La Navidad es una fiesta religiosa, supone el inicio de la aventura del cristianismo al recordar el nacimiento de Jesús. Dentro de esta cosmovisión, la enormidad que puede representar una deidad decide, por amor, hacerse lo más frágil y pequeño: un ser humano recién nacido, con padres migrantes y pobres. Dos mil años después, el cristianismo se ha vuelto algo distinto y para muchas personas se ha convertido en una serie de normas y castigos disciplinarios.
En esta temporada decembrina hay varios aspectos a considerar sobre la violencia religiosa, es decir, aquella violencia que surge desde una interpretación subjetiva de la vivencia de la experiencia religiosa y la imposición a esta realidad trascendente, ya sea compartida o no. En pocas palabras, se refiere a todas aquellas personas que prefieren entender la religión como una forma de sancionar a quienes piensan diferente. La celebración de la navidad es un pretexto familiar y de amistad para reunirse y encontrar formas diversas de compartir el amor. Sin embargo, tenemos que entender que no todas las personas celebran esta fiesta (más allá de lo religioso, a veces tiene que ver con malas experiencias familiares o con un justo análisis del consumo desmedido que surge en este mes).
Si una persona no quiere participar de los villancicos o de comer carne animal, criticarla servirá de poco y, paradójicamente, se muestra la falta de amor cristiano que esta misma fiesta busca conmemorar. El ejercicio de la violencia religiosa puede hacerse a un nivel social con un terrorismo religioso o a nivel personal con un abuso religioso, es decir, obligar a una persona a realizar ciertos actos, rituales o de cualquier clase, fundamentando esa presión en algún precepto religioso (o la interpretación punitiva del mismo), en contra de su voluntad.
Llevar a un familiar al templo o a una misa porque es año nuevo, bajo consignas de coacción o chantaje emocional-religioso, es un acto de violencia religiosa. Forzarles a decir oraciones o realizar actividades religiosas sin consentimiento entusiasta, es violentar los derechos a la persona a decidir. Si son niñas, niños y adolescentes no hay que obligarlos a estar en espacios de adultos, donde posiblemente se aburran y generen dentro de sí un pequeño resentimiento que el día de mañana se convierta en abierta aversión. Si le entusiasma ir a algún acto religioso, adelante pero sin mentiras o manipulaciones.
Las frases como “en mis tiempos no nos preguntaban”, “se tiene que rezar porque sí”, son señales inequívocas de que: a) se ha vivido en una religión basada en normas y no en personas, es decir, el cristianismo (incluyendo al catolicismo) y cualquier otra religión no deben forzarse solamente porque es la tradición; b) se coloca a la norma religiosa por encima de la persona y eso es violencia, sobre todo cuando el mensaje que busca cualquier religión o expresión de trascendencia es siempre en clave amorosa; c) la falta de conocimiento para fundamentar los motivos para realizar una actividad religiosa son una negligencia y es responsabilidad de quien se adscribe como parte de una religión informarse sobre los motivos benéficos que le pueden brindar tal o cual actividad, esto siempre desde una perspectiva crítica, utilizando la razón y no solamente el impulso emocional. Mientras mejor esté cimentada una religión en ideas claras y argumentos de crecimiento personal, menos tirante y violento será el compartirlo con seres queridos.
Antes de concluir espero que esta temporada sea un buen pretexto para descansar y recuperar fuerzas, siempre en el amor y en el consentimiento entusiasta, respetando otras formas de creencia y reconociendo las nuestras. Felices fiestas decembrinas.