Niños jugando afuera de una casa en Ruston, Washington, mientras un horno de fundición baña la zona con residuos de arsénico y plomo, agosto de 1972
Credit: Gene Daniels/U.S. National Archives
“Restaurar la naturaleza a su estado natural es una causa que traspasa partidos y facciones,” dijo Richard Nixon, fundador de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA por sus siglas en inglés), en su discurso sobre el Estado de la Unión en 1970.
Ojalá. Aunque hubo un tiempo en que el apoyo a las normativas ambientales trascendía la política, está claro que esos días han quedado atrás. Durante su primer mandato, el presidente Donald Trump y su administración revocaron más de 100 salvaguardias en diversos ámbitos, desde el agua y el aire limpios hasta las normas de eficiencia del combustible. Posteriormente, el presidente Joe Biden inició su mandato con una serie de órdenes ejecutivas destinadas a revertir ese daño; sin embargo, ahora parece que estamos retrocediendo en el tiempo.
Un lapso de memoria colectiva parece haber descendido sobre los legisladores que quieren desmantelar una agencia que tanto ha mejorado la vida de los estadounidenses. Desde la fundación de la EPA en 1970, las concentraciones de las toxinas comunes en el aire como el dióxido de azufre se han reducido hasta en un 78 por ciento. La EPA ha contribuido a reducir nuestra exposición a catástrofes como la lluvia ácida, el plomo en la gasolina y el uso del DDT. En 1993, la agencia valientemente clasificó el humo de segunda mano (tabaquismo pasivo) como un carcinógeno conocido, lo que abrió el camino para el éxito en las cortes contra la industria tabaquera y a una reducción increíble en los índices de tabaquismo en Estados Unidos.
Tal vez la EPA ha tenido demasiado éxito para su propio bien. De la misma manera que las vacunas han proporcionado a los padres el lujo de olvidarse del sufrimiento que produce el sarampión y la tos ferina, la EPA ha casi erradicado de la memoria nacional la contaminación ambiental de la década de 1960. Pero lo cierto es que la situación ambiental era tal, que la creación de la agencia y de nuestros estatutos más importantes recibió apoyo unánime—casi todos reconocieron la necesidad de un regulador ambiental.
“Hubo debates sobre el mejor enfoque para abordar el problema, pero la oposición a la EPA fue mínima al principio”, recuerda A. James Barnes, quien formó parte de la agencia desde su fundación y fue administrador adjunto entre 1985 y 1988. “La mayoría de los legisladores se involucraron personalmente en cómo mejorar el medio ambiente”.
Ahora que empezamos una nuevo periodo de rapidas decisiones desreguladoras en la EPA, bajo un presidente que anteriormente la calificó como “una vergüenza”, vale la pena recordar como éramos antes de que la Agencia de Protección Ambiental viniera a nuestro rescate
Los desastres eran la norma
Si le preguntas a gente de cierta edad sobre los problemas ambientales de la década de 1960, muchos describirían una serie de desastres específicos: el río Cuyahoga en llamas, el esmog de la ciudad de Nueva York durante los días de acción de gracias, el derrame de petróleo en Santa Barbara. Esos incidentes eran realmente impactantes, pero no eran casos aislados. Simplemente eran los más sobresalientes en una serie de problemas cada vez más graves del mismo tipo.
La ciudad de Nueva York bajo un manto de smog en 1973
Credit: National Archives
Tomemos el esmog de la ciudad de Nueva York como ejemplo. “El esmog” se refiere al evento de contaminación de aire que asfixió la ciudad durante tres días en las festividades de Acción de Gracias en 1966. Ese fin de semana, la ciudad experimentó una inversión térmica—una capa estacionaria de aire caliente que impidió la circulación normal del aire desde el suelo. Como resultado, la contaminación simplemente cubrió la ciudad.
“Yo estudiaba leyes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia durante el episodio de 1966”, dice David Hawkins, abogado de NRDC. “Fue espantoso, pero aunque es el evento más conocido, la fuerte contaminación era parte de la vida cotidiana de aquellos días. Fue una de las cosas que me motivaron a obtener un empleo en NRDC poco después de graduarme”.
Como señala Hawkins, “el esmog” no era nada nuevo. Trece años antes, por seis días horribles, una inversión térmica similar elevó el contenido de dióxido de azufre en el aire de Nueva York de los niveles tolerables de 40 partes por mil millones a 860 partes por mil millones. (El nivel legal actual es de 75 partes por mil millones.) Durante esa época, los residentes de las ciudades aun no utilizaban el término esmog para describir las densas cortinas de aire contaminado que empezaban a descender sobre ellos. Muchos periódicos se referían al desastre como el “smaze” que cada día acortaba la vida de unas 25 a 30 personas. Sin embargo, otros eventos de días seguidos con esmog cubrió Gotham en 1963.
Nueva York estaba lejos de ser el único. La contaminación del aire flotaba sobre muchas de las principales ciudades de Estados Unidos, así como sobre ciudades más pequeñas. En 1948 en Donora, Pensilvania, una ciudad industrial en un estado dominado por la industria del acero, 20 personas fallecieron durante un evento de alta contaminación, el peor en la historia del país. Hoy en día, la ciudad cuenta con un museo del esmog como recordatorio de la tragedia, que eventualmente condujo a la creación de la Ley de Aire Limpio.
El río Cuyahoga en llamas, 1952
Credit: The Cleveland Press Collection
De igual manera, el incendio del río Cuyahoga generalmente se refiere a un incidente que sucedió en Cleveland el 22 de junio de 1969, cuando chispas de un tren encendieron los escombros impregnados de aceite que flotaban sobre la superficie del río. Las llamas alcanzaron hasta cinco pisos de altura mientras el río estuvo en llamas durante unos 30 minutos.
