Simon Critchley hace la fila para entrar a Anfield. Lo acompañan su hijo y su sobrino. En una fila paralela, a cinco metros, ve a su padre muerto. “Orientado en la misma dirección, no me devolvió la mirada”. Es el 13 de marzo de 2012. Liverpool golea 3–0 a Everton, el clásico. Tres goles de Steven Gerrard. A la vuelta a casa, su hijo se duerme en el asiento de atrás del auto. Y Critchley le comenta a su sobrino lo que había sucedido en la fila. “Yo también lo vi”, le responde. Lo cuenta en En qué pensamos cuando pensamos en fútbol. “Antes que filósofo, soy hincha –me dijo Critchley, profesor en la New School for Social Research de Nueva York–. Siempre algo extraordinario sucede, lo que tiene que ver con la experiencia de jugar. Y aunque trate de sublevarme, la pasión más intensa y constante de mi vida es el fútbol, el ballet de la clase trabajadora”.
Líder de la Premier League –seis puntos de diferencia con el escolta Arsenal y un partido menos, ante el Everton–, primero en la tabla de la nueva Champions –invicto, seis triunfos en seis partidos– y semifinalista de la Copa de la Liga inglesa, el Liverpool asoma como el mejor equipo en lo que va de la temporada 2024/25, el más en forma y el más fortificado: ganó 22 de los 26 partidos (a Real Madrid, Manchester City, United, Chelsea y Milan) y sufrió apenas una derrota (frente al Nottingham Forest, hoy cuarto en la Premier). Implacable en el despliegue de precisión y velocidad en ataque, este Liverpool es un fuego que quema, con un nuevo DT tras los nueve años de Jürgen Klopp –el neerlandés Arne Slot– y con viejos intérpretes inquietos en la búsqueda de resonancias, los que tocan las notas justas para darle una música propia a su tiempo.
Virgil van Dijk –33 años, capitán– confirma que es uno de los mejores centrales del mundo. “Quiero al club, el club me quiere. Quiero a los hinchas, los hinchas me quieren. Es una muy buena base para tener éxito –dijo–. Puedo jugar otros tres o cuatro años al más alto nivel”. El lateral derecho Trent Alexander–Arnold y el izquierdo Andrew Robertson, expertos en centrar y pasar, no son meros laterales: de a ratos se acoplan como extremos, se contraen como mediocampistas. En la mitad, Alexis Mac Allister es el freno y el pase: el cerebro. Lo secunda, en la fase defensiva, Ryan Gravenberch, y en la ofensiva, Dominik Szoboszlai. Y en el frente de ataque, artillería pesada: el colombiano Luis Díaz (con Slot jugó hasta de “falso nueve”), Cody Gakpo, Diogo Jota, el uruguayo Darwin Núñez y, sobre todo, Mohamed Salah, en estadio de gracia.
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En la Premier 2024/25, nadie suma más goles (16) y más pases gol (11) que Salah, quien, a los 32 años, se ubicó como el cuarto máximo goleador en la historia del Liverpool, después de haber superado a Billy Liddell. Entre 1946 y 1960, a partir de su influencia, al Liverpool lo conocían como el “Liddellpool”. Liddell marcó 228 goles en 534 partidos. Salah, en cambio, metió 230 goles en 374 partidos en siete años y medio. Pero este Liverpool no se reduce a un futbolista. Y Salah tampoco a las estadísticas. “Desde la banda de derecha libera toda su expresión creativa. Su gambeta en espacios reducidos logra abrir cualquier cerrojo defensivo –lo describe Martín Olivé, coautor de Nunca caminarás solo. La revolución de Klopp en Liverpool–. Salah puede que no tenga prime, peak, aura, ni compilados musicalizados con Michel Teló y las calles lo olviden. Puede que no sume tantos likes y RT como puntos para Liverpool, ni sea considerado mejor que el jugador joven del momento. Salah es un jugador para disfrutar viendo los partidos y no Twitter”.
