Los cristianos en Siria se enfrentan a una difícil situación, quienes continúan lidiando con los efectos devastadores de más de trece años de guerra y la creciente emigración debido a la crisis económica y la persecución religiosa que sufrieron en su día. Monseñor Jean-Abdo Arbach, arzobispo greco-católico de la diócesis de Homs, Hama y Yabroud en Siria, participó en la IX Noche de los Testigos que tuvo lugar en la catedral de La Almudena en Madrid, el 14 de marzo de 2025.
En la diócesis de Mons. Arbach hay 17 parroquias atendidas por 17 sacerdotes y hay 5.250 familias greco-católica.
Testimonio de Mons. Arbach en la IX Noche de los Testigos
El Papa Benedicto XVI me nombró arzobispo de Homs, Hama y Yabroud en 2012. Llegué a Yabroud el 24 de diciembre 2012. Allí descubrí que facciones del Estado Islámico estaban persiguiendo y martirizando a cristianos, asesinándolos. El 27 de diciembre quise tomar posesión de mi arzobispado en Homs, pero no pude entrar. Estaba todo el centro de la ciudad tomado por el Estado Islámico. Mi sede episcopal, fue tomada por completo y lo convirtieron en su centro de operaciones y hospital de guerra.
Celebré la primera Misa como obispo en un sótano y alquilé una casa en la ciudad de Zydal. Allí comencé la vida pastoral con mis sacerdotes y parroquias, siempre a distancia porque las ciudades estaban rodeadas por los yihadistas. Dos años después, en 2014, todos estos pueblos de mi diócesis fueron liberados. Yo entré por primera vez a ellos y yo vi, con mis ojos, la destrucción y la maldad.
El 19 de Marzo 2014, después de la liberación de la ciudad de Yabroud, entré a la iglesia de la Virgen María con los iconos en el suelo con tiros y rotos, como este que se encuentra aquí, las estatuas cortadas por la cabeza. Cruces profanadas, rotas, que arreglamos para ser usadas para las celebraciones litúrgicas y que nunca se nos olvide todo lo que sucedió allí.
El 8 de mayo de 2014 entré la primera vez a mi catedral y mi arzobispado. Mis ojos vieron la destrucción de la iglesia, la destrucción de los iconos. Había 18 bombas en el techo y al día siguiente explotó una bomba en el trono donde yo me siento a celebrar. Esta explosión provocó que un 70% de la Iglesia fuera destruida, todo el altar, el iconostasio, las paredes… Murió un cristiano y 5 personas fueron gravemente heridas.
Mi pueblo ha vivido muchos episodios de martirio. Por ejemplo, delante mío, en la ciudad de Yabroud le pidieron a un cristiano que negara a Jesús y rompieron la cruz que llevaba. Pero él se mantuvo firme en su fe. Lo fusilaron delante de su esposa y de sus hijos.
En la ciudad de Homs, antes justo de la liberación, mataron a muchos cristianos de la ciudad, aprovechando la confusión. Entre ellos al padre jesuita Frans, al que ataron en la silla y lo fusilaron.
Sin embargo, lo más feliz de mi vida lo viví durante la guerra. En Líbano y Siria, permaneciendo con fe y valentía frente a los estudiantes de la escuela y orando juntos. Estando ante las familias tristes y miserables, consolándolas y dándoles la palabra de vida, especialmente cuando visito a los presos, acompañándolos, escuchándolos, hablándoles y salvándolos y especialmente cuando secuestraron a mi hermano y a mi sobrino y a otros de mi diócesis.
Hoy en día los desafíos que enfrentamos en Siria los cristianos son muchos. El más importante, es que hemos estado doce años en guerra. Y. aunque haya terminado no debemos olvidar que precisamente mañana, 15 de marzo, se cumplen 14 años del inicio de la guerra en el año 2011. Ahora nuestros jóvenes emigran muchos al extranjero y muchas de ellas son familias cristianas que en minoría, sintiéndose discriminados, con malos trabajos sienten su futuro fuera del país. El gobierno nuevo echó muchos empleados cristianos y estos no tienen ningún recurso para vivir.