Aunque fue, sin lugar a dudas, un incidente terrible, el río Cuyahoga ya se había incendiado una docena de veces anteriormente entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. De hecho, la foto utilizada en la revista Time que capturó la atención del público en 1969 fue tomada durante un incidente previo en 1952. Muchos otros ríos estadounidenses estaban contaminados lo suficiente como para arder en llamas en ese período. La Ley de Agua Limpia no existía para protegerlos.
El derrame de petróleo en Santa Bárbara sigue una historia similar. El 28 de enero de 1969, una fuga en un pozo de petróleo en alta mar liberó miles de barriles de crudo en el océano. Aún no sabemos con precisión cuánto petróleo se derramó en este accidente infame, pero sabemos que hubo varios derrames de tamaño similar en años anteriores. Durante la primavera previa, un petrolero encalló en San Juan, Puerto Rico derramando miles de barriles de crudo. El año anterior a ello, el petrolero R.C. Stoner quedó varado cerca de la isla Wake administrada por Estados Unidos en el Pacífico, derramando miles de barriles de crudo y destruyendo un arrecife de coral. La lista es larga. Santa Bárbara no fue una anomalía, fue un suceso habitual en un mundo con poca regulación ambiental y menos tecnología para responder a los derrames.
Un asunto bipartidista e internacional
El papel de Richard Nixon en la creación de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos es complejo. No fue idea suya, y algunos creen que fundó la EPA con la esperanza de poder controlar a sus administradores. Pero no cabe duda de que incluso Nixon—republicano hasta la médula—comprendía la necesidad de una normativa ambiental más estricta. Casi todos los republicanos de su generación compartían esa visión. En su discurso sobre el Estado de la Unión de 1970, Nixon calificó la preservación del medio ambiente como una “causa común de todo el pueblo de este país”. Y continuó: “Es una causa de especial preocupación para los jóvenes estadounidenses, porque ellos más que nosotros cosecharán las sombrías consecuencias de nuestra incapacidad para actuar en programas que son necesarios ahora si queremos evitar desastres en el futuro”. El aire limpio, el agua limpia, los espacios abiertos—deberían volver a ser el derecho de nacimiento de todos los estadounidenses.”
Ceremonia de investidura de William Ruckelshaus como primer administrador de la EPA, 1970; de iz. a der.: Presidente Richard M. Nixon, William Ruckelshaus, Jill Ruckelshaus (esposa), Juez Principal Warren Burger
Además, Nixon comprendió que proteger el medio ambiente tendría un costo económico. Pero los consideraba justificables, incluso obligatorios. Y continuó:
Todavía pensamos que el aire es gratis. Pero el aire limpio no es gratis, como tampoco lo es el agua limpia. El precio del control de la contaminación es alto. Con nuestros años de negligencia contraimos una deuda con la naturaleza, y ahora esa deuda se está saldando. El programa que propondré al Congreso será el más completo y costoso en este campo de la historia de Estados Unidos.
Un año antes, el Secretario General de las Naciones Unidas, U Thant, declaró ante la Asamblea General que al mundo sólo le quedaban 10 años para arreglar la crisis ambiental antes de que fuera irreparable, y señaló a Estados Unidos como uno de los principales responsables del problema.
La opinión pública se mostró mayoritariamente de acuerdo con estos mandatos. En el primer Día de la Tierra, en 1970, la ciudad de Nueva York cerró 40 cuadras de la Quinta Avenida cuando 100.000 personas acudieron a la manifestación. (Unos 20 millones de estadounidenses se manifestaron en todo el país). El Congreso canceló sus actividades, ya que sus miembros sintieron la responsabilidad de apoyar a sus electores y se comprometieron a limpiar el desastre que habían provocado.
Décadas de progreso
La EPA y las leyes que puso en marcha lo cambiaron todo. Aunque ahora conducimos cuatro veces más kilómetros que en 1970, la niebla tóxica ya no asfixia nuestras ciudades como antes, gracias a una reducción de más del 90 por ciento de las emisiones por kilómetro. El niño promedio que crece en Estados Unidos tiene muchas menos probabilidades de estar expuesto a sustancias químicas tóxicas como los asbestos. Sus niveles de plomo en la sangre son una décima parte de los que tenían los niños de hace dos generaciones. (Aunque es un trabajo en curso, las nuevas mejoras en la normativa sobre plomo y cobre de la EPA pretenden seguir avanzando en la protección de decenas de millones de personas frente a esta grave amenaza para la salud pública).
Desde la fundación de la EPA, la proporción de hogares estadounidenses conectados a sistemas rigurosos de tratamiento de aguas residuales se ha más que duplicado. El reciclaje de residuos sólidos municipales se ha quintuplicado. Se han descontaminado más de 18 millones de acres de tierra contaminada por residuos peligrosos.
La nostalgia es un instinto peligroso. Es fácil recordar los momentos históricos, mientras que los problemas cotidianos se desvanecen. Los Estados Unidos de la década de 1960, antes de la creación de la EPA, era sucio, oscuro y peligroso. Sin embargo, la agencia vuelve a estar en el punto de mira político—con el Tribunal Supremo ayudando e instigando la agenda desreguladora—-incluso cuando las amenazas a nuestro planeta son cada vez más graves. No nos irá mejor si debilitamos aún más uno de nuestros mayores baluartes en esta lucha.
Este artículo se publicó originalmente el 14 de febrero de 2017 y se ha actualizado con nueva información y enlaces.
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