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Los arrepentidos del nuevo ateísmo: preguntaron por el sentido de la vida y vieron respuestas

Autor: P.J.G.

Richard Dawkins, Sam Harris, Christopher Hitchens y Daniel Dennett fueron considerados entre los 90 y el 2010 los grandes autores del llamado “nuevo ateísmo”, por lo general centrados en criticar las religiones como anticientíficas, pensamiento mágico y, más grave aún, inmorales e injustas. En Francia se les suele añadir a Michel Onfray.

Su estilo era pendenciero, su prosa de brocha gorda, no distinguían apenas entre distintas ramas del cristianismo, ni afinaban mucho al escribir de historia de la ciencia, ni historia de ningún otro tipo (por ejemplo, acusando a la religión de ser la causa de la mayoría de las guerras; un repaso a la historia de la guerra muestra que menos del 7% de las guerras tiene causas religiosas, y la mayoría de ellas implica al Islam, una religión con apenas 13 siglos de historia).

El “nuevo ateísmo” era materialista pero, al contrario que el viejo, no seguía la ortodoxia comunista, e insistía en considerarse muy, muy científico y empírico (o, al menos, probabilístico). Que en la Unión Soviética existiera la asignatura de “Ateísmo Científico” les parecía vintage o irrelevante. El ateísmo soviético no les interesaba, y no se daban cuenta de que en varios aspectos no eran tan distintos.

Doce arrepentidos del nuevo ateísmo

En 2023 se publicó un libro en inglés titulado Coming to Faith Through Dawkins (Llegando a la fe mediante Dawkins), editado por Denis Alexander (prestigioso biólogo molecular impulsor del Instituto Faraday de Ciencia y Religión, en Cambridge) y Alister McGrath (biofísico y clérigo anglicano, interesado en el mundo del ateísmo). Hacen una recopilación de 12 ensayos-testimonios en primera persona por 12 autores distintos.

El libro con sus dos editores: Alexander y McGrath seleccionaron los testimonios y los enmarcaron con un prólogo y análisis.

Coming to Faith Through Dawkins, selección del biólogo molecular Denis Alexander y biofísico y clérigo anglicano Alister McGrath

Los doce cuentan que en algún momento leer a Dawkins, Harris, Hitchens o Dennett les llevó al ateísmo o les afianzó en su hostilidad a la religión y el cristianismo. Durante un tiempo se consideraron parte del “nuevo ateísmo”. Hoy cada uno de ellos es cristiano. Venían de la bioquímica, la filosofía, la ciencia política, la ecología o la ingeniería, y escribían desde lugares tan diversos como EEUU, Hungría, Sudáfrica y Egipto.

La bióloga y cristiana Sara Sybesma Tolsma, al reseñar este libro, apunta las características comunes de los 12:

1) Eran personas muy cultas, que leyendo al “nuevo ateísmo” (a menudo el libro El espejismo de Dios, de Dawkins) se convencieron de que ciencia y religión eran incompatibles;

2) Tenían un perfil psicológico similar: escépticos, curiosos, pensadores críticos, amaban la ciencia y el derecho a hacer preguntas; algunos, en entornos religiosos, se sentían muy molestos porque no les dejaban hacer preguntas o no les daba respuestas inteligentes;

3) El “nuevo ateísmo” funcionó para ellos durante un tiempo… pero llegó un momento en que todos sintieron “una sensación de vacío, sensación de que hay algo más”, detalla Sybesma.

Hay 2 cosas principales que les llevaron a replantearse su ateísmo:

1) a menudo, una crisis vital (una ruptura familiar, un fallecimiento) les llevaba a preguntarse en serio por el sentido de la vida y la muerte;

2) en otros casos, trabajar de cerca con los pobres y necesitados, o las víctimas de injusticias, les hizo preguntarse en serio por el bien, el mal y la fraternidad.

El bien y el mal, la vida y la muerte… los dos grandes temas, que vistos de cerca resuenan distinto.

