Es posiblemente el mejor altavoz del movimiento político descolonial en Europa. Frente a la integración o el radicalismo, defienden una tercera vía, la politización de su voz: somos distintos pero ni peores ni mejores, no queremos ser salvados sino que quizá podamos salvaros (de la decadencia ética y política de un continente envejecido que aún no ha asumido los errores de su Historia).
La filósofa y periodista Louisa Yousfi, militante y escritora, argumenta con no vanos razonamientos que el integrismo islámico que ataca el corazón de Europa es producto no sólo del racismo de extrema derecha, sino y también del moralismo de la izquierda. Nacida en Francia en el seno de una familia arquetípica de la emigración obrera tras la descolonización de Argelia (Cannes, 1988), habla de una generación víctima de un engaño: sé ejemplo, sé el mejor en la escuela y la recompensa será ser considerada hija de Francia.
Fue la mejor, sí, pero el racismo continúa exigiéndole desvincularse de sus orígenes y asumir los errores del país de adopción sin derecho a participar en la vida sociopolítica y cultural. Deciden pues los descoloniales no ser soldados de una causa que persiste en el genocidio, porque la vida de un ser humano del sur sigue siendo gratis, y así lo estamos viendo en las noticias diarias del genocidio palestino, por ejemplo.
¿Ser bárbaro es una condición cultural o genética, salvable o insalvable?
Es una construcción políticamente organizada para encarcelar a los árabes, los negros y todo aquel que no sea blanco, en identidades que son indignas de ser habitadas. Hoy en día es una categoría empleada para mantener el poder colonial sobre los descendientes de los emigrantes descolonizados. En primer lugar es un insulto, una identidad sumamente negativa, pero sobre todo es lo más específico de la dominación racial, que divide moralmente el mundo entre bárbaros y civilizados. Los primeros representan un tipo de humanidad indigna que puede ser sacrificada sin suscitar ningún tipo de condena.
¿A qué responde entonces ese deseo de darle la vuelta, el empeño por “seguir siendo bárbaro”?
Intento mostrar cómo a partir de ese insulto, esa casilla que nos encarcela en un estatus inferior a la población blanca, los descendientes de la migración hemos conseguido politizar este espacio y convertirlo en algo positivo desarrollando para ello una política de la dignidad. Convertimos “bárbaro” en un término bisagra, que quiere decir una cosa y lo contrario al mismo tiempo.
¿Sería esta la tercera vía que propone entre la integración neutralizadora y la sublevación o radicalización?
Exactamente. Las dos vías que se nos presentaban hasta ahora eran: 1) ser bárbaros en la primera acepción del término, víctimas del racismo explícito de la extrema derecha que no oculta sus ambiciones y que nos considera un peligro para Europa, una amenaza que puede contaminar cualquier espacio cultural, moral, social, vinculándola con la inseguridad y demás; 2) la postura de la izquierda humanista, una especie de antirracismo moral que considera que nosotros, en realidad, somos distintos, y cuyo trabajo es convertirnos en franceses blancos: tal era nuestra salvación. Nadie hasta ahora había planteado que somos una alteridad que no debe ser negada, y que es producto de nuestra identidad histórica. Y que no solamente tenemos derecho a habitar este mundo, sino que podemos transformarlo. Por eso precisamente hemos pasado a ser sujetos políticos: somos una iniciativa, un nuevo proyecto político, una nueva agenda que no implica solo a la población no blanca, sino al conjunto de la sociedad. Es decir, no se trata de una lucha sectorial, sino que consideramos que el racismo cuestiona los cimientos mismos de la república francesa y de toda Europa.
¿De ahí que diga que no solamente no deben ser salvados ni integrados, sino que ustedes con esta actitud pueden salvar el mundo? Es decir, “nosotros” (ustedes) podemos salvarlos a “ellos” (los occidentales), ¿correcto?
