Víctor Miguel Pérez Velasco se define rápidamente. Fue uno de esos jóvenes antifranquistas que durante la década de los setenta llegaron a creer que sólo se podía ser demócrata desde la izquierda. “Engaño vil que me ofende cada vez que lo recuerdo”, dice. Llegó a ser secretario federal de Formación del renovado Partido Sindicalista, escisión de la CNT, hasta mediados de 1981. Cuando su formación se integró en Izquierda Unida, abandonó la militancia. Antes de eso se había licenciado en Psicología y, tiempo después, sacó adelante un doctorado. Toda su vida laboral ha estado ligada a ese campo, desempeñando cargos de relevancia en el Colegio Oficial de Psicólogos y en la Revista de Psicología del Trabajo y de las Organizaciones. Tenía sentido, por tanto, que aportara su particular visión clínica sobre el desarrollo histórico y social de la ideología que marcó su vida desde que empezó a pensar. El marxismo, una religión sin Dios (Última Línea), es un estudio exhaustivo sobre las religiones y las ideologías, un análisis de psicología social y una investigación que ayuda a comprender el auge dogmático de aquella “pseudociencia”, según Karl Popper, que a día de hoy continúa contando con millones de fieles en todo el mundo. Hablamos con él:
Pregunta: Pongámonos bíblicos y tergiversemos a Poncio Pilato: ¿Qué es la verdad… para un marxista?
Respuesta: Es curioso que me hagas esa pregunta. Mira, cuando era estudiante universitario, el marxismo era hegemónico y no era rara la asignatura donde no estuviese presente. Como consecuencia, tuve que hacer un trabajo sobre la función del cerebro según la versión marxista leninista y su enfoque materialista. Para abordar qué es la verdad para el marxismo debería explicarse antes qué es la no-verdad en el marxismo clásico. Y la no-verdad es definible como la presencia de la ideología, opuesta a la realidad material objetiva que refleja nuestro cerebro. Es decir, que el cerebro viene a ser algo así como un espejo que sólo nos engaña cuando se introducen en él elementos ideológicos. La Ideología en el lenguaje marxista se define como “una falsa representación de la realidad absorbida por nuestro cerebro y que se instala en nuestra conciencia por la influencia adoctrinadora y coercitiva de la superestructura para someternos, controlarnos, dominarnos y explotarnos”. ¿Quiénes componen la superestructura? La clase dominante. A saber: la burguesía explotadora, las religiones, los ejércitos, las universidades y las instituciones que componen el aparato represivo del Estado. ¿Qué es entonces la verdad para un marxista? La verdad es la realidad, los conceptos filosóficos, científicos, leyes físicas, etc., que no están contaminados de la ideología dominante. El cerebro, espejo neutral, debe limpiarse de la ideología burguesa tóxica, recurriendo al materialismo filosófico, histórico y científico, que eliminará toda huella ideológica del saber humano. Así se desinfectará nuestro cerebro de los elementos cognitivos tóxicos que falsean la realidad y, consecuentemente, nos acercará a la verdad. En otras palabras, para un marxista la verdad materialista se opone a la verdad idealista, por lo que lo espiritual emerge como un enemigo de lo verdadero.
P: Cabe preguntarse entonces por qué existe “lo espiritual” y “lo religioso”. De dónde viene. O, por seguir con la misma pregunta, ¿qué relación tienen las religiones con la verdad? ¿Y con la ciencia?