Egipcio y musulmán, Salah impulsó una reducción del 16% en los crímenes de odio contra los musulmanes en Liverpool y una reducción del 50% en los comentarios islamófobos en las redes sociales desde que llegó al club en 2017. “Efecto Salah”, lo llamó Salma Mousa, investigadora social, una de las autoras del estudio. “Mo Sa–la–la–la–lah, Mo Sa–la–la–la–lah/ if he’s good enough for you, he’s good enough for me/ if he scores another few, then I’ll be Muslim too”, cantan los hinchas reds. Es decir: “Si es lo suficientemente bueno para ti, es lo suficientemente bueno para mí/ si marca unos cuantos más, entonces yo también seré musulmán”.
En su primera temporada, después de haber dirigido al AZ Alkmaar y al Feyenoord en Países Bajos, Slot no se limitó a administrar el post Klopp en Liverpool: renovó las ideas y las energías. Y el equipo emergió en plena caída del City. En 132 años de historia, el Liverpool tuvo 22 entrenadores. La permanencia y la sostenibilidad generan sentido de pertenencia. Y ordenan la política de compra de jugadores. Para la actual temporada fichó sólo al delantero italiano Federico Chiesa, desde la Juventus, y casi no jugó (123 minutos). Klopp, más allá de los títulos –Champions 2018/19, Mundial de Clubes 2019, Premier 2019/20– dejó construido un equipo que se mantiene en el tiempo. En 2017 llegaron Van Dijk, Robertson y Salah; en 2018, Alisson, arquero brasileño todavía titular; en 2020, Thiago Alcántara –retirado– y Diogo Jota; en 2021, el central Ibrahima Konaté y Luis Díaz; en 2022, Darwin Núñez y Gakpo; en 2023, Mac Allister, Szoboszlai y Gravenberch; y, para la temporada 2025/26, firmó al joven arquero georgiano Giorgi Mamardashvili.
Le pregunto a Gonzalo García Bassino, fino y ácido analista de fútbol, periodista y también coautor de Nunca caminarás solo. La revolución de Klopp en Liverpool, por este equipo versión 2024/25. “Todo parecía indicar que sería otra temporada un escalón por debajo del City y del Arsenal, como en la última de Klopp. El trabajo de Slot tuvo mucho mérito por estas cuestiones previas, pero también por las intervenciones en el equipo, pocas pero efectivas. La más relevante: prescindir de Wataru Endō en el eje –o bien Mac Allister– y darle toda la confianza a Gravenberch, que venía de un año debut inconsistente, pero en la nueva posición es clave para la defensa y el ataque. Unos metros por delante, con Mac Allister, se complementan a la perfección, siendo el argentino el que tiene mayor panorama ofensivo y el que pisa más el área rival –detalla García Bassino–. El Liverpool, generalmente en 4–3–3, se define por su voracidad ofensiva, que inicia desde la defensa adelantada, con la posibilidad de que los centrales jueguen mano a mano durante todo el partido. También con el buen pie en el medio y la posesión con profundidad, y la presión –especialmente– tras pérdida para ahogar a sus rivales. Al ser un equipo nuevo, no en nombres pero sí en la conducción, la única incógnita respecto a su coronación en la liga doméstica es si tendrá lo necesario para soportar una rueda más de exigencia en un calendario europeo muy apretado. Por el momento, Slot supo dosificar los esfuerzos a la perfección”. Desde afuera de la cancha, la incertidumbre por el final de los contratos a mitad de 2025 de Alexander–Arnold, Van Dijk y Salah puede alterar el ánimo general del equipo. “Eso da a esta campaña una extraña sensación de impermanencia, una magnificencia efímera, glorias realzadas por el hecho de que podría ser una oferta única”, escribió Jonathan Wilson en The Guardian.
En la serie documental McCartney 3, 2, 1, el productor musical Rick Rubin le dice a Paul McCartney: “Ustedes fusionaban estilos, pero no mezclando dos géneros, sino mezclando dos campos. Cuando The Beatles toca una canción inspirada en el reggae, no suena como reggae: suena como The Beatles. Se convierte en algo nuevo”. Y McCartney le agrega: “Algo lindo que tiene la música es que, incluso si te inspiras en algo, vas a sonar como tú”. A este Liverpool que hasta ayer y durante nueve años fue el del gegenpressing de Klopp, ahora lo llaman la “Slot Machine”. El Liverpool de Slot se superpuso al de Klopp, uno sobre el otro. Salió este equipo que disfrutamos, con ritmos y acordes similares, pero con arreglos y armonías propias. En Anfield, el fútbol se parece a su atmósfera. Let It Be.
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