Soy consciente de que el problema de la inmigración es un tema complicado. Por un lado, cantidad de personas huyen de sus países de forma ilegal para buscar nuevas oportunidades, produciendo una avalancha en las fronteras (en el caso de Estados Unidos) y alimentadas por mafias corruptas que se enriquecen a costa de la pobreza humana.
Por otra parte, la mayoría de ellas no dejan de ser personas vulnerables que huyen de sus países por fuerza mayor. Casi 1 millón de personas han ingresaron legalmente en EE. UU. desde que se introdujo la aplicación con derecho a trabajar.
Las medidas que Donald Trump está anunciando en esta matera, ciertamente pueden parecer que raya la crueldad. Porque una cosa es controlar la inmigración y otra, anunciar una expulsión masiva.
Según las últimas noticias, ahora los agentes de Inmigración y Control de Aduanas podrá realizar arrestos en lo que se consideran lugares sensibles, incluidos lugares de culto, escuelas y hospitales.
Y por cierto, hay que distinguir inmigrantes criminales como ha dicho Trump (asesinos o violadores) de otros que solo buscan mejorar su calidad de vida o que huyen de situaciones dramáticas.
Si bien es cierto que un porcentaje elevado de católicos han apoyado a Trump en las elecciones, algunos de ellos están ahora observando que sus políticas contra la inmigración podrían acarrear consecuencias desastrosas, tanto desde el punto de vista humano como incluso económico.
El obispo Mark J. Seitz de El Paso, Texas, ha manifestado que el cambio de política es una de “muchas acciones drásticas del gobierno federal relacionadas con la inmigración que afectan profundamente a nuestra comunidad local y plantean preocupaciones morales y humanas urgentes”.
Este obispo es uno de tantos líderes católicos que se han posicionado en contra de Trump en este asunto y han manifestado su voluntad de acoger a los inmigrantes.
Con la posibilidad de entrar a saco en lugares de culto para hacer “redadas” de inmigrantes, Mark J. Seitz ha declarado que estos actos “infunden miedo en el corazón de nuestra comunidad, cubriendo cínicamente con una capa de ansiedad a las familias cuando están adorando a Dios, buscando atención médica y dejando y recogiendo a los niños en la escuela”.
Por su parte, el Papa Francisco ha descrito el plan de deportación de Donald Trump en una entrevista televisiva italiana el 19 de enero como “una vergüenza, porque hace que los pobres desgraciados que no tienen nada paguen la cuenta” de los problemas de Estados Unidos.
En la misma línea se ha pronunciado la Conferencia Episcopal Estadounidense, quien ha manifestado que la enseñanza fundacional de la Iglesia católica nos llama a defender el carácter sagrado de la vida humana y la dignidad de la persona humana dada por Dios.
“Esto significa que el cuidado de los inmigrantes, los refugiados y los pobres es parte de la misma enseñanza de la Iglesia que nos exige proteger a los más vulnerables entre nosotros, especialmente a los niños no nacidos, los ancianos y los enfermos”, han dicho los obispos norteamericanos.
Según el Pew Research Center, más de 11 millones de inmigrantes viven ilegalmente en Estados Unidos. Se estima que 4 millones de ellos son originarios de México, lo que genera inquietud en el país, especialmente en las ciudades fronterizas, que esperan recibir a los repatriados, a pesar de los problemas de seguridad pública, como los cárteles de la droga que secuestran y extorsionan a los inmigrantes.
Si como dice Trump, “la bala de un asesino rozó mi oreja y creo que Dios me salvó por una razón: para hacer América grande de nuevo”, esperemos que recuerde que Estados Unidos siempre ha sido la tierra de las oportunidades, de la acogida, y que una deportación masiva no es precisamente una acción muy cristiana.
Zenón de Elea.