R: Lo cierto es que la separación entre ciencia y religión es relativamente reciente. Podría situarse hacia el siglo XVII, a partir del surgimiento de la Ilustración. La religión y la ciencia tienen puntos de concomitancia, pero movilizan metodologías y estilos de aproximación a la realidad y a la verdad radicalmente distintos. Si nos situamos en las religiones tradicionales, éstas requieren de obediencia, de fe, de respeto a las tradiciones y, sobre todo, recurren a dogmas incuestionables que fundamentan los principios de estas comunidades. Se puede asegurar que las religiones recurren a estructuras autoritarias. Las religiones no buscan la verdad, persiguen su perpetuación y en buena medida el proselitismo necesario para que el número de sus fieles vaya creciendo de forma progresiva. En sentido opuesto, la ciencia, en su búsqueda de la verdad, no conoce de limitaciones, no acepta dogmas, vive en constante sospecha de que sus hallazgos no son definitivos y busca de forma creciente la profundización en el conocimiento sobre las leyes naturales. Todo con el objetivo de poder hacer predicciones replicables y rigurosas. El método científico no conoce límites a la hora de buscar acceso a la verdad. Investiga, cuestiona y avanza de forma imparable en la mejora de los conocimientos de nuestro mundo, nuestras galaxias o nuestro universo. En este entorno, cada nueva teoría puede refutar la anterior. Y el dogma, por tanto, no existe. Las religiones tradicionales, especialmente, usan de verdades reveladas ya transmitidas por la “divinidad” a través de los profetas, y observan de reojo cómo la ciencia se acerca o se aleja, de forma amenazante, a estas verdades. Cuando las evidencias científicas contradicen la verdad revelada, a duras penas las religiones las aceptan. Las reelaboran o hacen tibias interpretaciones tangenciales a fin de mantener sus dogmas intactos. La religión requiere fe. Así que sólo muy excepcionalmente digiere los hallazgos científicos evidentes y consolidados. En cambio, la ciencia pide crítica, argumentación, mente abierta y ausencia de dogmatismo, no dando nunca por concluida cualquier verdad desvelada, porque en cualquier momento puede ser cuestionada, rechazada, superada o mejorada. Esto no inhibe que en la ciencia se den movimientos o enfoques contradictorios que sólo se resolverán a fuerza de argumentación y pruebas sólidas, pero nunca mediante el recurso a dogmas incuestionables. En cualquier caso, es legítimo insistir en que el objetivo final de las religiones es servir de guía moral o vital de sus fieles, para ayudarles a conducirse en esta vida. La ciencia, por otro lado, tiene como objetivo incansable la búsqueda de la verdad de las leyes naturales que nos rodean. Ese es el punto inicial en el que divergen.
P: Lo preguntaba por el enfoque materialista y supuestamente cientificista del marxismo. ¿En qué momento la ciencia puede convertirse en no-ciencia?
R: Sí. Yo argumento que el marxismo es una religión y, por tanto, dogmático. En ese sentido, tiene poco de científico, en realidad. En mi trabajo he detectado hasta cuatro dogmas del marxismo: 1. El capitalismo es perverso; 2. El comunismo es el sistema llamado a sustituir al capitalismo; 3. El marxismo es científico; y 4. El proletariado es el motor de la historia. Ahí quedan. La existencia de cuatro dogmas en esta nueva religión la aleja del método científico, pero además, la praxis del marxismo, con su colapso en el siglo pasado, lo refuta como una teoría social replicable. Y no queda ahí la cuestión: el filósofo y epistemólogo Karl Popper, aplicando su teoría del “falsacionismo”, concluye que el marxismo es una “pseudociencia”. Pero, por resumirlo, si aceptamos que la ciencia es incompatible con la existencia de dogmas, porque impiden el acceso a la verdad objetiva, debemos concluir que una ciencia dogmática nunca será ciencia. En sentido opuesto, el marxismo, merced a sus dogmas, sí se puede confirmar como una religión laica.
P: ¿Por qué existe la religión?
