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LOS ORÍGENES DE LA GUERRA Y LA RELIGIÓN

Autor: Canarias-semanal.org

   Durante millones de años, los seres humanos vivieron en pequeñas bandas de cazadores-recolectores. Se desplazaban en busca de alimentos y sus encuentros con otros grupos eran escasos y generalmente pacíficos. No había guerras organizadas; los conflictos eran raros y, cuando ocurrían, solían ser disputas menores. La vida se centraba en la supervivencia, y para ello la cooperación era esencial.

La Revolución Neolítica y el surgimiento de la guerra

    Sin embargo, todo cambió con la Revolución Neolítica, que comenzó hace unos 10.000 años. La agricultura y la ganadería permitieron que las comunidades humanas se asentaran en un lugar y comenzaran a acumular excedentes de alimentos. Esta nueva estabilidad y riqueza trajeron consigo un aumento significativo de la población, pero también nuevos desafíos.

     A medida que más y más tierras eran cultivadas, las comunidades comenzaron a competir por los recursos. El agotamiento del suelo obligaba a los agricultores a buscar nuevas tierras, a menudo entrando en conflicto con sus vecinos. Los primeros indicios de guerra organizada datan de este período, cuando las comunidades comenzaron a construir fortificaciones y a entrenar guerreros para proteger sus bienes.

El Pozo de la Muerte de Talheim

    Un ejemplo claro de estos primeros conflictos se encuentra en Talheim, en el suroeste de Alemania. Allí, los arqueólogos descubrieron un pozo con los cuerpos de 34 personas, la mitad de ellos niños. Muchos de los adultos presentaban heridas de flechas en la cabeza y signos de haber sido golpeados hasta la muerte. Este macabro hallazgo muestra que la guerra y la violencia organizada ya formaban parte de la vida humana hace unos 5,000 años.

 La religión como cohesión social

     Paralelamente al surgimiento de la guerra, la religión comenzó a desempeñar un papel crucial en la cohesión social. En las sociedades de cazadores-recolectores, la religión era más sencilla y se centraba en el totemismo y el culto a los antepasados. Los rituales y las creencias ayudaban a unir a las pequeñas bandas, proporcionando un sentido de identidad y propósito.

  Con el asentamiento de las comunidades y el surgimiento de las primeras ciudades, la religión evolucionó. Se construyeron grandes templos y surgieron castas de sacerdotes que desempeñaban un papel central en la vida comunitaria. Los rituales y ceremonias religiosas no solo buscaban la protección de los dioses, sino que también reforzaban la cohesión social y legitimaban el poder de los gobernantes.

      Los recintos fortificados, como Windmill Hill en Wiltshire, no solo eran estructuras defensivas. También servían como centros ceremoniales donde se realizaban grandes rituales comunitarios. Estas estructuras simbolizaban el poder y la unidad de la tribu, y su construcción requería la cooperación de toda la comunidad.

    La magia y la religión estaban estrechamente vinculadas. Los cazadores del paleolítico superior pintaban animales en las profundidades de las cuevas, creyendo que estos rituales mágicos asegurarían el éxito de sus cacerías. Mas adelante, en las sociedades agrícolas, estos rituales fueron evolucionando hacia ceremonias más complejas que incluían danzas, música y ofrendas a los dioses.

    La adoración de deidades

    Con el tiempo, las sociedades comenzaron a adorar deidades más abstractas y poderosas. El sol, la luna y la tierra fueron personificados como dioses y diosas que controlaban el destino de los humanos. La Gran Madre Tierra, por ejemplo, era una figura central en muchas culturas, simbolizando la fertilidad y la abundancia.

    La religión proporcionaba una explicación para los fenómenos naturales y una forma de intentar controlarlos. Las plegarias y los sacrificios a los dioses buscaban asegurar buenas cosechas, proteger contra desastres naturales y garantizar la victoria en la guerra.

     La religión también se convirtió en una herramienta poderosa para consolidar el poder. Los gobernantes comenzaron a presentarse como intermediarios entre los dioses y los humanos, legitimando su autoridad a través de su conexión divina. En Egipto, por ejemplo, los faraones eran considerados dioses en la tierra, y su poder se veía reforzado por complejos rituales y monumentales templos.

  El Legado de la guerra y la religión

  La guerra y la religión continuaron evolucionando juntas a lo largo de la historia humana. Las guerras religiosas, como las Cruzadas, y los imperios teocráticos, como el Imperio Azteca, nos han dado abundantes testimonios de esta relación entre el conflicto belico y la creencia.

   En la Edad Media, por ejemplo, las Cruzadas fueron una serie de conflictos bélicos motivados por razones religiosas, donde los cristianos europeos intentaron recuperar Tierra Santa de manos musulmanas. Estos enfrentamientos no solo fueron guerras de conquista, sino también de religión, ya que ambas partes creían disponer del mandato divino para luchar. Las Cruzadas también promovieron una fuerte identificación entre el poder secular y la autoridad religiosa, un fenómeno que se repetía en otras culturas y períodos.

   Los conflictos religiosos también jugaron un papel crucial en la Reforma Protestante del siglo XVI. Este período de grandes cambios religiosos llevó a guerras civiles y conflictos entre naciones, como la Guerra de los Treinta Años, que devastó gran parte de Europa central. Estas guerras mostraban cómo la religión podía ser un poderoso catalizador para la violencia y el cambio político.

   En la América precolombina, el Imperio Azteca combinaba la guerra y la religión de una manera única. Los Aztecas creían que sus dioses requerían sacrificios humanos para mantener el equilibrio del universo, y estas creencias justificaban sus conquistas y guerras continuas contra pueblos vecinos. Los prisioneros capturados en la guerra eran sacrificados en ceremonias religiosas que reforzaban la autoridad del emperador y el papel central de la religión en la sociedad azteca.

    La religión no solo ha sido una causa de conflicto, sino también un medio para la paz y la reconciliación. En tiempos modernos, figuras como Mahatma Gandhi han utilizado principios religiosos para liderar movimientos de resistencia no violenta. Gandhi, influenciado por el jainismo y el hinduismo, abogaba por la no violencia y el amor universal como herramientas para oponerse al dominio británico en India.

    La Revolución Neolítica, pues, no solo transformó la economía y la sociedad humanas, sino que también introdujo dos fuerzas poderosas que han moldeado nuestra historia: la guerra y la religión. Ambas surgieron como respuestas a los desafíos de una vida sedentaria y han dejado una huella profunda en la civilización humana. La guerra, inicialmente una lucha por recursos y supervivencia, se convirtió en una herramienta de poder y dominación. La religión, por otro lado, ha sido tanto una fuente de consuelo y cohesión social como un medio de justificación para la violencia y el control. Juntas, estas fuerzas han influido en el curso de la historia humana de maneras complejas y profundas, y continúan haciéndolo en la actualidad.

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