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La historia de Juan, el “Bautizador” a quién la Iglesia celebra dos veces

Autor: Alberto Lujan Musci

Cada 24 de junio, la Iglesia celebra la natividad de San Juan Bautista; y cada 29 de agosto, es conmemorado su martirio y muerte. Es una de las poquísimas personas a quienes la Iglesia dentro del calendario litúrgico, dedica dos fechas: en conmemoración de su nacimiento y de su muerte; los otros tres son, por cierto, Jesucristo, María, su Santísima Madre, y San José. Claro es que Jesús y María tienen muchas otras festividades porque lo ameritan quienes son, con sus vidas y los hechos, además de sus advocaciones. 

San Juan Bautista de ninguna manera es un santo común, ni siquiera es un hombre común. Juan, el Bautizador, es una de las pocas personas que, desde la eternidad, mucho antes de su existencia y por ende de su conciencia, estaba presente en la mente de Dios con una misión fundamental en plan de la salvación humana; líder religioso profeta, predicador, y por añadidura bautizador; su compromiso con Dios y la verdad lo llevó al martirio. No hay relatos de milagros que a través suyo hayan ocurrido, pero sin dudas, su vida misma fue un milagro, desde su concepción hasta su fin. 

La Iglesia nunca proclamó su santidad, simplemente la ha reconocido desde siempre. Quien lo proclamó santo, fue el propio Jesucristo, y lo hizo cuando los dos aún estaban en gestación; es decir que fue santificado dentro del vientre de su madre. Ese fue el primer encuentro que ambos tuvieron, en el que no hubo contacto físico ya que estaban en plena gestación, Juan cursaba el sexto mes y Jesús unos pocos días. Las historias de ambos están profundamente ligadas, pero no entrelazadas.

La Iglesia nunca proclamó su santidad

Los padres de Juan Bautista, Zacarías e Isabel, dos personas muy santas, pertenecían ambos a la tribu de Leví, que era la tribu sacerdotal; ya eran ancianos cuando Isabel queda milagrosamente embarazada. Ella había sido estéril, toda su vida estuvo orando con mucha fe. Zacarías, también lo había hecho, pero habiendo transcurrido largo tiempo sin que sucediera, había perdido la esperanza. En tal circunstancia y mientras ejercía su turno sacerdotal en el templo, estando solo en el recinto sagrado preparando el incienso, recibe la visita del arcángel Gabriel; Zacarías queda sorprendido y temeroso, pero el ángel le dice que no debe temer, y le anuncia que Isabel quedará encinta, y que el niño deberá llamarse Juan, que significa “hombre fiel a Dios, y que está lleno de su gracia”. Zacarías, con muchas dudas pregunta cómo puede ser si ambos ya son muy ancianos, a lo que el ángel responde que es Dios quien lo envió, y por haber dudado quedará mudo en castigo, hasta que nazca el niño, lo cual sucedió así. 

Según el relato evangélico, Lucas nos dice que María, la madre de Jesús e Isabel eran parientes sin aclarar nada más. La Iglesia siempre interpretó que eran primas, por lo cual Jesús y Juan también lo fueron en un grado más lejano. Sin embargo, por la diferencia de edad ambas mujeres podrían haber sido tía y sobrina o tía abuela, dado que Isabel era mucho mayor que María, que era una adolescente en ese momento. María permaneció junto a ella hasta que nació Juan. Al octavo día del nacimiento fue circuncidado de acuerdo a la Ley, y se le impuso el nombre de Juan; nadie de sus familiares entendía porque Isabel insistía con ese nombre, todos decían que debía llamarse Zacarías como su padre, ya que en su familia nadie se llamaba Juan, entonces preguntado su padre, él tomó una tablilla en la que escribió: su nombre es Juan, e inmediatamente recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. 

Jesús y Juan fueron parientes.

