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No tengo obesidad, pero me sobran kilos: el problema de salud de 4 de cada 10 españoles

Autor: EL PAIS

A Hernán Sardi, argentino que lleva 17 años viviendo en Mallorca, siempre le llamaron El Flaco. La delgadez todavía se mantiene en su cara, en sus extremidades, pero hace ya tiempo que desapareció de la barriga, que empezó a crecer cuando cumplió los 30. Desde entonces, tres lustros después, sigue lidiando con el sobrepeso, ese exceso de kilos ―sin llegar a la obesidad― potencialmente perjudicial para la salud que padecen 4 de cada 10 españoles.

El dato, muy consolidado en varios estudios y encuestas, volvió a la palestra la semana pasada en el encuentro anual de la Sociedad Española de Epidemiología. La investigadora Guadalupe García, junto con un equipo de la Universidad de Santiago de Compostela, presentó un análisis de los microdatos de los sondeos nacionales y europeos de salud entre 1987 y 2020. En ellos se ve cómo el sobrepeso pasó de un 32,8% a un 37,3%. En ese mismo periodo, la obesidad más que se duplicó (del 7,3% al 15,7%). El resultado de la suma de ambas es que más de la mitad de la población está fuera de su peso saludable.

Las tendencias son similares para obesidad y sobrepeso (aunque para este último todavía no han publicado los resultados del análisis): crecieron claramente de 1987 a 2001, y a partir de ahí se estabilizaron. También la distribución geográfica se parece, con una gradiente (imperfecta) de más obesidad y sobrepeso en el sur que en el norte del país.

Antes de continuar, conviene fijar conceptos. ¿Qué es el peso ideal, cuándo se rebasa y en qué punto se comienza a hablar de obesidad? Estos estudios y las clasificaciones se basan en el Índice de Masa Corporal (ICM), que resulta de la división del peso de una persona en kilogramos por el cuadrado de la estatura en metros. Si el resultado es de 18,5 a 24,9, se considera normopeso; de 25 a 29,9, sobrepeso; a partir de 30, obesidad, con un grado que va ascendiendo a medida que crece el guarismo. Esto quiere decir que una persona que mida 1,70 metros entraría en sobrepeso a partir de los 72 kilos.

El cálculo es una simplificación y, aunque es útil para usarlo en epidemiología y medir a poblaciones ―por su sencillez y porque correlaciona bien para la mayoría―, no es el perfecto en una aproximación individual. En realidad, insiste la nutricionista Violeta Moizé, lo importante es la cantidad de grasa, y más concretamente, la visceral. El ICM falla, por ejemplo, en personas con mucha masa muscular, que pueden rebasar fácilmente los 25 sin que esto sea un problema de salud (más bien al contrario). O, al revés, en personas que no alcanzan esa cifra pero, como Hernán, tienen exceso de tejido adiposo concentrado en el abdomen, que es lo que realmente aumenta la probabilidad de sufrir enfermedades.

Los kilitos de más, así en diminutivo, o la moda del fofisano (o fofisana) son conceptos que los profesionales de la salud quieren desterrar para concienciar a la población de que el sobrepeso supone un riesgo para la salud, aunque no está considerado por la Organización Mundial de la Salud como una enfermedad en sí misma, al contrario de lo que sucede con la obesidad, catalogada como “crónica y compleja”.

Existe, no obstante, una paradoja que mostraron varios estudios hace unos años y que correlacionan menor mortalidad con quienes están por encima del peso supuestamente saludable (sin llegar a la obesidad). Es decir, las personas en normopeso mueren, como promedio, antes que las que tienen unos kilos de más. Fernando Rodríguez-Artalejo, catedrático de Salud Pública en la Universidad Autónoma de Madrid y uno de los mayores expertos en la materia en España desde el punto de vista epidemiológico, explica que “cuando se analiza bien” se comprueba que muchas personas con peso normal habían perdido kilos por problemas de salud, y esto es lo que elevaba su mortalidad. “Por otro lado, muchos de estos análisis estaban confundidos por el efecto del tabaco, ya que dejar de fumar suele engordar”, explica.

Sería algo parecido a lo que sucede con la paradoja de los abstemios: está muy demostrado que quienes no beben nada sufren más mortalidad (a misma edad) que los que beben un poco (luego la mortalidad se dispara a medida que sube la ingesta). Pero no es porque no beber sea malo, sino porque muy a menudo, quienes no prueban en alcohol se abstienen por problemas previos de salud, o porque lo han dejado después de haber sufrido alcoholismo.

