De golpe, Joe Biden habría autorizado a Ucrania el empleo de armamento de largo alcance de fabricación estadounidense para atacar a Rusia. Alegando que se trata una respuesta a los ataques rusos contra enclaves energéticos ucranianos, por un lado, y al supuesto despliegue de tropas de Corea del Norte para apoyar a Moscú, por el otro, la realidad es que esta decisión es una bravuconada del todavía presidente demócrata con mucho de política interna… y muy poco de estrategia militar.
Antes, en mayo de 2024, Estados Unidos había autorizado a Kiev el empleo de misiles de defensa aérea HIMARS, aunque el contexto era relativamente distinto. Políticamente, todavía quedaban lejos las elecciones presidenciales norteamericanas y los demócratas, aunque con unas encuestas complicadas, todavía pensaban en términos de posible continuidad en la Casa Blanca. Además, la justificación era más sencilla: Rusia acababa de atacar Jarkov. Estratégicamente, la situación no era buena para el gobierno de Zelenski, pero no era tan mala como ahora.
Los demócratas saben que ya no van a tener que hacerse cargo de lo que ocurra en Ucrania, al menos en el medio plazo
Aquella decisión era errónea, sí, y belicista, claro; pero no era tan absurda como lo que se está conociendo en estos momentos. En un contexto en el que Washington se prepara para la transición de mando en favor de Donald Trump, y en la que el canciller alemán Scholz llama a Vladímir Putin con la intención de abrir una ventana de conversaciones… la decisión de Biden es tan irresponsable como inexplicable.
Los demócratas saben que ya no van a tener que hacerse cargo de lo que ocurra en Ucrania, al menos en el medio plazo. Toda decisión que, durante estos dos meses, puedan tomar como administración saliente y que aleje las posibilidades de una negociación de paz podría ser ventajosa para sus intereses electorales de cara a las mid-term de 2026. Es así de crudo; si la promesa trumpista del “fin de las guerras” (en Ucrania, al menos) se retrasa, solo los demócratas podrán capitalizarlo políticamente.
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Así, es política interna con muertos en otra latitud. Nunca fue de preocupación de republicanos o demócratas lo que ocurra con las vidas de los pueblos más allá de sus fronteras. De hecho, no solo se está ponderando aquí el daño logístico, militar y humano que pueda hacer Ucrania en caso de que decida en efecto atacar territorio ruso con estos misiles, sino el subsecuente daño que podría causar en la propia Ucrania una respuesta rusa.
Ucrania se agota en Kursk, palidece en Jarkov y se desangra en Donetsk
Tanto es así, que el propio Zelenski podría ser muy cauto a la hora de emplear este armamento. La acción-reacción no supondrá ninguna ventaja para Kiev, cuyas poblaciones serán con toda probabilidad quienes más sufran un intercambio de golpes de esta dimensión con Rusia. Tampoco debería tener un impacto significativo en los frentes: Ucrania se agota en Kursk, palidece en Jarkov y se desangra en Donetsk.
El gobierno ucraniano sabe que Europa está cambiando su enfoque al respecto de la guerra, principalmente como consecuencia de la traumática victoria de Donald Trump. No está claro cuán rápido podrá Washington negociar con Moscú, pues Vladímir Putin está dispuesto a exigir muy por lo alto, consciente de que tiene una buena mano negociadora en el campo de batalla y de que el entrante presidente norteamericano quiere terminar con el conflicto más pronto que tarde. No obstante, lo evidente (y Kiev lo sabe) es que la guerra entra en una nueva fase y que, más pronto que tarde, habrá que sentarse a negociar.
La absurda decisión de Biden tendrá impacto en Occidente. Podrá envalentonar a alguno de los belicistas que ansían una confrontación total con Moscú –claro que cada vez son menos– y, sin duda, reforzará la calma derrotista de los partidos europeos democrat-friendly, ansiosos por gritar que, con Harris, los intereses europeos habrían sido defendidos sin falta por Washington. Es mentira, pero da igual.
Lo más importante es que, si bien no altera ni la posición de Putin, ni la de Zelenski, ni mucho menos la de Trump, sí complica un poco más las inevitables conversaciones de paz. No se habla aquí únicamente del resquemor ruso si Ucrania decide lanzar esos ataques, como tampoco se menciona exclusivamente que el empleo de estos misiles reforzaría la narrativa interna rusa de la necesaria “domesticación” de los “agresivos” ucranianos. En realidad, nuevamente, se trata de una noción más estratégica.
La administración Biden sabe que, si Ucrania ataca Rusia con este armamento, la respuesta rusa será probablemente más dura contra los ucranianos
Al aprobar estas concesiones a Kiev, quita del tablero uno de los elementos con los que Occidente podía defender sus propias exigencias territoriales, así como las de Ucrania. Cuando Estados Unidos, Rusia, Ucrania y Europa –está por ver en qué condiciones lo hace este último– negocien (porque lo harán) los términos del fin de la guerra, Washington ya no podrá poner encima de la mesa el asunto mismo de la aprobación del uso de estos misiles a Kiev. Estados Unidos ha perdido así esta baza negociadora.
La administración Biden es consciente de todo esto. Sabe que, si Ucrania ataca Rusia con este armamento, la respuesta rusa será probablemente más dura contra los ucranianos; sabe que, al autorizarlo, limita la capacidad negociadora de Estados Unidos y Occidente; sabe que aleja en el tiempo la posibilidad de la paz –al estilo trumpista– en Ucrania… por eso lo hace: para jugar a la política.