R: Las estimaciones al respecto sitúan en 4000 las religiones existentes en el mundo, aceptando que cada una de ellas tiene sus propias creencias, ritos, simbologías, rituales, valores, etc. Con su peculiar concepción específica de Dios, de lo divino y de lo sagrado. Respecto al tipo de religiones, la fórmula más simple aceptada para su clasificación a partir de su concepción de Dios y lo divino las divide en cuatro tipos: monoteístas, politeístas, panteístas y no teístas. Pero para buscar una definición, de las muchas existentes, yo he elegido cuatro, que aportan enfoques diferentes. Desde una perspectiva antropológica, el antropólogo británico Edward Tylor dijo que la base de las religiones se encuentra en el animismo, “una tendencia universal del ser humano en atribuir vida consciente a fenómenos y objetos inanimados”. Marx afirmaba que, para él, “la religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón y el alma de unas condiciones sociales sin alma. Es el opio del pueblo. La abolición de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es una necesidad para su verdadera Felicidad”. Stemberg, que estudió profundamente las religiones orientales, decía que “la religión es una de las formas de lucha por la existencia, que se explica allí donde los esfuerzos del hombre, todas las posibilidades de su intelecto, todas las actitudes de su genio y de su inventiva, se revelan impotentes”. Y, en sentido discrepante, Dawkins, el biólogo y autor del Gen egoísta, entiende que la genética no tiene nada que ver con las creencias espirituales, además de considerar a la religión como, un “virus de la mente”, creadora de mitos, irracionalidad y falsedades, que no desempeña ninguna función biológica ni aporta ningún tipo de ventaja. En mi opinión, lo cierto es que las religiones proveen a los individuos de beneficios psicológicos de gran importancia para la vida individual y social de una comunidad, pero también pueden producir efectos indeseables. Las religiones protegen del miedo, son fuente motivacional, producen estabilidad emocional, refuerzan la autoestima, sirven de guía moral, dan significado e identidad cultural, organizan la vida de sus seguidores y facilitan su integración social. Pero también reducen la libertad, hacen sujetos dependientes, manipulan las conciencias, potencian los sentimientos de culpa, pueden producir ceguera moral, riesgo de delirio doctrinal, crean consentimiento doctrinal y sometimiento a la autoridad religiosa. Si la religiosidad se refiere a la cualidad de lo religioso y la espiritualidad a la cualidad de lo espiritual, debemos convenir que, aunque sean términos similares y convergentes, no son, estrictamente hablando, la misma cosa.
P: ¿Qué es la espiritualidad?
R: Bueno. Por un lado, se puede afirmar que todo lo religioso es espiritual, pero no todo lo espiritual es, necesariamente, religioso. Por eso, al hablar de religiosidad se incluye la espiritualidad, pero no su contrario. La religiosidad sería una envoltura que adquiere la espiritualidad de los creyentes de una religión, es un impulso que nos obliga a realizar una variedad de comportamientos, como ir a la iglesia o a la sinagoga y regirnos por sus códigos y costumbres. La espiritualidad es un estado alterado de la conciencia que despierta sensaciones de sobrecogimiento, serenidad y éxtasis. De forma que una persona puede ser muy religiosa —estar dedicada a las doctrinas y rituales de la iglesia— pero, en cambio, no ser nada espiritual —incapaz de tener una experiencia espiritual—. Dean Hamer, en su obra El gen de Dios, realiza un profundo estudio sobre la relación entre la religión, la espiritualidad y la genética. Define la espiritualidad como “un mecanismo biológico similar al del canto de los pájaros, si bien es cierto que mucho más complejo y con muchos más matices: tenemos una predisposición genética para la creencia espiritual que se expresa en respuesta a, y está conformada por, la experiencia personal y por el entorno cultural”. También añade que “la espiritualidad es una intensa actividad personal. Implica sentimientos, pensamientos y revelaciones íntimas que, a menudo, son difíciles, sino imposibles de describir y mucho más de compartir”. Hamer conecta la espiritualidad y especialmente uno de sus rasgos, la autotrascendencia, con nuestro ADN, con un nuevo gen llamado VMTA2, descifrado por el genetista George Uhl. Este gen con la variable C predispondría a las personas que lo poseen a la espiritualidad. Se trata de un hallazgo que vino a suponer dos cosas: primero, que la espiritualidad era genética; y segundo, que es heredable, aunque en torno al 50%. Además, la espiritualidad puede medirse con cuestionarios como el ITC (Inventario de Temperamento y Carácter de Robert Cloninger) y detectarse que hay variaciones en la intensidad de la espiritualidad de unos individuos a otros, recurriendo a una escala de Autotrascendencia, que mide tres dimensiones: Auto-olvido, Identificación transpersonal y Misticismo.
P: Hábleme de las religiones no teístas.
