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“Practicar ejercicio físico ayuda a reducir el riesgo de padecer cáncer hasta en un 30%”

Autor: heraldo.es

“En pleno tratamiento de quimioterapia me iba a hace yoga todas las semanas. Diariamente andaba con mi hermana lo que podía, cuatro, cinco o incluso seis kilómetros. Físicamente llegaba agotada casa, pero descansaba mentalmente y me encontraba mucho mejor”. Cristina T., zaragozana de 36 años, es una de las muchas pacientes con cáncer de mama que recurrieron al deporte como “tabla de salvación” en uno de los peores momentos de su vida. Pero su caso no es único… Son muchas más las pacientes oncológicas que han seguido su ejemplo.

Que el ejercicio físico es una herramienta muy eficaz para prevenir y manejar muchas de las secuelas de la propia enfermedad oncológica es algo que no solo perciben las propias pacientes, sino que se trata de una evidencia científica. En los últimos años son cada vez más numerosas las publicaciones científicas oncológicas que recogen estudios en los que se defiende, con mucho rigor, cómo el ejercicio físico mejora los parámetros del cáncer, desde la prevención hasta la fase de preparación del paciente de cara al tratamiento. 

“Se ha visto que practicar ejercicio físico ayuda a reducir el riesgo de padecer cáncer hasta en un 30%, (de mama, colon, vejiga, endometrio y estómago) y reduce en un 20% el riesgo de mortalidad específica”, indica Julio Lambea, oncólogo del Hospital Clínico de Zaragoza y presidente de la Asociación Española Contra el Cáncer en la capital aragonesa

Desde hace años se sabe que el ejercicio físico es una herramienta muy eficaz para prevenir y manejar muchas de las secuelas de la propia enfermedad oncológica. En este sentido, la doctora Elena Aguirre, directora del Instituto Oncológico Quirónsalud Zaragoza, recomienda una serie de pautas que pueden ayudar a reducir el riesgo de padecer cáncer de mama. “Las guías clínicas, así como la Organización Mundial de la Salud (OMS), aconsejan un tipo de ejercicio combinado con 150 minutos semanales de actividad cardiovascular, como caminar, correr o nadar, y dos sesiones a la semana de entrenamiento de fuerza de unos 30 minutos cada una. A su vez, es conveniente seguir una dieta mediterránea, rica en frutas y verduras, limitando las grasas y evitando alcohol”, apunta.

“Las guías clínicas aconsejan un tipo de ejercicio combinado con 150 minutos semanales de actividad cardiovascular y dos sesiones a la semana de entrenamiento de fuerza”

Ya con el diagnóstico en la mano, también se ha comprobado que iniciar la práctica de ejercicio físico antes de arrancar con los tratamientos puede tener numerosos beneficios para la recuperación posterior. “Esto se incluye dentro del concepto de prehabilitación, un abordaje desde varias disciplinas, del cual en Zaragoza tenemos una unidad pionera”, explica Pablo Gargallo, fisioterapeuta, docente e investigador en la Universidad San Jorge, y miembro del Servicio de Orientación en Fisioterapia de la Asociación Española Contra el Cáncer de Zaragoza, un servicio que nace fruto de la colaboración entre ambas entidades.

En el caso del dolor, el ejercicio físico puede contribuir a una mejora significativa, aunque para ello será necesario la implicación de un equipo multidisciplinar con el fin de que “en cada fase de la enfermedad se haga lo adecuado. En este equipo, además, del oncólogo, tiene que haber un médico rehablitador, nutricionistas, y otros profesionales médicos”, apunta Julio Lambea, oncólogo del Hospital Clínico de Zaragoza.

Mitigar los efectos secundarios

Las pacientes diagnosticadas también encuentran en el ejercicio un gran compañero de viaje para mitigar los efectos secundarios. En el caso del cáncer de mama se ha comprobado que entre el 16 y el 43% de las afectadas sufren limitación funcional en el hombro, y también inflamación, dolor o reducción de la fuerza y la flexibilidad en el miembro superior un año después de la operación. Además, son testigo de fuertes episodios de fatiga, depresión o linfedema, en algunos casos. “Uno de los principales problemas es la astenia, una fatiga intensa que afecta a la mayoría de las mujeres sometidas a tratamientos oncológicos”, explica Elena Aguirre, quien asegura que el deporte ayuda a combatir ese agotamiento, mejorando su calidad de vida y convirtiéndose en un elemento esencial para su bienestar físico y emocional.

Otro aspecto que se mejora con el ejercicio físico es la salud ósea, que en el proceso oncológico se ve habitualmente alterada por algunos tratamientos, como los hormonales. “En ese caso es necesario realizar ejercicio con un estímulo de carga suficiente y adecuado para producir mejoras. Incluso en aquellas personas con metástasis ósea, algo por desgracia habitual en estadios avanzados del cáncer de mama, el ejercicio físico es una opción segura y eficaz cuando es adecuadamente prescrito. Puede que ya no tanto para mejorar el estado de los huesos, si no para mejorar esa capacidad de movimiento e incluso para reducir el dolor”, apunta Pablo Gargallo, fisioterapeuta y docente

A la hora de decantarse por el tipo de ejercicio más adecuado, todas las guías sobre actividad física y ejercicio de las principales entidades sanitarias recomiendan incluir ejercicio aeróbico y ejercicio de fuerza, aunque la mayoría apuesta también otras modalidades de ejercicio como flexibilidad, equilibrio o coordinación. 

Las razones por las que se recomienda incluir esas dos principales modalidades de ejercicio son muchas: mejoran la condición cardiorrespiratoria, ayudan a prevenir y/o manejar muchas secuelas, tiene efectos beneficiosos sobre el sistema inmune, e incluso se cree que pueden mejorar la tolerancia a algunos tratamientos oncológicos.

 “Además, se está viendo que un porcentaje mayor de masa muscular y de fuerza muscular, no solo tiene repercusiones sobre el movimiento o el riesgo de caídas, si no que el músculo también actúa como un órgano regulador importante en el organismo”, confirma Pablo Gargallo.

Y si es cierto que el ejercicio es bueno para los pacientes de cáncer antes, durante y después del tratamiento, otros estudios aseguran que “mayores niveles de actividad física se relacionan con menor riesgo de recurrencia. Pero no solo eso, también disminuye el riesgo padecer otros problemas de salud muy prevalentes en personas con cáncer, como los cardiovasculares, e incluso el riesgo de mortalidad por cáncer u otras enfermedades”, concluye Gargallo.

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