Desde los inicios de Estados Unidos, el bizantino sistema del Colegio Electoral ha otorgado la Casa Blanca a un candidato que perdió el voto popular en cinco ocasiones.
Los Padres Fundadores establecieron el Colegio Electoral en la Convención Constitucional de 1787, con base en el concepto del Sacro Imperio Romano Germánico, que instauró el método en el año 962, para elegir a los emperadores. La medida inspiró a otros países a tomar prestado el concepto para sus propios procesos de selección presidencial. Colombia fue el primero en adoptar su propio colegio electoral en 1821, seguido de Chile (1828), Argentina (1853), Finlandia (1925) y Francia (1958).
Sin embargo, cada uno de ellos desechó a la postre la idea y volvió a los votos populares directos; Francia lo hizo después de solo siete años. El colegio electoral romano se disolvió, junto con el propio imperio, en 1806. Cuando Argentina se deshizo de su colegio electoral en 1995, Estados Unidos siguió siendo la única nación democrática que elige a un presidente a través de un colegio electoral.
En EE. UU., el voto popular decide todas las demás elecciones, federales, estatales y municipales.
¿Cómo funciona?
Cuando los ciudadanos votan para elegir presidente, en realidad no votan por el presidente, sino por uno de los 538 electores que deben representar la voluntad del pueblo. El vencedor será el primero que consiga la mayoría de los electores, el llamado número mágico de 270. A continuación, el cuerpo de electores de cada estado se reúne antes de enviar los votos recogidos al Congreso para el recuento y la certificación de los votos electorales el 6 de enero.
En su forma más simple, aunque no especialmente “sencilla”, cada estado tiene derecho a un voto electoral por cada uno de sus dos senadores, más un número fluctuante de votos electorales en función del número de representantes que tenga en el Congreso. Según esta fórmula, Delaware tiene el menor número: tres votos electorales en total, que provienen de dos senadores y un solo distrito del Congreso. En contraste, California obtiene el mayor número, 55, en función de 53 distritos del Congreso y dos senadores.
De esta manera, el colegio electoral garantiza que incluso los estados menos poblados influyan en el resultado final (Wyoming, Vermont y Alaska son, respectivamente, los tres estados menos poblados de EE. UU.) y que los más poblados no tengan una influencia desproporcionada.
También significa que ambos candidatos acaban centrando gran parte de sus esfuerzos en un pequeño número de “estados pendulares”, como Georgia, Pensilvania y Wisconsin, que podrían inclinarse hacia cualquiera de los dos partidos. Estos votos electorales son cruciales, ya que la mayoría de los estados son republicanos o demócratas casi en su totalidad, y, según un profesor de ciencias políticas, significa que las elecciones presidenciales de 2024 se decidirán, a todos los efectos, por unos 150.000 votantes.
Por supuesto, aunque los números igualan el campo de juego, el desajuste entre población y votos electorales significa que es matemáticamente posible que un candidato gane el voto popular, pero pierda ante el colegio electoral. El ejemplo más reciente es de 2016, cuando Hillary Clinton obtuvo tres millones más de votos totales que Donald Trump, que se llevó el Colegio Electoral, y el Despacho Oval, por 304 a 227. En 2000, Al Gore obtuvo 543.895 votos más que George W. Bush, que acabó ganando las elecciones con 271 votos electorales.
¿Qué pasa si no hay mayoría?
Si ninguno de los candidatos obtiene la mayoría de los votos electorales, o en caso de empate 269-269, el Colegio Electoral entrega el voto decisivo al Congreso. En 1824, cuando cuatro candidatos se presentaron a la presidencia, el voto electoral se difuminó hasta el punto de que ninguno obtuvo la mayoría. Posteriormente, la Cámara eligió a John Quincy Adams, que de hecho había perdido el voto popular frente a Andrew Jackson. En 1800, la Cámara votó por Thomas Jefferson para la presidencia después de que él y Aaron Burr, que había sido nombrado vicepresidente de Jefferson, empataran en el Colegio Electoral.
La Administración Nacional de Archivos y Registros (NARA), que administra ciertos aspectos y procedimientos del Colegio Electoral, señala que el Gobierno ha considerado innumerables escenarios a la hora de elaborar planes de contingencia. No existe un proceso establecido en caso de que el ganador del voto electoral “fallezca o quede incapacitado entre las elecciones generales y la reunión de los electores”, que ocurre el primer martes después del segundo miércoles de diciembre. Sus votos se cuentan y certifican oficialmente el 6 de enero del nuevo año, en una sesión conjunta del Congreso, y el presidente electo jura su cargo el 20 de enero.
Tampoco se sabe qué ocurriría si el candidato presidencial ganador falleciera entre la reunión de electores y el 6 de enero. La Constitución no especifica si el candidato, en esa etapa, puede ser considerado formalmente presidente electo, pero en ese caso se aplicaría la Sección 3 de la 20ª Enmienda, que ascendería al vicepresidente electo a la presidencia, según la NARA. (La misma regla se aplicaría si el candidato ganador falleciera o quedara incapacitado después de que se certificara la elección en el Congreso, pero antes de la toma de posesión).
¿Debe seguir existiendo?
Las elecciones directas, es decir, elegir al candidato presidencial que obtenga más votos en total, fueron rechazadas por muchos delegados estatales de la Convención Constitucional, que temían que las masas “desinformadas” no fueran lo bastante sabias para tomar decisiones tan importantes. Así nació el Colegio Electoral moderno, fruto de un compromiso sobre la esclavitud entre los estados del Norte y los del Sur, donde la práctica siguió siendo legal hasta 1865.
A los delegados del sur les preocupaba perder poder e influencia, ya que aunque su población era casi igual a la del norte, un tercio de sus habitantes eran esclavos y tenían prohibido votar. Para resolverlo, los congresistas acordaron el “compromiso de los tres quintos”, en el que tres de cada cinco esclavos se contarían para la representación proporcional. Esto aumentó la influencia del sur en el Congreso y, en consecuencia, sus votos electorales, aunque las personas esclavizadas seguían privadas de derechos.
Hoy, muchos la consideran, en palabras del comentarista de MSNBC, Hayes Brown, “una fórmula arcana ideada hace más de 200 años”, y que no hay “ninguna razón válida” para mantener una institución “tan antidemocrática”. En resumen, según Brown, el Colegio Electoral no es más que “una práctica enrevesada que añade una capa innecesaria entre el pueblo y la presidencia”.
La gimnasia matemática necesaria para determinar un ganador es “absurda”, escribió Brown recientemente, señalando además que el sistema sirve para “privar del derecho de voto tanto a los conservadores urbanos como a los liberales rurales, al sustituir la geografía por la agencia política”.
“Un mundo en el que el voto popular directo fuera determinante obligaría a los candidatos a competir por cada voto en cada estado”, escribió Brown. “Sería otro paso muy necesario en la transformación secular de Estados Unidos de una amalgama de estados independientes a una sola unidad nacional”.
Traducción de Michelle Padilla