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La Navidad y la mercantilización de la fe: entre la espiritualidad y la superficialidad

Autor: Bernardo Matias

Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para el Señor” (Éxodo 32, 5).

Este artículo trasciende un moralismo religioso descontextualizado, es más bien una reflexión crítica sobre cómo el uso del nombre de Dios, especialmente en la Navidad, ha sido instrumentalizado y trivializado en la modernidad. Es evidente que las prácticas religiosas, lejos de conservar su autenticidad espiritual, han caído en la superficialidad, especialmente en un contexto de mercantilización y manipulación mediática de la fe.

Esta reflexión invita no solo a cuestionar el impacto de estas prácticas, sino también a considerar cómo estas tensiones entre lo sagrado y lo profano han existido históricamente. Desde el judaísmo antiguo hasta el cristianismo, y ahora en la modernidad, la lucha por mantener la reverencia hacia lo divino frente a la banalización cultural es un tema que atraviesa diferentes épocas.

De este modo, con nuestro artículo no buscamos imponer juicios morales, sino abrir un espacio para la reflexión sobre el equilibrio entre el respeto por lo sagrado y el compromiso genuino con los valores espirituales, promoviendo un cuestionamiento constructivo de las prácticas contemporáneas.

En efecto, no es casualidad que el segundo mandamiento en la tradición judeocristiana sea “no tomarás el nombre de Dios en vano”. Este mandamiento tiene un profundo arraigo histórico y cultural vinculado al contexto de la época en que fue entregado al pueblo de Israel. En las culturas antiguas, una deidad o el nombre de una persona no era solo una identificación, sino que tenía bases y fundamentos toponímicos, pues definía su esencia en relación con la cultura, el contexto geográfico, la tradición y la genealogía. Ejemplos de esto son: Jesús de Nazaret, el Nazareno o el Galileo; Juan y Santiago (Hijos del Trueno o del Zebedeo); Judas el Iscariote; María Magdalena (proveniente de Magdala, ciudad cercana al Mar de Galilea); Pablo de Tarso, entre otros.

En su esencia histórico-cultural, “tomar el nombre de Dios en vano” implicaba un distanciamiento de las religiones paganas, las cuales utilizaban nombres de dioses para jurar falsamente, mentir, lanzar maldiciones o practicar rituales mágico-religiosos. Este mandamiento protegía a los israelitas de adoptar estas prácticas, dejando claro que el nombre de YHWH no debía ser usado de manera trivial o supersticiosa. Esta creencia del judaísmo, asumida posteriormente por el cristianismo, constituye un mecanismo explícito de diferenciación cultural con el politeísmo de raíces paganas. Al establecer normas como esta, el Dios de Israel se distanciaba de las deidades paganas, subrayando que Él era único, santo, y no debía ser manipulado ni reducido a un instrumento humano.

“No tomar el nombre de Dios en vano”, en el contexto del judaísmo, representaba una forma de protección de la justicia y la confianza comunitaria, donde los juramentos eran parte esencial de la vida social y económica. El juramento prohibía usar el nombre de Dios de manera vana o para prometer algo que no se cumpliría. Más aún, en un contexto donde los líderes podían invocar a Dios para legitimar decisiones o acciones, el mandamiento protegía al pueblo de manipulaciones religiosas o políticas en nombre de Dios.

“No tomar el nombre de Dios en vano” buscaba evitar que el nombre de Dios se convirtiera en algo banal, como sucedía en contextos idolátricos donde los nombres de los dioses eran invocados constantemente para intereses humanos.

En síntesis, en el sistema ético y religioso de Israel, “no tomar el nombre de Dios” invocaba la centralidad de Dios en la vida. Era un respeto por el nombre de Dios, no sujeto a caprichos ni intereses humanos, y, en especial, una salvaguarda para que el nombre de Dios no fuera utilizado como un instrumento de manipulación.

El mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano surgió en un contexto cultural donde el nombre tenía un poder significativo, y la relación entre Dios e Israel era central en la vida del pueblo. Proteger el nombre de Dios era proteger su santidad, la justicia social, la identidad nacional y el pacto divino. Este mandamiento, en su contexto original, marcó una línea clara entre el uso sagrado del nombre de Dios y las prácticas triviales, manipuladoras o idolátricas de otras culturas, estableciendo un estándar de reverencia y autenticidad para el pueblo de Israel.

¿”No tomar el nombre de Dios en vano” es una práctica antigua o del pasado? En la modernidad, esta práctica de raíces paganas tiene más fuerza que nunca.