Sí, no sólo no somos el problema sino que podemos ser la solución. En realidad, nunca nos hemos cuestionados cuál es la naturaleza de este mundo en el que se nos exige integrarnos, pero la pregunta sería: ¿queremos ser los nuevos soldados de este mundo o mantenernos en una resistencia integral? Pues mira, ahora mismo hay una situación política internacional que lo muestra claramente: el genocidio que atendemos en Palestina. La población migrante siempre ha estado del lado palestino, pero si nos integráramos en Francia nos convertiríamos en soldados del genocidio. Y no, esto no se puede cometer en nuestro nombre, lo que hace que estemos orgullosos de no integrarnos; no, por suerte Francia no nos considera hijos suyos, no somos franceses como los demás, porque no apoyamos esta política genocida. Dentro de nosotros late un futuro revolucionario vinculado con una historia de la resistencia antiimperialista, fuerte y viva, que está en el centro de todo lo que se juega en la escena contemporánea y europea.
La violencia integrista es el resultado o síntoma de una violencia estatal anterior, pero es la de un mosquito frente a un león
Siguiendo con el ejemplo de Palestina, uno ha de entender la radicalización de un pueblo condenado al robo, el destierro y la aniquilación. Usted sostiene que en estos escenarios la violencia se convierte en “el único modo de establecer comunicación”. ¿Justifica esa violencia?
No es a mí a quien toca justificar moralmente nada. Lo que hago es constatar que existe, que el estado de las cosas tiene una cierta racionalidad; es decir, que las cosas no suceden porque alguien se vuelva loco, sino porque hay una cadena de causa-efecto o efecto-causa, y en ese contexto entiendo absolutamente que seres a los que se les niega todo derecho y dignidad, a los que se les impide cualquier vía, incluso de politización, no les queda otra forma de expresión que la violencia. Estamos hablando de Palestina, que es un caso extremo, pero es que incluso a los migrantes en Francia se les niega una autonomía política en su lucha. La violencia es el resultado, es el síntoma de una violencia anterior, estructural, estatal, normalizada e invisible. Y en realidad de lo que estamos hablando es de la violencia de un mosquito comparada a la de un león. Algo espantoso pero que desgraciadamente sucede cuando se impide cualquier otra vía o forma de expresión digna.
Cuántas vidas del Sur vale una vida occidental, se pregunta. ¿Tiene respuesta?
Yo diría que las vidas del Sur no valen nada. Lo vemos claramente hoy: hace ya más de un año que dura el genocidio palestino; mujeres, niños, ciudadanos inocentes… es que ya ni se cuentan las víctimas: un horror o espanto absoluto que no suscita ninguna decisión a escala internacional, ninguna oposición hacia los países que podrían detenerlo. Y constatamos que sólo los individuos politizados, y en Francia los más politizados somos los hijos de la emigración, tienen la sensibilidad y son conscientes de que estamos hablando de seres humanos. Pero es que las vidas árabes hoy ni siquiera se consideran vidas humanas. Es decir, se pueden sacrificar sin más. Continuamos en la misma organización moral del mundo que orquestó la colonización.
Se declara usted profundamente influida por su historia familiar y su condición de joven francesa de origen argelino en Francia. ¿Cómo es esa historia familiar?
Mi historia familiar es absolutamente arquetípica: el prototipo de la inmigración argelina en Francia. Mi padre llegó a Francia en los años 70, tras la liberalización de Argelia, que dejó a la población sin recurso alguno. La pobreza obligó a los argelinos a venir a Francia en busca de trabajo. Era una migración obrera que Francia necesitaba como mano de obra para construir su país. Mi padre trabajó en el sector de la construcción, yendo y viniendo durante un período de tiempo hasta que se permitió la reagrupación familiar. Así fue como llegó mi madre y mis siete hermanos, yo ya nací aquí. Somos el prototipo que cristalizó en una caricatura: llegan, tienen 20 hijos, hacen mucho ruido y huelen diferente: una frase que inmortalizó el presidente Jacques Chirac. Cuando la realidad es que mis padres se sacrificaron muchísimo para encontrar su futuro y el de sus 8 hijos. Luego la forma en que nos educaron es lo tradicional y clásico en la historia de la emigración: integraos, portaos muy bien en la escuela, sed obedientes, discretos y ejemplares; haced todo lo que os pidan y llegará un día en que seréis recompensados. Y así es que fuimos los primeros de la clase, pero la realidad es que el racismo no dejó de existir y que la prometida recompensa no se cumplió: eso es lo que ha radicalizado a mi generación: seguimos sin ser considerados seres legítimos. Pero el giro de guión es que al final no hemos tenido ni ganas de serlo: radicalización.