Ante sus preguntas sinceras y profundas, se volvían a leer los libros de Dawkins y otros ateos y les resonaban distinto: huecos, enojados, condescendientes, irrespetuosos. “Observaron que Dawkins criticaba a la religión por oponerse a investigar más, pero luego él desanimaba a sus lectores de seguir investigando“.

En la foto, el activista ateo Richard Dawkins con esqueletos de animales extinguidos detrás. Parecen bestias temibles, pero solo son huesos muertos enganchados con bridas y palos, como muchos argumentos del nuevo ateísmo.

El activista ateo Richard Dawkins con esqueletos de animales extinguidos detrás

Los cristianos que les ayudaron: pacientes, razonados

Los doce autores del libro investigaron, leyeron y hablaron con cristianos. La clave está en que estos cristianos solían ser distintos a otros que habían conocido de jóvenes. Descubrían ahora unos cristianos que les gustaban porque:

1) se tomaban en serio las ideas interesantes, aunque no estuvieran de acuerdo;
2) aceptaban que hubiera preguntas, las alentaban, se las tomaban en serio;
3) eran cristianos que valoraban la lógica, la razón, la argumentación; sus predicaciones eran intelectualmente sólidas;
4) muchos descubrieron un autor que les tocó y acompañó a la fe: C.S.Lewis, el autor de Mero Cristianismo y Crónicas de Narnia.
5) Valoran que esos cristianos eran amables y pacientes, y luego daban ejemplo de bondad cristiana.

De todo esto, Sybesma saca una conclusión: “Aprendí que el ateísmo no es la mayor amenaza para el cristianismo. La mayor amenaza para el cristianismo es la apatía“. A los cristianos les anima a perseverar en su paciencia, cordialidad y en “apuntalar los cimientos intelectuales de la fe”.

Un repaso a los 12 conversos y sus razones

Otra reseñadora del libro es Kristine Johnson, ingeniera de sistemas avanzados en Honeywell Aerospace y vicepresidenta de la Christian Engineering Society. Ella destaca algo de cada autor.

Sy Garte era un científico que creció en un hogar ateo y marxista que valoraba la ciencia, la historia y el humanismo. Cuando llegó finalmente al cristianismo se sintió bastante solo porque “no conocía a ningún otro científico que fuera cristiano” (para eso hay asociaciones como la Sociedad de Científicos Católicos). Su argumento es que, ya siendo cristiano, veía que los libros ateos en realidad usaban argumentos muy pobres y poco precisos.

Sarah Irving-Stonebraker era una historiadora atea que logró su sueño de tener doctorado y beca en Cambridge y Oxford. Allí encontró cristianos que eran eminencias en ciencias y ateos que no podían dar respuestas satisfactorias a las grandes preguntas sobre el sentido de la vida. “Llegué a la conclusión de que el ateísmo no podía proporcionar respuestas adecuadas a las grandes preguntas; no podía dar sentido a lo que veía como historiadora y a lo que experimentaba sobre la difícil situación humana de vivir en un mundo que no satisface nuestros anhelos más profundos”, escribe la historiadora. “Decidí que las explicaciones de la Biblia sobre quién es Dios, quiénes somos y de qué se trata la vida eran verdaderas. Quería seguir al Dios que me creó, me ama y murió por mí”.

Peter Byrom era un estudiante universitario rebelde y hedonista. Un amigo suyo, ateo, se hizo cristiano, mientras otro abandonó la fe y se hizo ateo. Quiso investigar el tema y leyó a Dawkins. “[Dawkins] Me sacó de mi apatía e insistió en que siguiera la evidencia a donde me llevara. Lo que pasa es que la evidencia me llevó a donde él (y yo, inicialmente) no quería que fuera, y resultó que su ateísmo no era tan hermético como había afirmado”.