La comercialización del nombre de Dios es parte consustancial de la cotidianidad de nuestra época. En la mercantilización de la fe, es frecuente la presencia de personas que explotan el nombre de Dios o la fe para obtener ganancias económicas, vendiendo productos o servicios que carecen de autenticidad o espiritualidad genuina. El uso del marketing apelando al nombre de Dios o símbolos religiosos de forma superficial para promover marcas o productos es cada vez más común. La Navidad es el período donde más se intensifica el uso instrumental de Dios.

Líderes religiosos y políticos invocan el nombre de Dios para justificar egoístas, guerras, discriminación o políticas contrarias a los principios de justicia, amor y compasión. En nombre de Dios y la moral, millones de cristianos en Estados Unidos y en el exterior hicieron causa común con Donald Trump, antítesis de todos los valores enarbolados por la tradición cristiana y los evangelios.

“Tomar el nombre de Dios en vano” es atribuirle responsabilidades que corresponden a acciones humanas, como justificar tragedias, guerras, intervenciones militares o injusticias en su nombre.

“Tomar el nombre de Dios en vano” también ocurre cuando personas con autoridad religiosa ejercen violencia espiritual manipulando a otros y utilizando el nombre de Dios para imponer control o abuso, especialmente hacia niños, niñas y mujeres.

El uso superficial en redes sociales de citas y memes sin convicción, únicamente con la intención de obtener “likes” o aumentar el número de seguidores, sin un verdadero compromiso espiritual, ético y social, es hoy una de las formas más burdas del uso del “nombre de Dios en vano”. Esta es la religiosidad de apariencias: la búsqueda de proyectar una imagen piadosa en redes sociales mientras se actúa de forma contradictoria en la vida real.

En la otra cara de las redes sociales está la satirización y burla irreverente del nombre de Dios o símbolos religiosos. Esta satirización ocurre a través de un humor crudo, burlón o despectivo, mediante el arte y el entretenimiento en producciones que trivializan o descontextualizan la fe y el nombre de Dios para obtener impacto cultural o comercial.

En la República Dominicana, se despliega cada día un programa televisivo famoso desde hace muchos años, en el cual el uso del nombre de Dios en vano se expresa en toda su plenitud. En este programa se invocan a Dios para crear un ambiente y una expectativa de espiritualidad y respeto. Sin embargo, pocos minutos después se promueve un mensaje contrario a valores asociados con la reverencia a Dios, como el sexismo, la egolatría de sus animadores o figuras invitadas, esto es una clara contradicción con la verdadera centralidad de Dios. Esto refleja una utilización superficial o estratégica del nombre de Dios, posiblemente para atraer audiencia, en lugar de una verdadera intención de glorificarlo.

Invocar a Dios en un programa para darle una apariencia de seriedad o devoción, y luego proceder con contenidos que no tienen relación con esa invocación, puede ser una forma de trivializar lo sagrado. La oración inicial y la promoción de actividades asociadas con excesos o banalidades es una clara manifestación de que el uso del nombre de Dios no es genuino, sino más bien utilitario.

La filosofía de Friedrich Nietzsche, particularmente su declaración de la “muerte de Dios”, y el concepto de tomar el nombre de Dios en vano pueden relacionarse indirectamente al reflexionar sobre la transformación del significado de lo divino y la coherencia con los valores espirituales. Aunque los contextos de ambos temas son diferentes, hay puntos interesantes de conexión.

La concepción de Friedrich Nietzsche sobre la muerte de Dios ha sido interpretada como un ateísmo filosófico. Sin embargo, Nietzsche no proclama literalmente la muerte de un Dios físico, sino la desaparición de la creencia en un Dios absoluto como centro de valores y significado en la vida occidental. Es una crítica a una cultura occidental en decadencia y el anuncio profético del devenir de la modernidad y la racionalidad científica que despojan a la religión tradicional de su poder explicativo y normativo. Es la clara denuncia de una crisis de valores, donde las normas y los sistemas éticos, que durante siglos estuvieron fundamentados en Dios, quedan ahora sin su base trascendental, especialmente en el mundo occidental de raíces judeocristianas. En esencia, Nietzsche criticó ferozmente la religión organizada, particularmente el cristianismo, por lo que percibía como hipocresía y deshonestidad moral. Para él, muchos invocaban a Dios pero no vivían según los valores que decían profesar.

Nietzsche anticipó la práctica pagana de la modernidad de usar el nombre de Dios en vano, con la presencia de prácticas religiosas que carecen de autenticidad y se alejan de un compromiso profundo con los valores espirituales y la transformación del mundo. No se trata de una reflexión teológica de fe la que Nietzsche nos presenta, sino una crítica filosófica y cultural de la banalización y vaciamiento de la fe en la modernidad.

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