Las mentiras sobre los inmigrantes han vuelto a ser el centro de atención de las elecciones en Estados Unidos, un país paradójicamente fundado gracias a la inmigración. Pero calificar de “ridículas” o “absurdas” las tonterías antiinmigración que sueltan algunos políticos y comentaristas sería ignorar los peligros reales que producen sus desagradables palabras.
La verdad es que el ambiente antiinmigración en Estados Unidos se ha ido caldeando desde hace años y ha dado lugar a políticas envenenadas por parte de las administraciones republicanas y demócratas. El teatro político partidista enmascara la crueldad bipartidista.
El enfoque estadounidense ha afectado no sólo a las personas que intentan cruzar legalmente la frontera de Estados Unidos con México, sino también a muchas que se encuentran más lejos en el camino de la migración.
La situación en el Tapón del Darién, una selva pantanosa y sin caminos en la frontera entre Colombia y Panamá, es un ejemplo especialmente terrible.
En el último año y medio, casi 700.000 personas han cruzado el Darién en su viaje hacia el norte, a menudo con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Durante su travesía por este difícil terreno, muchos han sufrido graves abusos, incluida la violencia sexual. Decenas, si no cientos, han perdido la vida o han desaparecido en la brecha del Darién. Muchos nunca han sido encontrados.
Por qué la gente corre tales riesgos dice todo sobre su país de origen. Los migrantes y solicitantes de asilo abandonan sus países empujados por la violencia, la persecución, las catástrofes humanitarias y otras razones, en busca de protección u oportunidades económicas en el extranjero. Un número significativo de estas personas huye de las crisis de Venezuela y Haití, que ya hemos destacado aquí en otras ocasiones.
Pero la terrible situación de la brecha del Darién es también el resultado de una serie de políticas fallidas en todo el continente americano.
Las restricciones a la circulación, como la exigencia de visados por parte de México y los países centroamericanos, a menudo auspiciadas por Estados Unidos, y las vías limitadas para regularizar su residencia e integrarse en Sudamérica empujan a muchos a cruzar la brecha del Darién. Como documenta un nuevo informe, esto los expone a abusos incontrolados y da poder a la delincuencia organizada.
Además, un reciente acuerdo entre Estados Unidos y Panamá, en virtud del cual Estados Unidos pagará a Panamá para que “expulse a los extranjeros que no tengan una base legal para permanecer en Panamá”, probablemente empeorará el acceso al asilo. Estados Unidos elude sus responsabilidades al externalizar sus controles migratorios.
Por supuesto, los dramáticos debates políticos en Estados Unidos nunca llegan a este nivel de detalle. Suelen girar en torno a los intentos de convertir en chivos expiatorios a las personas vulnerables, especialmente a las que no pueden defenderse votando. El lenguaje antiinmigración, que busca llamar la atención, suena a veces tan absurdo que es casi como si pretendiera ser un entretenimiento.
Pero el ambiente que crea es mortalmente peligroso, cuando la política se convierte en normativa.