R: Las religiones no teístas han existido desde los orígenes de la humanidad, ciertamente. Pero para mí retomaron su interés a propósito de la evolución observada en la filosofía política del marxismo, cuando aprecié su mutación desde una filosofía social, económica y política, a una religión sin Dios. Fue una transformación que se produjo con el transcurso del tiempo tanto en las mentes de sus seguidores como en la de sus detractores. Y todo ello a pesar de que Marx acusó a las religiones de “ser el opio del pueblo”, como te he citado antes. Quizás sea verídico que las religiones tengan algo de adictivo. De ser así, no habría demasiadas diferencias entre las teístas y las no teístas. Tampoco sería nada aventurado apostar por la existencia de otras muchas religiones no teístas encubiertas, que se escapan a los objetivos de mi trabajo, pero que están ahí, entre nosotros. El ser humano, como ser espiritual, es proclive a fundamentar sus creencias en actos de fe. Y ésta tampoco distingue entre teístas o no teístas. Simplemente se da en la mente humana cuando en ella arraigan creencias sólidas que son compartidas de forma intensa, profunda y convincente —ya sea de forma racional, emocional, acrítica e incluso ciega— entre ciertos grupos e individuos. Hay autores que encuentran un lugar para esa religiosidad no teísta en la experiencia de lo numinoso que puede darse en cualquier persona a propósito de ciertos acontecimientos históricos o naturales. En paisajes, objetos, pinturas, melodías, sueños, vivencias espirituales extasiantes, sublimes, etc. Todo ello puede provocar la sensación de lo santo, es decir, la presencia del “numen” (“presencia divina” sin Dios). Estas vivencias pueden atraer seguidores que pasen a convertirse en creyentes de religiones no necesariamente teístas. Considerando los puntos anteriores, el requisito principal para que se dé una religión no teísta es ser creyente y tener actos de fe. Nada impide que cualquier filosofía, ideología, sensibilidad estética o incluso movimiento social o deportivo se pueda transformar en una religión no teísta. Para ello se demandaría que sus seguidores, seducidos, se envolviesen en un halo de sincera fe, consciente o inconsciente, y la perpetuasen en el tiempo. Así las cosas, el madridismo o el barcelonismo podrían también aspirar a ser una religión no teísta.
P: ¿Por qué ese interés tan mayúsculo en el marxismo? ¿Cuál ha sido la influencia que ha tenido en su vida?
R: Bueno, hacia mediados de los años setenta del siglo pasado yo tenía una militancia discreta pero comprometida con la subversión antifranquista de la izquierda emergente. Leía abundante literatura política sin orden ni objetivo claro. Pero, eso sí, sobre la creencia de que sólo las izquierdas eran democráticas. A más izquierdoso, más democrático y antifranquista. Engaño vil que me ofende cada vez que lo recuerdo, tengo que decir. Para mí, ser de izquierdas era básicamente o ser socialista o ser comunista o ser anarquista. En aquellos días leía autores cuya filiación ideológica no siempre resultaba clara para mí, pero solían ser autores marxistas. Incluso tenía acceso a Mundo obrero. Al final, inicié la lectura de El Capital. Seguí abundando esta y otras lecturas de marxistas contemporáneos e incluso en la Universidad hice un trabajo sobre Lenin y la psicología de representación psicológica de la realidad. Con el paso del tiempo me terminé saturando. Un día detecté que todas esas lecturas me resultaban asfixiantes, porque todo remitía a Marx y a El Capital. Recuerdo estar leyendo un día, levantarme y decirme: “El Capital es la Biblia del marxismo. El marxismo es un todo imposible de aceptar parcialmente, o se acepta todo o se rechaza todo. No quiero ser marxista y vivir en otra religión”. Entonces evolucioné hacia el socialismo utópico y los autores anarquistas, comprendiendo que podría haber otra izquierda menos dogmática y autoritaria. Inconscientemente, ese día había puesto las bases para escribir este libro, aunque no me lancé a hacerlo hasta que no transcurrieron 50 años y me llené de nuevas evidencias. Desde que me orienté hacia la izquierda libertaria, seguimos en la década de los años 70, he vivido muy sensibilizado y preocupado en evitar que el marxismo me devorase intelectualmente, aunque su influencia ha estado presente desde esa época y no ha cesado de influir en la sociedad española. Es decir, aunque no quisiese, también en mi vida. Yo he identificado la presencia del marxismo en España desde la Transición y, de forma creciente, a partir del año 2000. ¿Dónde? En la radio, en el cine, en la literatura, en la ciencia, en la política, en la cultura y, de forma más intensa, en mis años en la universidad. En ese periodo, lo teníamos en las asignaturas de Historia, en Psicología del Arte, en Sociología, en Antropología, en los cursos de doctorado… He vivido tan expuesto al marxismo que por eso concluí que es más una religión laica que una filosofía política. Creo que, lamentablemente, tendremos un marxismo dulcificado durante bastantes años.