Anikó Albert es una mujer de Hungría educada en una familia agnóstica en época soviética. Siendo profesora en Jamaica empezó a tratar con católicos. Tras los atentados yihadistas del 11-S leyó los libros del nuevo ateísmo y le convencieron de los “males de la religión”. Pero con el tiempo, y con más trato con gente del ambiente ateo, vio incoherencias, errores y selección sesgada de sus datos. Dio otra oportunidad a los cristianos y encontró una comunidad inteligente y acogedora que daba respuestas.

Andrew G. Gosler estudiaba la naturaleza, en concreto las grandes aves, los nidos de abeja, la miel y la cera… y lo que veía le llevaba a la fe y al sentido, no al ciego destino animal. “Toda vida pende de un hilo y, por lo tanto, toda vida es sagrada y se basa no en el egoísmo sino en la interdependencia mutua, que es la verdad; el espíritu del amor y la paz”, fue su hilo conductor.

Johan Erasmus, afrikáner sudafricano, quedó seducido por el cristianismo de Erasmo de Rotterdam al ver que su razón para creer no se reducía a un par de argumentos apologéticos. “Pensar que un videoclip de ocho minutos va a “destruir” una cosmovisión compleja es una tontería. Quizás la razón por la que me molesta tanto cuando los cristianos caen en este vórtice polémico es porque sé la frustración que siento cuando los ateos hacen el mismo movimiento”, escribió.

Nick Berryman consideraba que “la ciencia y la religión estaban en oposición, y yo había elegido el lado de la ciencia”. Pero al investigar el cristianismo intelectualmente, lo encontró sólido y persuasivo. Especialmente Jesús era muy persuasivo. Y lo que leía en El espejismo de Dios era, en comparación, muy insuficiente.

Louise Mabille dice que creció pensando que “la creencia religiosa era para los ligeramente atrasados, y el teísmo fue adoptado por los brillantes e inquisitivos”. Pero leyó El Espejismo de Dios y dice: “Lo que más me molestó y más contribuyó a mi eventual conversión al cristianismo fue que hacía enormes afirmaciones que luego no cumplía“. En concreto, dice, sus afirmaciones estadísticas y de probabilidad al final apuntaban a favor de un diseñador, una mente, detrás de la creación.

Rafik Samuel era hijo de un psiquiatra que además era predicador y apologista cristiano. A los 13 años Rafik adoptó el nuevo ateísmo y convenció a sus amigos a sumarse a esa corriente. Pero un día vio un debate entre Christopher Hitchens y el cristiano William Lane Craig y le pareció que Hitchens ni siquiera entraba en los argumentos lógicos de Craig. Investigó más autores cristianos, encontró buenos argumentos y se enamoró de Jesús.

Judith R. Babarsky tuvo una conversión intelectual, razonada, basada en lecturas… y sus lecturas de Dawkins le convencieron de que Dawkins no había intentado presentar la postura cristiana de manera justa y objetiva, no era una forma científica de afrontar el tema, pensó.

Waldo Swart era un cristiano afrikáner en Sudáfrica, al que nadie en su iglesia daba respuestas serias o inteligentes a sus preguntas. Abrazó el nuevo ateísmo hasta que conoció un amigo cristiano con buenos argumentos. Para defenderse se volcó en más lecturas ateas, que cada vez le parecían más flojas. “No fue la creencia de un cristiano lo que me convenció, sino la incredulidad implacable de un agnóstico”, escribió.

Ashley Lande es hoy una artista cristiana, pero en su juventud rebelde abrazó el ateísmo, las drogas, el orientalismo y la Nueva Era. Buscaba satisfacción pero sólo encontró desesperación. Cuando su esposo decidió probar con el cristianismo, lo acompañó y así conoció a Cristo. Los libros de Hitchens le parecían inútiles. “Yo solo quería a Jesús. Necesitaba a Jesús. En una revelación repentina que fue pura gracia, finalmente vi la verdad”, escribe.

Kristine Johnson considera que el libro nunca es sarcástico o despectivo con los autores del nuevo ateísmo, sino reflexivo. “He encontrado sus historias inspiradoras, recomiendo absolutamente este libro”, escribe la ingeniera.

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