Colombia vivió una fantasía en Montevideo. Un espejismo y un drama. Llegó al baile del Centenario como un equipo con magia. Tenía un partido placentero, ganaba con autoridad, con elegancia, Quintero agitó su varita mágica con un golazo de tiro libre. Colombia alcanzó a pensar que esta era su victoria, al fin, en ese complicado estadio, pero de repente, el encanto se rompió y Colombia pasó de la euforia al terror, perdía 2-1 en la fecha 11 de la eliminatoria, se entusiasmó cuando en una jugada de corazón y valentía Gómez terminó anotando el empate en el instante final. Lo que no imaginó Colombia es que en medio de su euforia, llegaría el 3-2 definitivo. Dolorosa derrota.
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Colombia vivió dos momentos, ese de mandar y de irse arriba y pensar que ganaba, y luego ese de sufrir, de ver cómo la magia se volvía en su contra, de despistarse y perder con inocencia, de verse sometida a eso que llaman allá, con orgullo, garra charrúa.
En el arranque, los uruguayos intentaron penetrar por el medio, donde no estaba esta vez Lerma, como para tantear qué tan descuidada estaba Colombia en la zona donde apareció Portilla. Lucho Díaz respondió con una explosiva salida que le sacó sudor y lágrimas a Giménez para poder frenarlo. Quedaba claro que ninguno iba a esperar, que ambos querían proponer y ganar como fuera.
El primer tiempo muy bueno de Colombia
Colombia lo buscó en su estilo, empezó a circular la pelota, ahí los distraídos se dieron cuenta de que el 10 no estaba, James orquestaba desde el banco, pero en la cancha tocaba su duplicado, el 20, Quintero, quien preparaba su truco. Mientras tanto, fue Ríos el que tiró un centro al área, la pelota le cayó a Durán justo en la cabeza, algunos ya gritaban el gol cuando saltó por encima de todos y la mandó afuera. Durán quedó pálido, como quien dice, ¿por qué a mí?, luego miró desconcertado, como buscando al fantasma que lo había estorbado.
Uruguay respondió con toda su furia, un ataque veloz, Araújo entró al área como si nadie lo hubiera visto, como si fuera líquido, y así llegó a predios de Vargas quien se convirtió en muro para tapar todo resquicio, para que Araújo no supiera a donde patear.
Y a los 30 minutos, cuando más se batallaba, se subió el telón para que el artista pasara al frente. Algún narrador debió decir, con ustedes Quintero. Imagínenlo con traje de mago, guantes blancos y sombrero. Y todos lo miraban conteniendo el aliento. El prestidigitador se paró frente a la pelota, en un tiro libre, un arte que domina, y pateó con su delicada zurda, el pateo de los dioses, el disparo que puede cruzar tierra y mares, no parecía tener ángulo y sin embargo lo descifró, el mago hizo que esa pelota, la que peleó con Durán minutos antes, fuera obediente, la hizo desaparecer en el aire con una curva por fuera de la barrera de dos sacrificados, y cuando volvió a ser visible ya estaba reposando en la red. El arquero uruguayo, inocente, no vio ni la sombra del balón. Quintero y su vicio de hacer goles bonitos. Luego corrió a cumplir con el ritual, los gritos, los abrazos, sacó la camiseta de Cabal, su compañero lesionado, y se quitó el sombrero para que lo aplaudieran.
Colombia se sintió gigante, agresivo, irreverente, un equipo al que no le importaba dónde estaba jugando ni contra quién, no le importaba que hace 51 años no ganaba allí. Pero Uruguay tenía lo suyo, y Núñez tuvo un tiro libre para imitar a Quintero, aunque su talento se estrelló contra Camilo Vargas.
Entonces vino la desgracia en el segundo tiempo: un centro sin peligro, Vargas iba al encuentro con serenidad, pero antes, justo antes, Dávinson se atravesó, no sabía, no pensó, no escuchó que Vargas ya espera detrás suyo, estiró su pierna y terminó anotando en su arco, 1-1, al minuto 57.
Colombia, esa Colombia perfecta, se derrumbó, la defensa se quebró, y por uno de esos agujeros entró Aguirre y de zurda puso el otro gol. Incluso Vargas evitó un tercer tanto con una gran atajada sobre en los últimos minutos.
Al partido todavía le quedaba un momento de épica, de gloria efímera, la tenía debajo del brazo Carlos Gómez que entró a la cancha para ser el héroe momentáneo. Fue una tocata en el área, Dávinson, Mojica y Gómez para puntear y celebrar, fue el 2-2 que parecía la aparición de la justicia.
Y sin embargo, al partido aún le quedaba angustia, porque en el instante final, cuando Colombia estaba motivada por el empate, llegó esa furia uruguaya como una tormenta y Ugarte remató y decretó la victoria charrúa. El gol fue revisado en el VAR, como para ponerle más drama al final del partido, y sí, fue gol.
El pitazo final sonó como una terrorífica campana: se había acabado el encanto, Colombia se ilusionó, se creció, se derrumbó y se fue derrotada.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET