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Justicia y buenas nuevas

Autor: Mario Vega

«Es mi oración, como la Dra. Anne Zaki nos desafió tan claramente, que podamos valientemente elevar nuestras voces y no ser silenciados, que podamos participar humildemente en una conversación respetuosa en medio de nuestras diferencias para que, juntos, podamos declarar y mostrar a Cristo a un mundo roto».

Por Mario Vega

Ayer, sábado 28 de septiembre, finalizó el Cuarto Congreso de Lausana celebrado en Incheon, Corea del Sur. Se trata del cónclave evangélico más global y policéntrico del cristianismo que procura sinergias entre iglesias para la evangelización y el discipulado. El encuentro de Corea contó con la participación de 5,000 delegados, de 193 países, sentados alrededor de mil mesas. La idea de las mesas fue la de no tener un auditorio pasivo sino el de uno que dialoga, analiza y aporta colectivamente para dar forma a una estrategia compartida con miras al 2050. Es importante el giro que se imprimió desde el Tercer Congreso, hace 14 años, en Ciudad del Cabo, en el que se sustituyó el púlpito por las mesas. Como ha comentado Harold Segura, teólogo colombiano: «Necesitamos más mesas y menos púlpitos, o al menos tantas mesas como púlpitos. La teología se construye dialogando, no solo escuchando».

Fue en el seno de los Congresos Mundiales de Evangelismo que los evangélicos vivieron su despertar a la responsabilidad social de la iglesia para ponerse a tono con las exigencias de los tiempos. En el Primer Congreso, en 1974, una de las voces más importantes fue la del teólogo suramericano René Padilla y, en 2024, la voz más representativa fue la de Ruth Padilla, hija de aquél. En el segundo día del congreso recordó a los delegados que invocar al Espíritu de Dios sin mencionar los dolores humanos es convertirlo en una figura etérea, desconectada de la realidad que nos rodea.

Ella afirmó: «Dios escucha los gritos de todos los que sufren injusticia. Y haciendo eco con el corazón compasivo de Dios, lloramos con los pobres y marginados. Lloramos con las víctimas del racismo, discriminación y abusos de todo tipo. Lloramos con los millones desplazados por el cambio climático. Lloramos con la tierra misma y con las especies que desaparecen. Lloramos con todos los que sufren la guerra que circunda al mundo. Su dolor es nuestro dolor».

También agregó: «No hay espacio para la indiferencia hacia todos los que sufren el flagelo de la guerra y la violencia que ronda el mundo, la gente desarraigada y asediada de Gaza, los rehenes retenidos por Israel y Hamás y sus familias, los palestinos amenazados en su propio territorio, todos los que están de luto por la pérdida de seres queridos. Su dolor es nuestro dolor si es que somos el pueblo de Dios».

Estas últimas palabras calaron hondo en algunos delegados al Congreso, al punto que enviaron una nota de inconformidad a los directores del cónclave. Las palabras en demanda de justicia siempre se vuelven incómodas para quienes no comprenden todas las implicaciones del evangelio. Fue la misma Ruth Padilla quien en una carta abierta a todos los delegados precisó: «Estoy convencida de que se trata de un problema de justicia actual en relación con el cual nosotros, como cristianos, tenemos una responsabilidad particular. Permítanme explicarme. En verdad, el ataque de Hamás hace casi un año fue aborrecible y absolutamente reprensible, y en verdad, las personas que viven en Israel, judías, palestinas y otras, están siendo amenazadas mientras escribo. Su dolor es nuestro dolor. Al mismo tiempo, el prolongado sufrimiento de los palestinos se ha visto agravado por los ataques a Gaza desde el 7 de octubre, en los que han muerto más de 40,000 personas, muchas de ellas niños. Además, los ataques de los colonos no han hecho más que aumentar en Cisjordania. Sin embargo, demasiados evangélicos de todo el mundo se muestran acríticos y “apoyan a Israel” y no se preocupan por el sufrimiento de los palestinos. Esta injusticia deber ser nombrada».

«Es mi oración, como la Dra. Anne Zaki nos desafió tan claramente, que podamos valientemente elevar nuestras voces y no ser silenciados, que podamos participar humildemente en una conversación respetuosa en medio de nuestras diferencias para que, juntos, podamos declarar y mostrar a Cristo a un mundo roto».

Palabras valientes pronunciadas ante la representación más universal del cristianismo evangélico para hacerles recordar que la justicia es la expresión más alta del amor, del Dios de amor. Quien no se decanta por ninguno de los bandos enfrentados, sino por los sufrientes y despreciados para redimirlos y salvarlos.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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