- Autor, Lebo Diseko, corresponsal de religión global de BBC News, y Julia Carneiro
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Cuando la policía de Río de Janeiro confisca paquetes de cocaína y marihuana, es muy probable que los encuentre marcados con un símbolo religioso: la estrella de David.
No es una referencia a la fe judía, sino a la creencia de algunos cristianos pentecostales de que el regreso de los judíos a Israel conducirá a la segunda venida de Cristo.
El cartel que vende estas drogas de marca es el Tercer Comando Puro, uno de los grupos criminales más poderosos de Río, famoso tanto por hacer desaparecer a sus oponentes como por su fanatismo cristiano evangélico.
Tomaron el control de un conjunto de cinco barrios de favelas en el norte de la ciudad, conocido ahora como el Complejo Israel, después de que uno de sus líderes tuvo lo que él creyó una revelación de Dios, afirma la teóloga Vivian Costa, autora del libro “Traficantes evangélicos”.
Costa explica que estos mafiosos se ven a sí mismos como “soldados del crimen”, con Jesús como “el dueño” del territorio que dominan.
Algunos los han apodado, de forma controvertida, “narcopentecostales”.
Un rifle y la Biblia
Un hombre que tiene experiencia en el crimen y la religión -aunque en su caso, no a la vez- es el pastor Diego Nascimento, quien se convirtió al cristianismo después de escuchar el evangelio de boca de un gánster con un arma en la mano.
A simple vista es difícil creer que este ministro metodista wesleyano de 42 años de aspecto infantil, con una sonrisa fácil y hoyuelos en las mejillas, fuera en el pasado miembro de la notoria pandilla criminal Comando Rojo de Río, dirigiendo sus actividades en la favela Vila Kennedy de la ciudad.
Cuatro años en prisión por tráfico de drogas no fueron suficientes para que abandonara el crimen. Pero, cuando se volvió adicto al crack, su posición en la banda cayó.
“Perdí a mi familia. Viví prácticamente en la calle durante casi un año. Llegué al punto de vender cosas de mi casa para comprar crack“, relata.
Fue entonces, cuando estaba en su peor momento, cuando un conocido traficante de drogas de la favela lo llamó.
“Comenzó a predicarme, diciéndome que había una salida, que había una solución para mí, que era aceptar a Jesús”, recuerda.
El joven adicto siguió ese consejo e inició su camino hacia el púlpito.
El pastor Nascimento todavía pasa tiempo con criminales, pero ahora es a través de su trabajo en las cárceles donde ayuda a las personas a cambiar sus vidas, como hizo él.
Pese a haber sido convertido por un mafioso, considera una contradicción la idea de criminales religiosos.
“No los veo como creyentes evangélicos”, afirma.
“Los veo como personas que van por el camino equivocado y tienen miedo de Dios porque saben que Dios es quien guarda sus vidas”.
“No existe la combinación de las dos cosas, ser evangélico y matón. Si una persona acepta a Jesús y sigue los mandamientos bíblicos, no puede ser traficante de drogas”.
“Vivir bajo asedio”
Según algunas predicciones, el cristianismo evangélico superará al catolicismo como la religión más importante de Brasil a finales de esta década.
En su expansión, el carismático movimiento pentecostal ha resonado particularmente entre la gente que vive en las favelas plagadas de pandillas, y ahora algunas de estas están recurriendo a elementos de la fe con la que crecieron para ejercer su poder.
Una de las acusaciones de las que son objeto es que utilizan la violencia para reprimir a las religiones afrobrasileñas.
Christina Vital, profesora de sociología en la Universidad Federal Fluminense de Río indica que las comunidades pobres de Río de Janeiro llevan mucho tiempo viviendo “bajo asedio” de las bandas criminales, y esto ahora está afectando a su libertad de religión.
“En el Complejo de Israel no se puede ver a personas con otras creencias religiosas practicándolas públicamente. No es una exageración hablar de intolerancia religiosa en ese territorio”, explica.
Vital dice que también se han cerrado centros religiosos afrobrasileños de Umbanda y Candomblé en los barrios circundantes, y que los pandilleros a veces dibujan mensajes en las paredes como “Jesús es el Señor de este lugar”.
Los fieles de las religiones afrobrasileñas se han enfrentado a prejuicios durante mucho tiempo, y los traficantes de drogas no son las únicas personas que los han atacado.
Rita Salim, quien dirige el Departamento de Delitos Raciales e Intolerancia de la policía de Río, afirma que las amenazas y los ataques de las bandas de narcotraficantes tienen un impacto especialmente poderoso.
“Estos casos son más graves porque son impuestos por una organización criminal, por un grupo y su líder, que siembra el miedo en todo el territorio que domina”.
Señala que se ha emitido una orden de arresto contra el hombre que se considera el jefe criminal número uno en el Complejo Israel por supuestamente ordenar a hombres armados que atacaran un templo afrobrasileño en otra favela.
“Neocruzada”
Si bien las acusaciones de extremismo religioso en las favelas de Río comenzaron a llamar la atención a principios de la década de los 2000, el problema ha “aumentado drásticamente” en los últimos años, según Marcio de Jagun, coordinador de Diversidad Religiosa del Ayuntamiento de Río.
Jagun, quien es un babalorixá (sumo sacerdote) de la religión Candomblé, asegura que el problema ahora es nacional, con ataques similares registrados en otras ciudades brasileñas.
“Es una forma de neocruzada”, lamenta. “El prejuicio detrás de estos ataques es tanto religioso como étnico, con forajidos que demonizan las religiones de África y afirman desterrar el mal en nombre de Dios”.
Pero la religión y el crimen han estado entrelazados durante mucho tiempo en Brasil, asevera la teóloga Vivian Costa. En el pasado, los gánsteres pedían protección a las deidades afrobrasileñas y a los santos católicos.
“Si nos fijamos en el nacimiento del Comando Rojo, o el nacimiento del Tercer Comando, las religiones afro (y el catolicismo) han estado ahí desde el principio. Vemos la presencia de San Jorge, la presencia de Ògún (deidad afrobrasileña), los tatuajes, los crucifijos, las velas, las ofrendas.
“Por eso, llamarlo narcopentecostalismo es reducir esa relación tan histórica y tradicional entre crimen y religión. Yo prefiero llamarlo ‘narcoreligiosidad'”, sentencia.
Sin importar cómo se denomine a esta mezcla de fe y criminalidad, una cosa parece clara: pone en peligro la libertad religiosa, un derecho consagrado en la Constitución brasileña.
Y es una forma más con la que los narcotraficantes violentos causan daño a las comunidades obligadas a vivir bajo su dominio.
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