Confieso (qué bonito empezar con este verbo precisamente hoy, ya verán) que más de una vez me he sentido tentado de acercarme a los que rezan el rosario frente a una clínica abortista muy conocida en Alicante. Preguntarles, con mucha educación y sin respeto alguno, por qué creen que su religión debe influir en la vida de todos los demás. Por qué tienen que incrustar sus mandamientos, como notas a pie de página, en nuestro código penal. Por qué la carta de San Pablo a los Tesalonicenses, pongamos por caso, tiene más vigencia para ellos que la publicación en el BOE de una ley reguladora del aborto. Seguramente, la cosa terminaría como aquella vez que me dejé rodear por una brigada del Ejército de Jesús (Jesus Army) durante mi breve estancia en Preston (Reino Unido). Yo esperaba a una amiga con la que había quedado y cuatro o cinco tipos vestidos con cazadoras de camuflaje trataron de captarme para su asociación. En aquel momento yo aprovechaba cualquier ocasión para mejorar mi inglés, así que les di conversación. No sé qué les dije, pero acabaron acusándome de marxista. Y yo, como ironizó Dalí de Picasso, tampoco soy marxista.
Una delegación de los que tiran del carro de la fe –iba a poner guían, pero van sin freno, riendas ni bocado- acaban de celebrar la cumbre del grupo Red Política de Valores en el Senado de España. Algo así como la Internacional de la ultraderecha cristiana. Lo ha permitido el PP, que tiene mayoría en la Cámara alta, después de que el año pasado se reunieran en la sede de la ONU en Nueva York. Menos con Dios, que parece que sigue confiando en el libre albedrío humano, que va progresando hasta dejar por fin que el Altísimo descanse su séptimo día, la verdad es que demuestran que tienen contactos. Son antiabortistas, por supuesto, algunos hasta en casos extremos de violación. Promueven terapias de conversión para homosexuales. De hecho, invitaron a un diputado keniano que defiende la pena de muerte para gais y lesbianas, aunque finalmente se cayó del cartel. Los lidera el ultra chileno José Antonio Kast y el exministro popular Jaime Mayor Oreja es su presidente de honor. O no han leído el Nuevo Testamento o no han sabido leer las enseñanzas de Jesús respecto al prójimo. O no han leído a Montesquieu o no han querido creer en su teoría de la separación de poderes. Me da la impresión de que ni el Papa Francisco les toma en serio. Pero lo que de verdad me preocupa es que mi amigo Javier Cavanilles asegura que los teócratas pueden tomar el control absoluto del planeta. Darles cobijo en un lugar que representa a todos los ciudadanos no ayuda a frenarlos, desde luego. Pero como espacio público que es, hasta ellos tienen cabida, según mi manera democrática de entender las cosas.
Probablemente, habrán visto en las noticias la declaración de la ponencia de Mayor Oreja en este encuentro. Se la transcribo literalmente: “Entre los científicos, fundamentalmente están ganando aquellos que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución”. Según él, Dios es como el Alcoyano y pretende remontar en el minuto 89 un partido en el que Darwin gana por goleada. Como postulado no tiene ningún sentido, pero debemos reconocer que está bien escrito. Inspirándote en Orwell, cambias de sitio las palabras ‘verdad’ y ‘relato’ y te queda una declaración estupenda. Falsa, pero estupenda. El resto de opiniones vertidas en la cumbre ya se las saben, son las de siempre. Sus charlas consisten en barajar sus únicos cuatro argumentos como un mal mago. Repito, no considero oportuno que se les cierre la puerta del Senado, pero sí que vayamos cerrando las grietas por las que la fe se va colando en nuestra legislación. De lo contrario, “será el llanto y el rechinar de dientes” (Mateo, 13:42).