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La sangre de San Genaro: el asombroso milagro de cada 19 de septiembre

Autor: Alberto Lujan Musci

San Genaro o Jenaro, ya que se aceptan las dos grafías actualmente, es uno de los primeros santos mártires que registra el cristianismo, cuya data se remonta hacia fines del siglo III y principios del IV de nuestra era, y al que se le atribuye un fenómeno único que acontece tres veces cada año, y que, aunque la Iglesia no termina de darle la jerarquía de un milagro, es en sí un hecho portentoso que a su vez encierra otros milagros como veremos. Me estoy refiriendo al hecho de la conocida licuefacción de su sangre que se conserva coagulada como reliquia junto a otras partes de su cuerpo y algunas de sus pertenencias. 

Nació el 21 de abril de 272 de nuestra era, fecha de la cual no hay una certeza aún, en la ciudad de Nápoles para unos, o Benevento para otros, ya que ambas ciudades se disputan haber sido su cuna. Los católicos lo reconocen como San Jenaro de Nápoles, ciudad de la que es el Patrono y por ende protector, y en cambio es sabido que fue obispo de Benevento. Murió en la localidad de Pozzuoli en Nápoles, el 19 de septiembre de 305, a los 33 años, martirizado durante las últimas persecuciones de Diocleciano. Su nombre era Prócolo, y era de la familia de los Ianuarii, que en castellano es enero, porque en la mitología romana ese mes se dedicaba al dios Iano o Jano, de lo cual se deriva el nombre de Ienaro o, Jenaro como quedó definitivamente.

Tanto el nombre como el apellido, son perfectamente latinos, o sea romanos; lo recalco porque si bien las mitologías romana y griega en un momento se fusionaron siendo la misma, el dios Jano no tenía ningún equivalente en Grecia. Era un dios puramente romano y con una particularidad: era bifronte, tenía una cara mirando hacia adelante y otra hacia atrás, significando a la vez el final de algo que quedaba atrás, y el comienzo de otra cosa hacia adelante. Era el dios de las puertas y los umbrales; y esto es lo sugestivo porque Jenaro, sufrió la última persecución contra los cristianos, algo similar a lo ocurrido con Expedito, y poco tiempo después ya se instalaría la paz de Constantino comenzando una nueva era para el cristianismo. Ciertamente Dios nos envía signos de muy diversas maneras, aun valiéndose de hechos o situaciones adversas o contradictorias, como era en esa época el paganismo. Sin dudas Dios es dueño de todo. 

A pesar de haber tenido una vida tan corta, desarrolló una labor y un apostolado tan intensos que le valieron la gran estima y todo el amor y el respeto de todos, no solamente de los cristianos sino también de los paganos que se encontraban con él. Su dedicación por entero a su prójimo lo llevaron a realizar muchas obras de caridad hacia todos indistintamente sin que le importara la condición el estado o la religión de quien se le acercara necesitándolo, lo que lo convirtió en una persona muy cercana a la gente, quienes lo veían como un gran referente, considerado como un guardián y protector. Su devoción comenzó en la región italiana de Campania, donde desarrolló su labor, pero rápidamente se extendió por todo el sur de Italia y más allá de las fronteras de ese País.  Actualmente se lo venera como santo mártir en las iglesias católica y ortodoxa. 

La historia de su martirio se sitúa como dije, durante el gobierno del emperador romano Diocleciano, quien en el primer tiempo admitió el culto cristiano, incluso permitiendo que éstos ocuparan puestos de prestigio, pero al comprobar el auge de esta religión y el seguimiento que generaba en la gente, comenzó su campaña primero de desprestigio y luego una feroz y violenta persecución, incluso privándolos de los bienes adquiridos que utilizaban para sus obras de bien ayudando a los pobres y necesitados, con el objetivo de debilitar el amor que la gente les tenía. Como muchos otros cristianos, Jenaro fue un mártir más de esa persecución. Sus amigos; Sosso, diácono y guía de los cristianos de Miseno; Próculo, diácono de Pozzuoli, y lo laicos Euticio y Acucio, fueron encarcelados por orden del juez Dragonio, procónsul de Campania, acusados de haber confesado públicamente su fe. Entonces Jenaro decidió ir a la prisión a visitarlos para llevarles aliento y consuelo, visita que se repitió más veces, por lo que los guardias advirtieron a sus superiores y el gobernador de inmediato mandó a detener a Jenaro y a quienes lo acompañaban. Jenaro, Festo, su diácono y Desiderio, uno de los lectores, fueron detenidos y llevados a Nola, donde estaba el gobernador.