Problemas de salud

Los estudios de los efectos del sobrepeso en la salud no dejan lugar a dudas: a más kilos, más diabetes, hipertensión, cálculos biliares, problemas de corazón, dolores, osteoartritis y discapacidad. Este incremento del riesgo ya se nota en el sobrepeso, y crece exponencialmente cuando se entra en obesidad.

Rosario (prefiere no dar su apellido), de 52 años, es un ejemplo de esto, con 1,50 de altura y 75 kilos, al límite de la obesidad, según su IMC: “Desde los 30 o así, empecé con subidas y bajadas de peso grandes y problemas de estómago. Tengo reflujo, que no son solo ardores, sino crisis que se pueden agravar y que coinciden con aumentos de peso. Mi médico digestivo me explica que tiene que ver con la presión intraabdominal al engordar. Además, tengo hiperlordosis y cuando aumento de peso se resiente el cuello, la espalda, las rodillas. Los fisios siempre nos recalcan la importancia de adelgazar”.

Otra investigación con más de medio millón de europeos comprobó cómo las personas metabólicamente saludables (con indicadores equilibrados de glucemia o colesterol) con sobrepeso tienen un 26% más de probabilidad de enfermedades coronarias que las que están en su peso (casi sin diferencia con las personas con obesidad, en las que el riesgo sube un 28%). Para quienes a los kilos de más suman parámetros metabólicamente alterados, el riesgo subía un 133% (un 154% para las que padecen obesidad).

Wifredo Ricart, jefe del departamento de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario de Girona Doctor Josep Trueta, explica que cuando el tejido adiposo se acumula en el abdomen provoca inflamación crónica de bajo grado que no se detecta en análisis normales. Es esta inflamación la que va deteriorando “absolutamente todos los tejidos” y, pasados los años, puede provocar todas las enfermedades antes descritas, incluso agravar el riesgo de cáncer y demencia.

Para explicar cómo funciona esto, Ricart hace una analogía: “La cantidad del depósito de grasa visceral está delimitada genéticamente. Tenemos una caja que puede ser normal, grande o pequeña. El problema del síndrome metabólico [este conjunto de condiciones que combinan altos triglicéridos, colesterol, hipertensión, hiperglucemia…] aparece cuando está saturada, cuando está llena. Los adipocitos sufren, se enfadan, y empiezan a producir hormonas, péptidos, sustancias proinflamatorias que acaban en resistencia a la insulina [precursora de la diabetes tipo 2], etc. Si tenemos una caja muy grande, a lo mejor podemos tener nuestra barriga más colgante, pero no llegamos a hacer síndrome metabólico porque no la hemos llenado. Pero si una persona tiene la caja pequeña, enseguida la satura, y ya tenemos ese problema de salud”.

No solo es salud física. Al sobrepeso lo acompañan muchos otros componentes emocionales. Javier Martínez, de 32 años, no tiene “en principio” patologías asociadas a sus kilos de más, pero siempre ha luchado contra ellos, en parte por estética. “He hecho dietas superestrictas y restrictivas que después me han dado un rebote, como suele pasar. Supongo que la presión física que sufrimos en este sentido los hombres no es ni mínimamente comparable a la de las mujeres, que no tenemos tanto rechazo, pero también cuesta llevarlo. Muchas veces se hacen comentarios que se considera que no duelen, pero cuando llegan lo hacen. Me gustaría trabajar todo eso a nivel mental, un rechazo hacia el propio cuerpo que no es individual, tiene un componente social”, relata.

Los comentarios hirientes, explica Martínez, no se limitan al exceso de peso, sino también a su pérdida: “Cuando la gente recalca que estás mucho mejor porque adelgazas, ya sabes lo que pensaban de ti antes, o lo que piensan cuando vuelves a coger kilos”.

Ambiente obesogénico y sesgo social

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo es posible que más de la mitad de la población sufra sobrepeso u obesidad, y, por tanto, estos riesgos para la salud? La clave, coinciden los expertos, está en lo que llaman un “ambiente obesogénico”. Comidas cada vez más sabrosas e insanas, ultraprocesadas que las hacen fáciles de preparar y consumir, con muchas calorías y pocos nutrientes, generalmente baratas. Combinadas con pocos incentivos para moverse, pantallas que proporcionan horas de ocio a niños (pero también a mayores) sin despegar el trasero del sofá. Todo esto, como sucede con casi todo en salud, se ceba con las personas más predispuestas genéticamente.

