La imagen de Max Schreck como el vampiro Orlok en la versión de 1922 de

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Pie de foto, La imagen de Max Schreck como el vampiro Orlok en la versión de 1922 de “Nosferatu” es una de las más icónicas de la historia del cine.
  • Autor, Redacción
  • Título del autor, BBC Mundo

Desde su castillo en la región de Transilvania, el Conde Orlok está esperando a que caiga la noche para atraer a una nueva víctima inocente y saciar su sed de sangre.

Así podríamos empezar a resumir la historia de Nosferatu, uno de los vampiros más famosos de la historia del cine, inmortalizado por primera vez en 1922 por el director alemán Friedrich Wilhelm Murnau.

Ahora, esta historia regresa a la gran pantalla en una producción protagonizada por Willem Dafoe, Lily Rose-Depp y Nicholas Hoult, que dirige el estadounidense Robert Eggers, buscando revivir el terror que generó en el público la versión cinematográfica original.

En un mundo lleno de remakes, secuelas y precuelas, hay algo cautivador en este relato, como demuestra el hecho de que los cineastas vuelvan a él una y otra vez.

“Nosferatu”

Max Schreck como el conde Orlok en Nosferatu, de 1922

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Pie de foto, Desde que se vio por primera vez en las pantallas en 1922, la imagen del conde vampiro se ha extendido masivamente.

La versión de Robert Eggers es la tercera narración directa de la historia de Nosferatu en el cine.

La primera, estrenada en 1922, es una obra maestra del terror expresionista alemán, llena de imágenes icónicas.

La versión de 1979, “Nosferatu, vampiro de la noche”, dirigida por Werner Herzog, fue una pieza crepuscular de ritmo lento.

Con su colaborador habitual Klaus Kinski en el papel principal, la película de Herzog trataba sobre la muerte, la enfermedad y la soledad eterna de un monstruo.

Pero ¿de dónde surge esta historia que ha sido contada en diferentes versiones?

¿Conde Drácula o Conde Orlok?

Una carátula de 1901 de

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Pie de foto, La novela de 1897 abrió las puertas a un nuevo género: el de los vampiros.

La respuesta corta es “Drácula”, la novela de vampiros por excelencia de 1897 del escritor irlandés Bram Stoker.

Para evitar infringir los derechos de autor, Friedrich Wilhelm Murnau, el director del “Nosferatu” de 1922, cambió el nombre del vampiro de Stoker, Conde Drácula, por el de Conde Orlok, así como los de otros protagonistas de la historia.

Pese a ello, conservó muchas de las ideas y gran parte de la trama del libro: un antiguo y desmoronado castillo en los Cárpatos y un vampiro que viaja en barco hacia un nuevo hogar son dos de los pilares fundamentales de la historia.

Lo que no hizo Murnau fue consultar a los herederos de Bram Stoker, quien había fallecido en 1912, sobre el uso de la historia de “Drácula”.

Para todo el mundo era obvio que el Conde Orlok era el Conde Drácula con un toque diferente. Y ciertamente lo sabía Florence Balcombe, la viuda de Stoker.

Balcombe emprendió acciones legales y, en julio de 1925, un tribunal alemán dictaminó que todas las copias del “Nosferatu” de Murnau debían ser quemadas por violación de los derechos de autor.

Pero en ese momento, la película ya se había difundido por todo el mundo y había innumerables copias de la misma. Era demasiado tarde para destruirlas todas.

Escena de la última versión de

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Pie de foto, Lily Rose-Depp protagoniza la nueva versión de “Nosferatu”.

Vampiros diferentes

Las historias de Drácula y Nosferatu presentan diferencias destacables, aunque a lo largo de las décadas algunos cineastas las han ido entremezclando.

Una diferencia, por ejemplo, es cómo ambas historias abordan el concepto del vampirismo.

Mientras el Conde Drácula tiene un efecto hipnotizante sobre sus víctimas, e incluso algunas adaptaciones cinematográficas, como la protagonizada por Bela Lugosi en 1931, lo presentaban como un seductor, el Conde Orlok es una criatura repulsiva, con su piel blanca pálida y orejas de murciélago.

Además, la mordedura de Drácula transforma a sus víctimas en vampiros, mientras que Orlok mata a la mayoría de sus presas.

Por otro lado, el Drácula original establece que el vampiro puede viajar bajo la luz del sol, aunque eso debilita sus poderes, mientras que, en el caso de Orlok, no puede exponerse de ninguna manera a los rayos solares.

Y esa es la clave de la historia de Drácula: hay innumerables interpretaciones del personaje, así como intentos de reimaginarlo de todo tipo de formas, algunas de ellas terroríficas, como “Nosferatu” de Murnau, y otras divertidas (a menudo sin quererlo).

Hay un Drácula negro (Blacula, 1972), un Drácula de las artes marciales “(La leyenda de los 7 vampiros dorados”, 1974), un Drácula de los 70 con onda (“Drácula A.D. 1972”, 1972) o un Drácula que no aparece en absoluto en una película que lleva su nombre (“Las novias de Drácula”, 1960).

Bela Lugosi y Helen Chandler en

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Pie de foto, En 1931, Bela Lugosi interpretó a Drácula, y dejó su marca en la historia del cine.

Por otro lado, “Drácula, de Bram Stoker” (1992), de Francis Ford Coppola, fue un intento, como sugiere el título, de volver a la novela original y producir una adaptación más fiel, que captara los matices del Conde.

Se trataba de un Drácula marchito y milenario, interpretado con cierto deleite y un empalagoso acento de Europa del Este por Gary Oldman.

La religión es el núcleo de la versión de Coppola, con el rechazo de Drácula a Dios como la fuerza que lo llevó a la oscuridad y un énfasis en la tragedia de su creación.

El vampiro de Oldman era uno cuyo origen entendíamos y por el que incluso podíamos sentir un poquito de pena.

No es el caso del Conde Orlok de Murnau, y ahora de Robert Eggers, que es feo, inhumano y con garras, y pierde el control al percibir el olor a sangre.

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