Un cohete Starship de SpaceX, la empresa espacial de Elon Musk, explotó a los pocos minutos de despegar durante su séptima prueba. El lanzador, aunque dañado, logró reentrar. Según la reconstrucción de la empresa, se perdió el contacto por radio ocho minutos y medio después del lanzamiento; los restos habrían caído en la zona de seguridad designada. “El éxito es incierto, pero la diversión está garantizada”, tuiteó Elon Musk en X. En una nota de SpaceX se menciona que este incidente sirvió como recordatorio de que las pruebas realizadas durante el desarrollo son por definición “impredecibles”.
Debido a los escombros, se informó que el tráfico aéreo comercial fue desviado sobre el Golfo de México. Un video grabado por un avión muestra la explosión. El incidente plantea la cuestión de la seguridad de los lanzamiento espaciales, en un momento en que aumenta el número de operaciones, que necesariamente deben cruzarse con el tráfico normal de aviones de pasajeros y de carga. En los últimos días, la compañía australiana Qantas anunció que se había visto obligada a retrasar sus vuelos en varias ocasiones precisamente por la presencia de basura espacial en sus rutas.
Es probable que la Administración Federal de Aviación exija una investigación sobre el accidente.
Un problema real con temática de cómic
¿Quién iba a pensar que los cohetes de SpaceX obligarían a los aviones a esquivar en zigzag? Nadie, nunca, pero es lo que está ocurriendo en los cielos entre Australia y Sudáfrica. El escenario parece sacado de un cómic francés Astérix le Gaulois (Astérix el Galo), en el que el jefe de la aldea de los dos campamentos temía que el cielo cayera sobre su cabeza. Solo que para la aerolínea Qantas se ha convertido en un riesgo real y cotidiano, al menos en la ruta Sydney-Johannesburgo.
“Recibimos notificaciones de última hora del gobierno estadounidense sobre el regreso de los cohetes y tenemos que posponer las salidas por motivos de seguridad”, explica Ben Holland, jefe de operaciones de Qantas. Y con las nuevas políticas expansionistas de las empresas que operan los lanzadores y que están impulsando la actual fase de rápida expansión del mercado espacial, la situación no hará más que empeorar.
Este 2024, Space X aumento de 33 lanzamientos en 2021, a 134. El crecimiento en operaciones refleja la explosión del mercado espacial comercial. La empresa de Musk eligió el sur del océano índico como zona de reentrada de sus cohetes precisamente por su relativa “soledad”. Desgraciadamente, las rutas aéreas que conectan el sur de Australia con Sudáfrica pasan justo por ahí. Aunque no son muchos vuelos en comparación con las rutas del Atlántico o el Pacífico, se calcula que hay entre 20 y 25 conexiones semanales entre ambos países, con la posibilidad de que sean aún más en los períodos punta. Sin embargo, más de 15,000 personas viajan de una ciudad a otra cada semana, y bastaría con un solo accidente para que se produjera una masacre.
Tampoco se puede pedir a SpaceX que cambie de estrategia, porque arrojar basura espacial al suelo es un aspecto ineludible de sus operaciones. De hecho, las cifras dan una idea de la magnitud del fenómeno: cada Falcon 9 deja en órbita una etapa superior de 3.5 toneladas que tarde o temprano tiene que volver a entrar en la atmósfera. No todo arde durante la caída, en 2015 se encontró un trozo de 10 por 4 metros en la costa británica de las islas Scilly. Hace 3 años se descubrieron incluso otros fragmentos en las Montañas Nevadas de Nueva Gales del Sur, Australia.
La situación es tan grave que SpaceX ha tenido que habilitar una línea telefónica específica para quienes encuentren trozos de sus cohetes. “Si crees haber identificado basura espacial, por favor no las toques”, advierte la empresa, a la par de pedir información exacta sobre la ubicación. La organización sin fines de lucro, Aerospace Corporation, calcula que cada año caen a la Tierra entre 200 y 400 trozos de residuos espaciales lo bastante grandes como para ser rastreados. También hay quien los estudia e incluso, creyendo que el problema será mucho mayor; tal es el caso de la empresa preventiva Privateer, cofundada por Steve Wozniak, socio de Steve Jobs en el nacimiento de Apple, y otros dos inversionistas, que aseguran que hoy tenemos 27,000 objetos en el espacio, y la mayoría son satélites inactivos.
El dueño de la casa en Florida atravesada por un desecho de la Estación Espacial ha hecho un reclamo formal ante la NASA, pero no hay protocolo establecido.
Las zonas más afectadas
El problema afecta especialmente a Qantas, la tercera compañía aérea más antigua del mundo. Su mayor preocupación va ligada a la ruta meridional que sigue, cerca de la Antártida y atravesando el sur del Océano Índico: “South African Airways vuela a Perth siguiendo una ruta más septentrional y no tiene estos problemas”, escribió James Pearson, analista de rutas aéreas. Pero con el objetivo de SpaceX de poner en órbita hasta 34,000 satélites en los próximos años, el riesgo es que cada vez más grande para las aerolíneas que tendrán que lidiar con esta danza de la muerte.
Por su parte, la Administración Federal de Aviación de EE UU (FAA, por sus siglas en inglés) trabaja en nuevas normas para gestionar las operaciones espaciales y sus interacciones con el tráfico aéreo. Se trata de un reto complejo: el impacto de un trozo de escombro contra un avión que vuela a 900 kilómetros por hora tendría consecuencias altamente catastróficas. Qantas en un ejemplo de lo que se debe hacer. Actuar con cautela, retrasar los vuelos cuando haya noticias de reentradas y esperar a que los cielos vuelvan a ser seguros.
Mientras tanto, SpaceX y Qantas intentan mejorar su comunicación para “perfeccionar las zonas y las ventanas horarias de reentrada de cohetes”. Pero con más de siete mil satélites en órbita solo de SpaceX, y otras empresas y naciones preparándose para lanzar miles, el tráfico sobre nuestras cabezas está cada vez más congestionado. Y el cielo no es necesariamente lo bastante grande para todos.
Artículo originalmente publicado en WIRED Italia. Adaptado por Alondra Flores.