Este fenómeno está íntimamente ligado al nivel socioeconómico. Como observa Rodríguez-Artalejo, aunque es difícil demostrar científicamente la causalidad, en el propio mapa de España ya se comprueba que, como norma general (con excepciones), las regiones más ricas padecen menos sobrepeso que las más pobres. Y, dentro de ellas, las poblaciones más deprimidas tienen mayores tasas de obesidad. “Sabemos desde hace más de 30 años que los entornos más pobres, con mayores tasas de desempleo, tienen peores estilos de vida. En Andalucía se come menos sano que en el País Vasco, y también hay menos actividad física. En el norte salen las cuadrillas todos los fines de semana al campo, algo que no se ve tanto en el sur”, señala.

Manuel Franco, que durante años ha sido profesor e investigador en Epidemiología y Salud Pública en las universidades de Alcalá y Johns Hopkins, ha participado en varios estudios que muestran muy bien esto. Pone como ejemplo a los niños y adolescentes: en familias con menos recursos sus padres suelen tener menos conocimientos de salud, menos concienciación sobre la importancia del deporte y, sobre todo, menos medios y tiempo para proporcionarles actividades extraescolares. “Puede que 50 euros al mes por meter al niño o la niña en un equipo no parezca mucho, pero en una familia que va apurada, lo es, y si hay más de un hijo, ni te cuento”, señala.

Estas capas de la población tienen más difícil incluso la actividad física gratuita. También existen estudios que muestran cómo sus barrios tienen menos zonas verdes que los de clases más pudientes y que, en ocasiones, la inseguridad no les permite estar en las calles jugando.

Independientemente de la clase social, hay otro fenómeno que incide en el aumento del sobrepeso: la edad. Es otra gradiente que muestran los estudios y que también tiene sus explicaciones. Por un lado, existe una cierta ralentización del metabolismo, pero más importante es el cambio de hábitos que suele conllevar. A menudo se aumenta la ingesta de comida, relegando el ejercicio y la actividad física, lo que produce una pérdida muscular, que es el tejido clave para quemar calorías, incluso en reposo. Aunque esta decadencia física es en parte inevitable por el paso de los años, también está muy demostrado que se puede minimizar con ejercicios de fuerza y más movimiento en el día a día.

Cómo ponerle remedio

La ventaja del sobrepeso con respecto a la obesidad es que es mucho más fácil ponerle remedio. Como explica Violeta Moizé, cuando se sobrepasan ciertos niveles, “el sistema fisiológico se resiste”, se pierde el control del apetito, se complica el movimiento, la fuerza de voluntad deja de ser suficiente porque, entre otras cosas, queda prácticamente anulada como consecuencia de descompensaciones físicas y hormonales. La enfermedad se convierte en crónica e incluso si se llega a niveles de peso más saludables, la amenaza de recuperarlo continúa siempre. Por eso, la nueva generación de fármacos de la familia del Ozempic es tan prometedora contra este problema.

Pero, sin patologías asociadas, no deben ser la solución para el sobrepeso, insisten los médicos. Moizé cree que es el momento perfecto para actuar con intervenciones que incidan en el estilo de vida y dando protagonismo a la Atención Primaria. No solo con cambios en la alimentación y un aumento de la actividad física, que son fundamentales, sino también de control del estrés y del sueño: el exceso del primero y la falta del segundo son también factores que contribuyen decisivamente a ganar grasa.

Violeta Ramírez, coordinadora del grupo de trabajo de Alimentación y Nutrición de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (semFYC), cree que los médicos deben tratar el problema con sus pacientes. “Tanto si tienen obesidad como sobrepeso, debemos ofrecerles la posibilidad de hablar de ello. Si no quieren, no tiene sentido seguir, pero normalmente, en siguientes consultas ya son ellos los que preguntan y ahí se puede actuar”, relata.

En opinión de Ramírez, tanto la sociedad como los propios médicos infravaloran el problema del sobrepeso, y está tan extendido que incluso se ha normalizado: son tan habituales que parecen saludables niveles de grasa y circunferencias abdominales que no lo son.

Entre docenas de personas con sobrepeso preguntadas para este y otros reportajes sobre el tema, es frecuente escuchar que el médico de familia no se implica o no tiene los suficientes conocimientos, que se limita a dar la típica fotocopia con una dieta de 1.500 calorías que está más que desacreditada por la evidencia científica. Ramírez defiende que cada vez hay más formación, aunque reconoce que, por culpa de la saturación de los centros de salud, puede resultar complicado dedicar el suficiente tiempo. Anima tanto a pacientes como a colegas a hacerlo: “Muchos me dicen que pensaban que iba a ser horrible, que les iba a quitar todo, pero que ahora están comiendo más y mejor. Si la gente está motivada, suele ir bien”.

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