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La transnacionalización del islam turco o la influencia global a través de la fe | Nueva Sociedad

Autor: Administrador

Turquía ha sido a través de la historia sumamente susceptible al cambio, política, social económica y geopolíticamente. Y tal parece que hoy se encuentra en el umbral de una nueva transformación. El gobierno de Recep Tayyip Erdoğan, que en los últimos años condujo al país a un declive, se ha debilitado enormemente tanto en el plano interno como en el internacional. Aunque sigue siendo una incógnita cómo se desarrollará este cambio, parece ser inevitable. Diversos actores, encabezados por el alcalde de Estambul with alcalde de Estambul Ekrem İmamoğlu, parecen listos para tomar el lugar de Erdoğan en esta transición. Pero si en apariencia muchos aspectos, en particular el liderazgo, van a cambiar, es probable que otros elementos surgidos a lo largo de los casi 25 años de gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco) permanezcan. Entre ellos, el principal es el uso de la religión y de las instituciones religiosas en la política exterior turca. Pese a su Constitución secular, Turquía se convirtió —aunque es tema de debate hasta qué punto— en una potencia religiosa global. No obstante, la verdadera pregunta es qué tipo de poder es en realidad el que ejerce.

En los últimos años, la política exterior turca dio un giro singular, al mezclar religión y geopolítica de un modo que a un tiempo intriga y alarma a los observadores internacionales. En el corazón de esta estrategia está la utilización del islam, no tan solo como elemento cultural o social, sino como instrumento deliberado de la política exterior. Bajo el liderazgo de AKP y del presidente Erdoğan, Turquía transformó la religión en una forma de «poder blando» con el objeto de extender su influencia mucho más allá de sus fronteras. Mientras que el poder blando evoca a menudo imágenes de diplomacia cultural, desde las películas de Hollywood hasta la cocina francesa, el uso que hace Turquía de la religión demuestra que las instituciones y los valores religiosos pueden ser también herramientas diplomáticas significativas. Este proceso es particularmente fascinante en tanto Turquía es oficialmente un Estado laico, pero ha echado mano del islam sunita como vía para la acción internacional.

El pivote religioso en la política exterior turca

La diplomacia religiosa turca evolucionó bajo el liderazgo de Erdoğan, en especial en las dos últimas décadas. La Presidencia de Asuntos Religiosos (Diyanet), que alguna vez fuera primordialmente una institución de alcance nacional, juega hoy un papel fundamental en proyectar la influencia turca hacia el exterior. Mediante mezquitas, formación religiosa y compromiso humanitario, Turquía cultivó vínculos con comunidades musulmanas desde los Balcanes hasta África. Sin embargo, esta actividad religiosa transnacional no tiene solo que ver con la fe: sirve a un propósito estratégico.

Hay tres objetivos principales detrás del uso turco de la religión como herramienta de política exterior: expandir la influencia regional y global, acceder a grupos y regiones de difícil alcance y reformular la dinámica política doméstica.

Por ejemplo, el trabajo de la Diyanet en los Balcanes —un área con profundos lazos políticos con el Imperio otomano— demuestra las ambiciones neootomanas de Turquía. Mediante la construcción de mezquitas, programas educativos y acciones políticas, Turquía buscar fortalecer sus vínculos con los musulmanes de los Balcanes, promoviéndose como protector del islam en la región. Se observan patrones similares de influencia en toda África y Europa, donde las instituciones religiosas turcas han ampliado su huella.

Pero el uso de la religión en la política internacional es, por supuesto, un arma de doble filo. Mientras que el acercamiento religioso de Turquía ha sido bienvenido en algunos países con mayoría musulmana, también ha despertado alarma entre Estados laicos y comunidades no musulmanas. La instrumentalización de la religión puede a veces resultar contraproducente, al complicar las relaciones de Turquía con sus vecinos y aliados occidentales. En Europa, por ejemplo, los intentos turcos de influir sobre su diáspora a través de canales religiosos han encendido tensiones. Francia, Alemania y Austria han expresado preocupación por el rol de la Diyanet en sus países, en particular a medida que se va involucrando cada vez más en la política interna turca. Las mezquitas turcas en el extranjero han sido acusadas de difundir propaganda pro-Erdoğan e incluso de vigilar a los disidentes turcos, lo que contribuye a que crezcan las sospechas sobre los verdaderos motivos que están detrás de la diplomacia religiosa turca. Además, el involucramiento turco en África, que a menudo se enmarca como asistencia humanitaria, ha sido criticado como una forma de neocolonialismo. Los críticos argumentan que la actividad turca tiene menos que ver con la genuina solidaridad religiosa que con ganar puntos de apoyo estratégicos en regiones ricas en recursos.

