medicina interna potente que sea capaz de acompañar al paciente en todo el periplo de la enfermedad y coordinar toda la asistencia intrahospitalaria.
Marañón decía que “el mejor instrumento de exploración que tiene el médico es la silla”. ¿Es posible tomarse tiempo para escuchar al paciente en medio del trajín de un hospital?
La frase de Marañón es certera. Disponer de una buena historia clínica es imprescindible en esta especialidad, y para hacerla disponemos de una de las herramientas más importantes: ser el mejor oído tras un diván. Cualquier dato que pueda contar el paciente puede ser relevante, especialmente en los diagnósticos difíciles de desentrañar. Por eso, es tan importante ser paciente, saber qué preguntar y saber escuchar. Muchas veces es el paciente hospitalizado el que te cuenta el diagnóstico, solo hay que escucharle.
¿Qué otras cualidades debe tener un internista?
Tiene que ser una persona humilde, porque es imposible saber todo de todo por mucho que estés en una dinámica de repaso y reestudio permanente. En ese sentido, hay que ser tolerante a la frustración.
¿Hay que volver a esa visión humanista que reivindicaba Marañón, sin desdeñar lo que ha aportado la tecnificación de la medicina o el mundo nuevo que está abriendo la inteligencia artificial?
Al final todas son herramientas complementarias que permiten dar una asistencia de cada vez mayor calidad. No obstante, el primer paso es una buena historia clínica, que forma parte de esa visión humanista de Marañón. La historia clínica, en un porcentaje muy alto de casos, permite acotar la gran cantidad de diagnósticos posibles a unos pocos o incluso al diagnóstico definitivo.
¿Por qué se decidió por ser internista cuando aprobó el MIR?
En la carrera me apasioné por prácticamente todas las asignaturas y pensé en ser muchas cosas, desde cardiólogo a nefrólogo. Me incliné por medicina interna porque me gusta toda la medicina, el diagnóstico difícil, la complejidad, la medicina casi como arte.
¿Habría vivido más cómodo y ganando más en otras especialidades?
Sin duda. Una vez me dijeron: “¿Por qué no haces dermatología y te montas tu consulta privada? Vas a ganar más dinero y te vas a quemar menos”. En el último curso de la carrera opté por medicina interna, no para saber si me gustaba, que sabía que me iba a encantar, sino para saber si todos los contras que me habían contado (guardias, etc.) podían disuadirme.
¿Dudó en algún momento?
Todo lo contrario. Descubrí que todo lo que me decían que no me podía gustar a mí me apasionaba, como el paciente difícil cuyo diagnóstico se resiste o el pluripatológico al que hay que encontrar un tratamiento a medida que no contemplan las guías. Tampoco me importaba dormir menos durante las guardias o trabajar más que en otras especialidades, porque estaba haciendo lo que realmente me llenaba, era mi vocación.
¿Se siente un poco doctor House o la serie de televisión no refleja bien el trabajo de los internistas?
Al margen del toque cinematográfico de la serie, refleja algo que define esta especialidad: el descubrimiento de la enfermedad como un puzle en el que tienes que encajar muchísimas piezas sobre un organismo cambiante, el del paciente. Uno de los principales atractivos de la medicina interna es el diagnóstico a estudio en cada paciente.
¿Hay casos tan complejos como los que presentan las series médicas?
Por supuesto. Puede haber un paciente con una fiebre misteriosa y una lista de cientos o miles de enfermedades que pueden causarla. Dar finalmente en el clavo, con el tratamiento y con la curación es un estímulo intelectual fantástico. Es una buena y beneficiosa droga para el médico.