Yousfi, alumna aventajada, ¿ha estudiado usted Periodismo y también Ciencias Políticas?
Me licencié en Filosofía y luego hice una formación en Periodismo, que es el oficio que ejerzo. No estudié Ciencias Políticas: fue la militancia lo que me introdujo en el mundo de las ideas políticas, y esto supuso un giro en mi vida sin el cual no habría podido escribir este libro.
Y continúa escribiendo; es decir, ¿la política le descubrió su vena literaria? Tengo entendido que está disfrutando de una beca para escribir novela, ¿cierto?
Sí estoy viviendo en Roma, tengo un año de residencia becado por la Academia de Francia en Villa Médici, y lo que estoy escribiendo no es ensayo sino ficción, pero en torno a los temas que me interesan sobre la migración.
Ustedes los descoloniales no reivindican lo que fueron, sino lo que pudieron haber sido antes de la colonización y de la integración. ¿Quien no siente esta nostalgia se convierte simplemente en un idiota?
No reivindicamos esta nostalgia que llevamos dentro sin remedio, de una forma visceral y espontánea, porque esto no sería objeto de política. Esa nostalgia o fantasía de una era dorada nos llevaría al pasado y no se puede construir un horizonte a partir de eso. La gran pregunta no es qué habríamos sido, sino en qué nos estamos convirtiendo. Nos están aculturando, que es equivalente a desculturizando: obligándonos a perder riquezas sin ganar nada nuevo. Nos piden que olvidemos nuestro idioma, la tradición o la religión islámica, vale, y ¿qué nos ofrecen a cambio?: una forma de vida consumista, mercantilista, carente de valores filosóficos o esenciales. Entonces nuestro sentimiento es que la integración nos empobrece. No, no queremos convertirnos en esto. Y a partir de aquí podemos imaginar una política: los descoloniales se agarran a este sentimiento de pérdida a cambio de nada, que puede ser un sentimiento conservador en el sentido etimológico de la palabra, sí, pero le damos una dimensión revolucionaria. No queremos volver al pasado, sino que miramos hacia el futuro, un futuro que necesitamos politizar, convertir en una fuerza de avance.
Alude en el libro a “la ciencia racista” (sic), pero ¿es científica la existencia de razas o es una mera percepción humana y subjetiva?
La raza es un concepto creado por la necesidad de expansión capitalista y colonial. Y los colonizadores intentaron fundamentarla en un plano científico y biológico, pero se ha demostrado con claridad que eran teorías absolutamente falsas y falaces. Queda muy poca gente que dé credibilidad a una existencia biológica de las razas, aquella falsa creencia de que el cerebro de un negro está constituido de forma diferente que el de un blanco. Pero sí persiste enquistado un racismo culturalista, y al final el resultado es el mismo: nos encierran dentro de una identidad artificial que nosotros no hemos escogido. El racismo es una dominación organizada estructuralmente desde la colonización, estableciendo jerarquías vigentes en la población: la discriminación sigue vigente en situaciones tan cotidianas como buscar un alquiler o un empleo. Pero no es que los árabes o los negros seamos biológicamente más violentos, sino que estamos más reprimidos y expuestos a vidas más precarias. Es algo completamente estructural, construido de forma histórica y en ningún modo científica o biológica.
Yousfi, cuando un “civilizado” apoya a un “bárbaro”, ¿busca algo más allá de su propia salvación? ¿Siente culpabilidad el hombre occidental?
Sí, a nivel individual, sí. Hay realidades que sí tienen un impacto en personas occidentales, que quieren identificarse con los bárbaros, pero como militante descolonial, el asunto no es lo que ocurre en un plano individual. Nosotros no exigimos un mea culpa de los blancos, sino que dejen de aceptar que se cometan crímenes en nombre de su estatus privilegiado, que se solidaricen con nuestra lucha no sólo desde un punto de vista humanista y abstracto, que no se limiten a defender a los árabes y negros cuando son víctimas, sino también cuando son actores políticos, cuando intentan desarrollar un pensamiento, una estrategia, una palabra. Pero cuando los movimientos migratorios han intentado politizarse, la izquierda ha considerado que somos una competencia. Pero es que no se trata de proteger a un bebé foca, nosotros no somos un bebé foca, somos seres humanos.