¿Una visión neootomana?

Buena parte de la actual política exterior turca puede rastrearse hasta una concepción neootomana, un anhelo de recuperar el rol de Turquía como líder del mundo musulmán, con reminiscencias de su pasado otomano. Esta ideología fue especialmente evidente en el enfoque turco respecto a los Balcanes y a África, donde intentó revivir conexiones históricas mediante la religión y la cultura. El discurso neootomano atrae a los partidarios de Erdoğan en el país, al presentar a Turquía como un poder resurgente que recupera su lugar legítimo en los asuntos globales.

En África, por ejemplo, Turquía se posicionó como un contrapeso a la influencia occidental y china, ofreciendo asistencia y proyectos de infraestructura junto con la difusión religiosa. Organizaciones turcas como la Diyanet construyeron escuelas, hospitales y mezquitas en todo el continente, mientras que Turkish Airlines y otras empresas expandieron su operatoria. Este enfoque múltiple permite a Turquía establecer una amplia base de influencia, fundada en lazos tanto económicos como religiosos.

Sin embargo, mientras que la diplomacia religiosa de Turquía puede fortalecer los vínculos del país con ciertos Estados de mayoría musulmana, también plantea el riesgo de alejar a otros. La comunidad musulmana global dista de ser monolítica, y el enfoque turco, centrado en el islam sunita, puede a veces entrar en conflicto con las dinámicas religiosas y culturales de las regiones sobre las que busca influir. Esto se manifiesta especialmente en el caso de países como Irán y Arabia Saudita, donde las visiones religiosas opuestas crean tensiones.

Por otro lado, es necesario que la comunidad internacional preste especial atención a la evolución de la política exterior de Turquía. La estrategia turca de poder blando religioso, si bien es innovadora, plantea tanto oportunidades como desafíos para las potencias globales. Para la Unión Europea, Estados Unidos y otros aliados, es fundamental lograr un equilibrio entre compromiso y cautela. Turquía sigue siendo un jugador geopolítico importante, pero su creciente recurso a la religión como herramienta de influencia demanda un enfoque matizado. En este sentido, los responsables políticos deberían priorizar el diálogo abierto con Turquía, y al mismo tiempo monitorear estrechamente el impacto de sus instituciones religiosas en el extranjero. Deberían buscarse esfuerzos conjuntos en áreas como contraterrorismo, asistencia humanitaria e intercambio cultural, pero con una clara comprensión de los riesgos potenciales involucrados. Al mismo tiempo, Europa debe considerar las inquietudes de sus propias comunidades musulmanas y asegurar que el acercamiento religioso no se transforme en manipulación política.

Más allá de eso, para los países de África y Asia la diplomacia religiosa turca presenta una alternativa a los modelos occidentales y chino de involucramiento. El énfasis de Turquía en los valores religiosos compartidos puede fomentar la profundización de lazos culturales, pero los países receptores deben permanecer atentos en cuanto a preservar su soberanía y diversidad religiosa.

El futuro de la diplomacia religiosa

En tanto Turquía continúa expandiendo su influencia religiosa en el extranjero, es esencial considerar las consecuencias de largo plazo de esta estrategia. ¿Puede servir la religión como una forma sostenible de soft power en un mundo cada vez más secular e interconectado? ¿O en última instancia la diplomacia religiosa turca creará más divisiones que alianzas?

Algo es seguro: el uso de la religión en la política exterior no es una tendencia pasajera. Desde el Vaticano hasta Arabia Saudita, naciones de todo el mundo han reconocido hace tiempo el poder de la fe para configurar los asuntos globales. El singular enfoque turco no es más que la variante más reciente de esta práctica consagrada. No obstante, el modo en que Turquía sortee las complejidades de la religión, la política y las relaciones internacionales en los próximos años determinará si su estrategia mejora su posición global, o si la debilita.

Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en LSE Middle East Centre Blog, el 8/10/2024 y está disponible aquíTraducción: Silvina Cucchi

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