Una frase de Winston Churchill, seguramente apócrifa como muchas de las atribuidas al político inglés, asegura que él no leía prensa conservadora “porque ya conocía de antemano su contenido”. De hecho, el político inglés tenía una columna quincenal en el periódico conservador por excelencia The Evening Standard. Pero la sentencia —admitamos que no es de Churchill— refleja por parte de su anónimo autor un mundo perdido, la actitud impensable hoy de un tiempo en el que era bueno y sano interesarse por las ideas del contrario.

Dondequiera que miremos los partidos políticos se parecen hoy más a confesiones religiosas que a las viejas organizaciones que reunieron personas con intereses e ideología con el fin de participar en la vida pública de una nación, y cuyo principal propósito era influir en la toma de decisiones de gobierno y, en último caso, alcanzar el poder. Ideología y principios no eran incompatibles con alcanzar acuerdos con el contrario. Hoy no, nos encontramos ante verdaderas formaciones de culto. Miremos lo que pasa en la campaña electoral norteamericana. Absolutamente extrapolable a nuestro entorno. Sin ir más lejos detengámonos en lo que ocurre en Colombia.

Hace unos días, al escritor Mario Mendoza, un hombre de izquierda, votante por más señas de Gustavo Petro, se le ocurrió hacer un retrato del presidente; retrato por lo demás bastante ajustado a la realidad. Pues bien, según ha dado a conocer el propio Mendoza en la revista Cambio, portal que lo acogió como invitado, fue objeto por ello de virulentos ataques, “escupieron sobre mis libros, los quemaron en pantalla.. Tuve que salir de la ciudad mientras los ánimos se apaciguaban”. Para terminar preguntándose: “¿Cuál es la diferencia entre la derecha y la izquierda, si esta última se comporta con el mismo sectarismo y el mismo fanatismo caudillista?” Ninguna. Esa es la realidad de nuestros días. 

Escribe David Brooks esta semana en The New York Times sobre la campaña electoral norteamericana a propósito de los dos grandes partidos, Demócrata y Republicano, que “ninguno de los dos tiene una estrategia plausible para construir una coalición mayoritaria duradera” porque ya no cumplen la función que tenían antes, cuando eran organizaciones políticas diseñadas para ganar elecciones y obtener el poder. “Hoy, en cambio, en una época cada vez más secular, es mejor ver los partidos políticos como organizaciones religiosas que existen para proporcionar a los creyentes significado, afiliación y santificación moral”, dice Brooks.

Un centro de pensamiento norteamericano, “Politics Without Winners” (Política sin ganadores) citado por el mismo Brooks, y en referencia a los dos grandes partidos en campaña en este momento por la presidencia de Estados Unidos, asegura que el Demócrata y el Republicano desempeñan cada uno el papel de partido minoritario: “Cada partido lleva a cabo campañas centradas casi exclusivamente en los defectos del otro, sin ninguna estrategia seria para ampliar significativamente su alcance electoral”. Los dos partidos “han dado prioridad a los deseos de sus votantes más intensamente devotos”. Obsérvese el término “devotos”; ningún apóstata, pues, votaría nunca al otro partido.

España, país cuya realidad política sigo muy de cerca, pasa también en este momento por un verdadero fervor religioso desde ese punto de vista. Ninguna formación política española escapa a esta tendencia, pero en el caso del partido de Gobierno, el Partido Socialista, se llega al paroxismo y al delirio. Un ministro dijo, refiriéndose al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que era el amo, “el puto amo”, llamo textualmente a Sánchez. Ante una cámara de televisión para que quedara bien claro y se enterara todo mundo. Y las muestras de adoración sacramental se prodigan a diario por parte de los colaboradores más estrechos del presidente; y en las redes sociales, por parte de sus seguidores.

En Madrid precisamente cuando el “Sumo Pontífice” de ese partido fue entronizado en el cargo, en el mensaje inaugural a su feligresía habló bien claro de “levantar un muro” ante quienes no estaban con él, lo que en tiempos lejanos se llamó oposición política, particularmente el conservador Partido Popular. Consecuencia: muchas de las políticas que necesitarían conceso de los dos grandes partidos como inmigración ilegal, que está llegando a borbotones desde países africanos, el desempleo juvenil, la escases de vivienda, etc. problemas que en el pasado se habrían abordado con acuerdos entre el partido de gobierno y el de la oposición, hoy es un diálogo que no se contempla ni en sueños. 

Es un fenómeno al que  los estudiosos llaman tribalismo político, que fomenta la polarización y la división; se rechaza y desconfía de quienes tienen opiniones diferentes y se crea un clima de confrontación y hostilidad. Uno ve a estos feligreses de la política como una nueva religión consumiendo medios y noticias que solo alimentan sus puntos de vista. Y, cuando cada grupo se cree en posición de la verdad, solo puede haber un perdedor: la sociedad