Del imaginario colectivo que esbozó Gabriel García Márquez en el clásico literario Cien Años de Soledad, finalmente llega a la pantalla chica como una colección de pasajes sobre las maldiciones y sinsabores que experimentan los primos José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán en pos de consolidar su amor y su legado.
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Diego Vásquez, como José Arcadio adulto; Marleyda Soto, como Úrsula adulta, y Claudio Cataño, como Aureliano Buendía adulto, explicaron cómo se abordó la popular historia, que fue dividida en dos partes, siendo la primera la que se estrena hoy en Netflix y que abarca ocho episodios.
“El imaginario del hombre es superior a cualquier cosa que los sentidos puedan captar, desde la realidad, por eso está el realismo mágico, porque sólo existe acá (en la imaginación), y esto que verán es algo impensable, algo que les cautivará”, advirtió Diego sobre la realización ex profeso para la marca de streaming.
La tercia de histriones, ampliamente conocidos y de gran renombre en su natal Colombia, expresaron su beneplácito por los resultados del equipo de producción de Dynamo, el cual contó con la dirección de Álex García López y Laura Mora.
“La lectura y la relectura del libro nos llevó a mejor puerto. Este libro es como la Biblia a partir de la cual contamos la historia. En el análisis del texto es lo que nos ha permitido entender todo, desde leer, analizar y compartir intuiciones”, amplió Marleyda. “Las primeras lecturas, luego compartir en el set, donde me encuentro con mis compañeros; aparecen otras narrativas, lecturas que no fueron percibidas y nos ayudan a nutrir lo que hicimos”.
A lo largo de los 16 episodios en total, la mitad de ellos ya realizados, el espectador descubrirá cómo el historial romántico de José Arcadio y Úrsula afecta a toda la comunidad del utópico pueblo, al cual bautizan como Macondo, que fundan en la ribera de un río.
Como los protagonistas se casaron contra la voluntad de sus padres, sus descendientes crecen con el estigma de una maldición que raya en la imaginación y la realidad de quienes la cuentan.
Tanto el lenguaje y los acentos como las vestimentas y los elementos de ornato debieron ser analizados con microscopio por el equipo literario de Cien Años de Soledad para darle un realismo único.
“Pertenezco a la región de Colombia que es el némesis de los ‘caribes’, de los costeños, digamos que soy su enemigo natural, y, por supuesto, impregnarme del espíritu caribeño fue una de las tareas más grandes”, destacó Cataño. “Si no lo logré, lo intenté. Los tonos, el arco del personaje, el acento, lo defino como hacer planas, es un tema de repetición”.
Considerado un emblema de la literatura universal, Cien Años de Soledad, del Premio Nobel de Literatura colombiano, fue el propósito de gozo y análisis de los actores de costumbres que no tuvieron y de ideas que no percibieron hasta que cayeron en la cuenta de que debían rodarlas.
“(Retomamos) Las costumbres que eran naturales en el desarrollo de la vida de los macondinos hace 200 años, como aprender a escribir con pluma, hablar en latín, sánscrito, hacer ciertos oficios, fue algo que nos previeron ellos y nos enseñaron”, explicó Vásquez. “Tiene que ver con muchas lecturas, reuniones con los directores, con los compañeros. La multiplicidad de actividades que nos llevaron a darle cierto molde al personaje para darle cierto peso y tuviera ese nivel de verdad que los actores buscamos siempre”.
El transcurso de los días, las semanas, los meses y los años es, para los originarios de Macondo, un relato alrededor de lo que sucedió con los Buendía, llenos de misterios y enigmas, de maldiciones y de bondades, de expectativas y de crueldades, de dolores y de gozos que le dan perpetuidad a las incógnitas del amor y de los desdenes alrededor de éste.
De capitalino a caribeño
Claudio Cataño, uno de los actores maduros jóvenes más prestigiados de su generación en Colombia, aseguró que fue una aventura fuera de serie darle el acento caribeño adecuado al coronel Aureliano Buendía, ya que su herencia viene de Bogotá y tuvo que replantearse tonos, tesitura y pensamientos alejados de su realidad.
“Al bogotano le dicen ‘rollo’, es el gentilicio de los capitalinos. En este caso fue ‘bogotano versus costeño’; ellos nos llaman a nosotros ‘cayaco maluco’, y nosotros les decimos ‘corronchos’. Es una cosa así (de rivalidades), porque nuestras energías son muy diferentes, Bogotá es fría, es taimada, es cerrada, es agria, amarga, somos lo que se diría un ‘carembuda’”, contó Cataño, en tono divertido, sobre su trabajo en Cien Años de Soledad. “Y los ‘caribes’ son abiertos, frescos, alegres, jocosos, y, por naturaleza, evidentemente yo parece que tuviera un chícharo dentro de las nalgas y tuve que sacarme ese chícharo y comenzar a habitar (el personaje) de una manera más abierta”.
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