P: En el libro describe las características religiosas del marxismo todavía con más precisión.
R: Sí. A ver. La sospecha de no estar entendiendo bien el por qué de muchas de las actitudes y conductas de los políticos progresistas y sus seguidores me llevó a hipotetizar que estaba ante un colectivo que vivía lo político como algo sacro y mesiánico. Eso ya te lo he dicho. Pero encontré 5 razones: 1. Tratan a personajes políticos como si fueran deidades; 2. Siguen dogmas; 3. Giran en torno a un mensaje mesiánico que les ofrece un paraíso en el horizonte; 4. Confían en alguna clase de redención social o política; y 5. Su doctrina les apela a un seguimiento ciego y a un cierto salto de fe. Deduje por tanto que no estábamos ante una formación política al uso, sino ante una suerte de religión política o similar, lo que me obligaba a analizar sus propuestas y acciones con una lógica distinta, más rígida, más dogmática y más amenazante por su carácter hegemónico y excluyente. Desde mi punto de vista, corremos el riesgo de que esa filosofía política, además de gestionar la “res publica”, pretenda gestionar y controlar “nuestras conciencias”, aniquilando paulatinamente nuestras libertades individuales. Por esa razón escribí este libro. Para aportar una nueva mirada al análisis del marxismo. Al fin y al cabo, hablamos de uno de los conjuntos de seguidores políticos más radicalizados, dogmáticos e irracionales de entre los ciudadanos de nuestra democracia. Y son personas muy activas, que no paran de proponer pautas de convivencia constantemente.
P: ¿El marxismo tiene algo de espiritual?
R: La verdad es que sería difícil sostener eso. En el Manifiesto comunista, Marx afirmaba que “el comunismo comienza donde comienza el ateísmo”. Y después sería Stalin quien llevaría a cabo una despiadada persecución de las religiones mayoritarias de Rusia. Cerró iglesias, sinagogas y mezquitas y ordenó el asesinato y encarcelamiento de los líderes religiosos. El cristianismo ortodoxo fue especialmente perseguido, se cerraron sus templos, se confiscaron sus bienes y se clausuró cualquier actividad educativa o asistencial que fuese más allá de los rituales estrictamente litúrgicos. En 1929 lanzó el calendario soviético de 5 días, eliminando los viernes, sábados y domingos, días de adoración para judíos, cristianos y musulmanes, con el fin de extinguir los cultos religiosos, lo que creó una gran confusión y terminó produciendo el efecto contrario. Los marxistas ven en la religión una expresión pura de la espiritualidad que cumple dos funciones primordiales que obstaculizan su avance: por un lado, refuerza al orden establecido y, por el otro, consuela a los pobres y a los oprimidos ofreciéndoles un cielo en el más allá. Por eso, allí donde tuvieron el poder absoluto, los marxistas no sólo no aceptaron los ritos, la simbología, los iconos, los templos, las costumbres, las divinidades o todo aquello que se asociara con el mundo sobrenatural, sino que incluso combatieron y asesinaron a los seguidores religiosos. Si una religión es la envoltura de la espiritualidad humana, los marxistas niegan la mayor en nombre de su proyecto anclado exclusivamente en este mundo. Ahora bien, como te he comentado antes, existe una dimensión de la espiritualidad que, en principio, teóricamente, el marxismo no rechaza: aquellas manifestaciones espirituales de los humanos que no están asociadas con una divinidad trascendente. Ya he citado a Hamer para explicar que la espiritualidad no necesita necesariamente de elementos de ese tipo. Para él la espiritualidad tiene una base genética y ningún humano puede zafarse de esa herencia. Por lo tanto, no es descartable que el marxismo pueda producir en sus acólitos algún tipo de experiencia espiritual.