Malen Osa (Oñati, Gipuzkoa, 21 años) es la consecuencia de sus circunstancias. “Tengo 21 años, todo el mundo me dice que no lo parece, que soy súper madura, pero he tenido muchos golpes. Lo de mi madre ha sido la guinda del pastel”. Gurutze Ansa, su espejo en la vida. Pasó en apenas un mes de celebrar con ella el segundo puesto en Zegama, —en su caso, no solo la maratón de montaña más prestigiosa del mundo, sino casi la carrera del pueblo— a despedirla por un cáncer. “Ese día me demostró lo orgullosa que se sentía”. Habla del trail como filosofía de vida, un vehículo de expresión, una vía de escape. Lo fue la misma mañana de su muerte. “Buah, necesito correr. Y me metí 20 kilómetros. Me ayuda a desfogarme, a no pensar; entender la situación todavía me vuelve loca”. Donde otros verían la rendición, ella persistió en su carácter, su lucha infinita. Y en pleno luto, mantuvo la tercera posición de la general de las Golden Trail Series en la final de Locarno. Allí abrió la caja de pandora, el tema tabú, cruzando la meta con una camiseta de homenaje. “Ella ha tenido una vida muy dura, perdió a su hermano joven, un marido con Parkinson… Y ha tenido que ser una superwoman. Siempre me ha enseñado que podemos con todo”.
Su hija aplicó pronto la regla de no perder el tiempo. “He tenido que ser disciplinada para rendir bien en todo porque a mí no me gusta hacer las cosas a medias”. La ingeniería en ecotecnologías que ha sacado a la vez que despegaba como una de las mejores atletas del mundo. Con 11 años entrenaba natación a la seis de la mañana antes de ir al colegio. “Soy muy inquieta y súper testaruda. Tenía tres horas sin hacer nada y me subía por las paredes”. La lección que aprendió en casa. “Soy muy como mi madre, antes de que pasara todo esto. En los últimos dos años me uní muchísimo a ella, era como mi mejor amiga”. El “tetris” que hacía cada día para hacer deporte mientras mantenía en pie a una familia una profesora que nadaba o corría, con su plan de entrenamiento. El deporte de resistencia estaba en la sangre.
“Empecé a darme cuenta, a admirarla mucho. Porque cuando tienes 14 años te la sudan tus padres”. Eso explica en parte por qué una futbolista adolescente pasa al trail. La otra, que el monte siempre estuvo en su vida, en sus vacaciones, en su infancia. “Mi padre era súper activo antes de la enfermedad, su hermano era escalador y desde que nací tengo casa en Jaca. En el trail, un 90% viene del atletismo; corren y entonces conocen la montaña. Yo soy de la otra parte, venía de la montaña y conocí el correr”. La cuarentena y el mosqueo con el fútbol hicieron el resto. “Era del montón bueno, pero porque corría mucho. Cuando pasé al senior vi que no tenía cuerpo”.
Todo empezó por la subida de Aloña, en su pueblo. “Mi objetivo era hacer esa carrera y ya está. Cuando empecé a correr dije que en mi vida iba a competir, esto lo hago porque me gusta la montaña”. Pero se puso el dorsal, ganó y dijo: “¡Hostia, qué guapo!”. De ahí a la media maratón de Gorbeia: tercera con 18 años. Y como no hace nada a medias, planificó su primera temporada. “A saco”. Ganó un campeonato de España en el que corrió “de puto culo” y cambió todo. “Lo recuerdo como una época con mucha presión porque pasé de ser nadie a una corredora de Salomon. No sabía lo que era el trail y de repente soy parte del mejor equipo del mundo”.
El golpe internacional llegó en la final de las Golden de Madeira 2022, donde asombró con un quinto puesto. Su primera carrera regular en el circuito fue en Dolomitas el año pasado: cuarto puesto. Desde entonces, ocho carreras en las que solo ha bajado del top-5 en una ocasión, en la final de Locarno, donde fue novena. Una consistencia inaudita para su edad que explica por su equipo. “Tengo un entrenador, un psicólogo, un médico, un nutricionista. Trabajan juntos entre ellos. Estamos haciendo pruebas como la hipoxia, muchas veces soy conejillo de indias. Estamos yendo bastante deep [profundo] en este mundillo”.
Y la mentalidad de lucharlo todo, su rostro sufriente. “¿Por qué rendirse? ¿Cuándo voy a tener esta oportunidad otra vez?” En Locarno se liberó de su drama, disfrutó “como hacía mucho, desde Zegama”. En los descensos, su especialidad, ese umbral de riesgo que pocos toleran. “Me da adrenalina y me encanta la sensación de bajar, siento libertad, aquí es donde puedo marcar diferencias”. Distancias marginales en el juego mental. “El trail es una gozada, pero es una puta agonía, sufrimiento puro. Necesitas bazas para seguir luchando a tope”. ¿Por qué aguantarlo? “Somos unas masocas, siempre lo digo, pero la felicidad que te da entrar en meta es incomparable. Entrenando también sufrimos, te gusta esa sensación. Sentirte realizada, vencerte a ti misma. ¡Tía, Malen, puedes!”
Tras la muerte de su madre, lo único que quería era ir a Polonia y expresar su dolor. Allí ya estaba la camiseta preparada, pero la carrera se suspendió por una tormenta. Siguieron dos meses de aprendizaje, en la vida y en el deporte. “Al principio me centraba mucho en hacerlo para ella, pero me di cuenta de que eso me generaba una presión impresionante”. Horas de trabajo con el psicólogo y una lección. “Lo haces para ti. Y luego ya, si quieres, te acuerdas de ella”. Un proceso que llevó de forma natural a exhibir esa camiseta de orgullo de hija. “Al principio no me apetecía decirlo. Era el momento de hacer un homenaje, de decir lo que me ha pasado. Que ha sido la putada más grande mi vida. Un gesto simple, pero sencillo”. Mamá, siempre contigo.