Según el relato evangélico, María, la madre de Jesús e Isabel eran parientes

Juan crecía sano y fuerte sobre todo espiritualmente. Ellos, como María y José, los padres de Jesús, tenían contacto directo con Dios a través de su mensajero predilecto, el Arcángel Gabriel, además de los sueños proféticos y la inspiración del Espíritu Santo. Luego Juan se retiró al desierto practicando el ascetismo y la meditación. Vestía una túnica de pelo de camello ajustada en la cintura con un cinturón de cuero. Con un estilo de vida muy similar al que llevara en su tiempo el profeta Elías, con quien algunos lo confundían, lo cual siempre fue negado por el propio Juan; sólo comía langostas (algunos dicen grillos) y miel silvestre. 

Jesús y Juan el Bautista eran contemporáneos

Juan, apenas seis meses mayor, comenzó su vida pública bastante antes que Jesús, predicaba con firmeza llamando a todos a la conversión y explicaba la Ley señalando los pecados y las desviaciones. Lo hacía con firmeza y autoridad, y propugnaba el bautismo de inmersión, que hacía en el río Jordán, como culminación de la conversión y obtener el perdón divino. La gente lo escuchaba y seguía con satisfacción; sus adeptos se multiplicaban día a día dentro y fuera de Galilea, su fama se extendía por todo el mundo conocido con gran admiración, muchos pensaban que era el tan esperado Mesías, pero él siempre negaba serlo. 

Cuando se le preguntaba quién era y qué decía de sí mismo, afirmaba no ser ninguno de los antiguos profetas, ni mucho menos el Mesías. Se identificaba tal como lo profetizara Isaías, simplemente como “una voz que clama en el desierto: preparen el camino del Señor, ábranle un camino recto. Y agregaba: “tras de mí viene el que es más poderoso que yo, y en verdad digo que yo los bautizo con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego; yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Y anunciaba mucho más. 

Juan, apenas seis meses mayor, comenzó su vida pública bastante antes que Jesús.

San Juan Bautista no es un santo común, ni siquiera es un hombre común

En esas circunstancias vio venir a Jesús y dijo de Él: “miren, Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a Él me referí cuando dije que tras de mí viene alguien más poderoso, porque Él existe desde antes que yo”. Entonces Jesús se preparaba para ser bautizado, pero Juan se negaba a hacerlo diciendo que el que necesitaba el bautismo era él mismo y no Jesús; pero Éste insistió diciendo que así debía ser. Entonces Juan lo bautizó, y al salir Jesús del Río, apareció una gran luz y se vio al Espíritu Santo como una paloma, posarse sobre Él, al tiempo que se oyó la voz del Padre desde lo alto quien dijo: “Este es mi Hijo muy amado en quien me he complacido”. 

Días después, en ocasión del cumpleaños de Herodes, se organizó una gran fiesta en su palacio a la que se invitó a muchas personas de las jerarquías políticas y sociales. En esa fiesta, Salomé, la joven hija de Herodías, bailó de tal modo para los concurrentes, que a todos les agradó sobremanera, Herodes quedó extasiado, tanto que le hizo a Salomé la promesa de darle lo que le pidiera en recompensa, así fuera la mitad de su reino. La joven pidió un tiempo para pensarlo y luego hizo su pedido; instigada por su madre, pidió a Herodes que le trajera la cabeza de Juan Bautista en una bandeja.

Aunque entristecido por ese pedido inimaginado por él, cumplió su promesa. Juan fue decapitado en Maqueronte, víctima no de su fe que nunca estuvo en juego, sino de su vocación y su amor por la verdad. Se transformó en el primer mártir de la cristiandad, y luego muchos tomaron su martirio como una victoria. Juan, el hombre del que Jesús había dicho que nunca hubo ni habrá otro mayor nacido de mujer, murió siendo fiel a Dios, a la verdad y a la libertad. Por eso para muchos, su muerte fue su victoria. Así se cumplió su propio vaticinio sobre sí mismo: “es necesario que yo disminuya y empequeñezca, para que Él crezca”. En una clara referencia a Jesús.

En todo el cristianismo se lo considera como uno de los más grandes santos, y en otras importantes religiones como el islamismo, el drusismo y la fe bahá´i se lo venera como gran profeta. 

Alberto Luján Musci

* Alberto Luján Musci, médico ginecólogo y obstetra. M.N. 47549 – M.P. 14382. Escritor.

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