Yousfi, ¿qué es la “asilvestración” humana? ¿Algo que ver con el rewilding de la naturaleza?
Nada que ver. Es una teoría racista de la extrema derecha en Francia que sostiene que la sociedad francesa se vuelve más salvaje al contacto con los migrantes: los migrantes contaminan moralmente, crean más inmigración, más inseguridad, una marcha hacia atrás de las costumbres, de los derechos de las mujeres, de los homosexuales. Y fue Macron quien afirmó que se está dando un asilvestración de la población en los barrios populares donde viven los negros y los árabes. Nosotros no negamos que esto esté sucediendo, pero sí que tenga relación con nuestro origen, el sustrato de nuestra cultura árabe, sino todo lo contrario: está vinculado al impasse existencial que nos impone Francia y sus conflictos de lealtad. Es el propio proceso integracionista el que provoca esta asilvestración. No voy a negar que en Francia ha habido atentados islamistas que causaron muchas víctimas, pero el relato inmediato fue: claro, eran árabes musulmanes, hay que buscar la causa en el Corán. A nadie se le ocurrió pensar que si los terroristas eran chavales que habían crecido en Francia, producto directo de Francia, la responsabilidad es francesa y no está vinculada con otros países o causas externas. Es un asunto integracionista, que puede y de hecho crea monstruos, y por eso hay que combatirlo.
El rap es machista y sin embargo admite que habla por usted, ¿cómo lo explica?
A partir del rap ha crecido una conciencia descolonial incluso anterior a nuestro movimiento político: era el único lugar donde podías decirlo todo, sin forma, sin amabilidad, sin ponerte guantes, en crudo, sin tener que buscar una respetabilidad. Es la idea de, mira, nosotros no queremos ser respetables: estamos jodidos. Cuando intentan borrarte del mapa, tú intentas hacerte lo más pequeño posible, ser muy educado y discreto, pero llegas a casa y escuchas esta música que te habla de lo que harías y dirías si no te reprimieran tanto y pudieras dejar de fingir que eres tan buen chico. Entonces esa música resulta ser una catarsis que te libera de tus demonios.
¿Y qué hay del machismo de sus líricas?
¿Por qué no me afecta? Porque sé que en realidad, cuando ellos hablan de las mujeres ni están hablando ni de mí ni de las mujeres. Los hombres de la inmigración están sometidos a un racismo específico que consiste en castrarlos, quitarles todo poder social, financiero, incluso en el seno de sus familias. La política integracionista siempre ha querido separar a las mujeres de los hombres: vosotras tenéis la posibilidad de salvaros si os distanciáis de vuestro padre, hermano, marido, porque ellos son vuestros enemigos. Esto es lo que ellos han entendido, se han sentido atacados en su virilidad y entonces responden desde su virilidad: vamos a por lo que más miedo os da, la fantasía del hombre violento que viola a las mujeres. Tal es la idea colonialista del hombre árabe y negro, y tal es su respuesta, su botín de guerra. Es una manera de repercutir la violencia que les es impuesta, es así como la evacúan; es una violencia no vinculada a una potencia, sino a una impotencia. Cuanta más dignidad les podamos dar, menos se girarán en contra de las mujeres.
El rap, las escritoras bárbaras, todos ustedes ¿han vuelto a ser domesticados por la industria del consumo? ¿Por eso dice que ha fracasado, que ha dejado de ser bárbara?
Sí. Todo el potencial del racismo se fundamenta en el capitalismo, y así volvemos al principio de la entrevista. Hoy somos visibles, y por tanto estamos en peligro. El antirracismo liberal que quiere capitalizarnos es un filón muy buscado por la industria del entretenimiento en la sociedad actual. Tenemos delante al mayor enemigo. A ellos cualquier asunto les va bien si sirve para ganar dinero, lo que constituye el mayor cinismo imaginable y un peligro terrible. Y la primera manifestación de esto es dirigirse a nosotros no como un colectivo, sino como individuos atomizados, porque si somos comunidad les complicamos la vida. Pero lo somos, te lo aseguro.