El debut internacional de la presidenta Claudia Sheinbaum es, por sí sólo, un logro y un avance. Entre los muchos sinsentidos heredados por el antecesor, celebramos que el complejo de política provinciana de kiosco no figure entre los atributos y características extendidas a la nueva administración.
Asistir, participar, presentar la voz de México es un acierto. Sostener encuentros multilaterales y bilaterales regresa a México a la escena internacional. Por todo ello, enhorabuena.
No resulta descabellada la propuesta de reducir 1 por ciento del gasto militar en el mundo para dedicarlo a combatir la pobreza y el cambio climático. Ciertamente suena idealista y poco realista. Pero como ella misma dijo, “prefiero pasar por idealista, que por conformista”.
Ahora bien, presumir el programa Sembrando Vida como un modelo de acción social en contra de la pobreza, al tiempo que realiza una acción profunda de reforestación, es, en los hechos, una valoración simplista.
En primer lugar porque, conforme avanzó el sexenio anterior, se comprobó que muchas familias y agricultores mexicanos talaban árboles mayores, maduros, para cobrar el programa y sembrar nuevos. Es decir, en los hechos, todo lo contrario de lo que el programa se propuso. Deforestaban, para reforestar. Un despropósito dañino para el medio ambiente, porque, como usted supondrá, un árbol joven o recién sembrado tardará años en limpiar el ambiente y convertir el tóxico CO2 en oxígeno para la atmósfera. Una soberana estupidez.
Pero más aún: si revisamos los números de presupuestos anteriores, el programa Sembrando Vida registró continuas reducciones en recursos asignados y ejercidos. Es decir, le dedicaron cada año menos dinero. Algún diagnóstico interno, no compartido con medios ni con el público, detuvo el flujo de dinero. Algo no funcionó correctamente con el programa.
Un dato adicional: no existen padrones claros de este ni de otros programas. Usted y yo y todos los mexicanos de a pie ignoramos con precisión a quién se entregan esas inmensas cantidades de dinero.
Sin duda existe el programa y se reparte, lo que no está claro es que se hayan instalado métricas para comprobar que, en efecto, se siembran árboles en zonas donde no había otros antes, o que se cortaron recientemente. Ahí está el problema.
Tampoco tenemos una evaluación clara de los países a los que, según la Presidenta, se les entregan recursos para este fin (Guatemala, Honduras y El Salvador).
Entonces resulta dudoso ir a pregonar como un modelo de éxito un programa no verificado y validado en el terreno de acción.
Más allá de eso, la participación de la presidenta de México en la Cumbre del G20 puede considerarse un éxito por su presencia, por el nivel de reuniones que sostuvo (10 bilaterales con líderes de Estados Unidos, Francia, India, Canadá, Chile, Colombia, Brasil, etcétera). Muy bien. Ojalá y vengan resultados muy positivos de esta reaparición de México en los escenarios internacionales.
Mientras eso sucedía en Brasil, e incluso con la errática presencia de un Biden en despedida, Estados Unidos autorizó a Ucrania utilizar misiles americanos de mediano y largo alcance en contra de Rusia. Y con Washington como respaldo, la Unión Europea se sumó con otros misiles semejantes de fabricación británica.
Esto es lo que se llama un game changer en el escenario de la invasión rusa a Ucrania.
Porque estos misiles permiten a Zelenski atacar blancos en territorio ruso y, con ello, elevar significativamente el tono, intercambio militar y nivel bélico del conflicto.
La lógica de Biden radica en ‘blindar’ o fortalecer a Ucrania ante dos hechos consumados: la participación de más de 10 mil tropas norcoreanas a favor de Rusia y la aplastante victoria de Trump.
Biden se equivoca y eleva la tensión en contra de Rusia, porque evidentemente Trump cambiará, la tarde el 20 de enero después de jurar como presidente y sentarse en la Oficina Oval, esos apoyos norteamericanos en recursos y en armas.
Esa misma tarde Trump firmará una serie de ‘órdenes ejecutivas’ –varias de las cuales estarán destinadas a México con graves consecuencias– que prohibirán la entrega de armamento y nulificarán los recursos autorizados a Ucrania.
No tiene mayor sentido. El gusto puede durar a Zelenski 61 días a partir de hoy.
Y si los lanza, es decir, si Estados Unidos entrega los misiles a tiempo y Ucrania dispara en contra de Rusia, las cosas se pueden poner mucho más complicadas para el mundo.
Rusia podría responder con una fuerza equivalente, según los tratados y acuerdos de guerra internacional que prohíben afectar a civiles y responder con fuerza bélica semejante. Principios, ambos, atropellados por Putin en Ucrania y por Netanyahu en Gaza, en Cisjordania y en Líbano (ofensiva contra Hezbolá).
Pero imagine usted que Rusia lanza un ataque mayor, con misiles más poderosos y con armamento de ese que preferimos no mencionar para ni siquiera invocar a la barbarie.
¿Qué pasaría entonces? ¿Reino Unido y la OTAN tendrían que responder? ¿Estados Unidos quedaría atrapado por un armamento entregado pero por el presidente que se acaba de ir?
Muy delicado, torpe y mal calculado por Biden.