La situación económica es muy compleja. La tasa de pobreza es del 80% de nuestras familias. Nuestra diócesis es muy pobre y durante la guerra actuamos con fe y sencillez. Servimos con la fuerza que el Señor nos da. Grande es nuestra esperanza en el Señor, como dice la Biblia: El que persevere hasta el fin, éste estará a salvo.
Solo hay dos horas de electricidad al día. Mucha gente hace hasta cinco horas de cola para conseguir el pan, una inflación galopante -el alquiler es más alto que el salario medio- y la escasez de gasolina paraliza todo el país. La ida y vuelta a los pueblos no es segura, hay miedo de robo y de secuestro.
Las necesidades son muchas: lo más importante es asegurar la subsistencia, la asistencia médica y los medicamentos, ayudar a las familias pobres, asegurar la supervivencia de los sacerdotes, especialmente de los que están casados porque viven una vida difícil (les recuerdo que en el rito oriental hay sacerdotes célibes y casados), y muchos de ellos están pensando en emigrar con sus familias a otros países.
Sí, hay mucha migración y las familias están considerando emigrar. El gran desafío que ahora afrontamos, como dice la Biblia: “Hiere al pastor, y las ovejas se dispersarán”. Ahora debemos esforzarnos por fortalecer al pastor para que permanezca con su rebaño, proveyendo para su sustento y las necesidades de sus hijos. Nuestros cristianos tienen esperanza porque su fe es fuerte, es férrea. No podemos dejarles de lado y dejar que el cristianismo desaparezca de esta tierra de misión. Debemos sostener a estos pastores.
Siempre he sido optimista y he animado a la gente a quedarse en sus hogares, sus tierras y sus patrias, y les he dicho que no tengan miedo. Cesa la guerra, terminan las penurias y las tribulaciones, y hay un proverbio que dice: Después de cada descenso, hay una salida. Sí, políticos dennos la paz y levanten las sanciones contra nosotros, nuestro pueblo quiere su dignidad y su vida. En estos días difíciles, económica y políticamente en nuestro país y en todo el mundo, ponemos nuestra esperanza y expectativa en las manos del Señor y oramos para que el Señor ilumine las mentes de los líderes y funcionarios para encontrar los caminos fundamentales para que las personas vivan con dignidad, y les decimos: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Hoy debemos mirar al árbol de la cruz para que brote en nosotros la esperanza: para ser sanados de la tristeza —pero, cuánta gente triste. A mí, cuando podía ir por las calles, me gusta ver la mirada de la gente. ¡Cuántas miradas tristes! Gente triste, gente que hablaba consigo misma, gente que caminaba solamente con el teléfono, pero sin paz, sin esperanza.
Sí, dice la Biblia: el que persevere hasta el fin, éste será salvo. No perdamos la esperanza, que es una de las bendiciones del Señor. Recorramos este camino cuaresmal juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo, sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual.
El Papa Benedicto XVI nos enseñó que «el ser humano necesita un amor incondicional. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)». Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado, y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.
Quiero agradecer en nombre de nuestros sacerdotes y nuestros fieles, en el nombre mío de todo mi corazón a la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada. A los responsables en España y en el mundo, a sus voluntarios y benefactores. Verdaderamente estamos en un momento muy muy complejo y sin su apoyo, como el del resto de la Iglesia, no podríamos continuar con nuestra misión pastoral. Cada ayuda, escúchenme bien, puede salvar a una persona, a una familia, a una comunidad.
Muchas gracias de todo mi corazón. En este tiempo de cuaresma, como primera tarea, recen por nosotros. La oración muy importante en estos momentos difíciles por los cristianos y el pueblo querido de Siria.
Los cristianos perseguidos te necesitan. Confían en tu oración y en tu generosidad
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