La historia de su martirio se sitúa  durante el gobierno del emperador romano Diocleciano

Todos soportaron con entereza los interrogatorios y torturas a las que los sometieron con la finalidad de que abjuraran de su fe, cosa que no fue conseguida. Días después el gobernador se trasladó a Pozzuoli, y los tres prisioneros fueron obligados a caminar delante de su carro cargados con pesadas cadenas. En Pozzuoli fueron arrojados en la misma prisión en la que estaban sus cuatro amigos, los que el día anterior habían sido echados a las fieras que inesperadamente no los atacaron, por lo que volvieron a su prisión. Fue entonces que todo el grupo fue condenado a ser devorados por unos osos, y para al fin se los arrojó a las arenas del anfiteatro; Jenaro y todos los demás bendijeron a Dios y se pusieron a orar. Las bestias solamente emitieron algunos rugidos, pero ni se acercaron a sus presas, por lo que entonces se los condenó a que fueran decapitados; el 19 de septiembre de 305 se llevó a cabo la ejecución en la Solfatara de Pozzuoli, de un modo casi secreto porque Dragonio intuía que, si el acto se llevaba a cabo públicamente, podrían generarse grandes disturbios entre el pueblo por la simpatía que se les tenía a los condenados. Casi inmediatamente de la ejecución, Eusebia, una mujer que presuntamente fuera nodriza de Jenaro, recogió su sangre en dos frascos (lacrimatorios) y los escondió. Esta sangre sería la que después se convertiría en la protagonista de un fenómeno portentoso y milagroso de san Jenaro.

Los cuerpos de todos aquellos mártires fueron sepultados en Solfatara, pero un siglo después, en 435 más precisamente, Jenaro fue desenterrado y llevado a las catacumbas de Capodimonte en Nápoles, por lo que pasaron a llamarse Catacumbas de san Jenaro. Pero el culto y la devoción al santo se acrecentaron tanto que ponto hubo que agrandar el espacio para que la gente pudiera concurrir al santuario. Las visitas fueron en aumento merced a los milagros atribuidos al Santo, entre ellos la protección experimentada en la ciudad de Nápoles ante las periódicas erupciones del volcán Vesubio, en especial la muy violenta del año 472, tras lo cual fue declarado Patrono de la ciudad por lo que se lo invoca con frecuencia ante los terremotos o erupciones. No obstante, su canonización ocurrió recién en 1586 por el papa Sexto V. Sus restos fueron trasladados por diferentes lugares debido a las circunstancias históricas; pero en 1497, fueron llevadas solemnemente a Nápoles, donde el obispo san Esteban I, erigió la basílica Stefanía, que luego se transformó en la catedral de San Jenaro, en la que reposan el cráneo y las ampollas con la sangre del santo, preservándolos por entonces de la razia del rey Sicone lombardo, que, en el año 831, robó de las catacumbas los demás restos del santo y los llevó a Benevento. 

El milagro de la sangre de San Genaro. ¡Mirá el video!

Hay infinidad de milagros y portentos atribuidos a la intercesión de san Jenaro, no entraré en sus detalles, tan sólo con mencionar las varias veces a través de la historia que detuvo las erupciones del Vesubio protegiendo la ciudad de Nápoles de seguros desastres, se manifiesta su actividad patriarcal. Pero el fenómeno más conspicuo de este santo, es el portento de la licuefacción de su sangre conservada en dos ampolletas, desde que Eusebia la recogiera luego de la decapitación. Desde el año 1389 este fenómeno viene produciéndose tres veces al año: el 19 de sept. Fecha de la conmemoración de su martirio; el sábado anterior al primer domingo de mayo en recuerdo del traslado de sus restos a Nápoles; y el 16 de diciembre, aniversario de su intervención para detener la erupción del volcán. La ampolla es como una enorme lupa gruesa, de más de 10 cm de diámetro y unos 4 de espesor, con un mango de plata. Al exponérsela frente al público la sangre está solidificada, coagulada, de color rojo muy oscuro; el obispo la agita fuertemente para que todos puedan verla, y así la sangre se va licuando tomando el aspecto natural. Este fenómeno se toma como signo de buen augurio para la ciudad, cosa contraria si no se produce. Pero este hecho no solamente puede producirse en las fechas mencionadas, en otros acontecimientos también ha ocurrido, como cuando el papa Francisco en 2015 visitó la catedral, tomó la ampolla en sus manos y bendijo a los fieles presentes; la sangre de inmediato se licuó y el obispo entonces dijo que san Jenaro quiere al Papa. 

Para mí personalmente hay un milagro más importante, y es el hecho de que la sangre se haya mantenido de modo incorruptible desde hace más de 16 siglos, máxime teniendo en cuenta las condiciones en las que fue recogida en aquel momento. Lo cierto es que las tantísimas pruebas médicas y científicas en general a las que fue sometida la sangre, como también el fenómeno, siempre revelaron la autenticidad de los hechos. 

Alberto Luján Musci.

* Alberto Luján Musci, médico ginecólogo y obstetra. M.N. 47549 – M.P. 14382. Escritor.

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