Hablamos con Joseph Arshad, arzobispo-obispo de Islamabad-Rawalpindi, sobre los desafíos de los cristianos pakistaníes: la pobreza, la falta de educación, los ataques y la falta de libertad religiosa
La historia de Pakistán y el cristianismo se remonta al principio, cuando santo Tomás pasó, entre otros lugares, por Taxila y predicó el Evangelio a los más pobres. En aquel lugar, donde el cristianismo permaneció apagado durante siglos, se levantó hace poco más de dos años un templo dedicado al apóstol. Aunque la verdadera evangelización de Pakistán —un país abrumadoramente musulmán— llegó con el dominio británico en el siglo XVIII. Antes, el interés de un emperador mogol —Akbar— por el cristianismo, llevó al país a algún jesuita. Con los británicos, llegaron misioneros cristianos, entre ellos católicos, para atender a los militares y, de paso, evangelizaron a parte de la población. El resultado es que hay una comunidad establecida de cristianos —la principal Iglesia es la católica— formada por seis millones de personas, según refiere Joseph Arshad, arzobispo-obispo de Islamabad-Rawalpindi en conversación con ECCLESIA durante una breve estancia en España. El 96 % de la población es musulmana, mientras que el 4 % restante se divide entre cristianos, hindúes, sijs, parsis…
Sin embargo, y a pesar de la minoría, la Iglesia en Pakistán siempre ha realizado, y continúa haciéndolo, una gran contribución al país, fundamentalmente en tres campos: la educación, la salud y la asistencia social. Recursos que, en muchos casos, sostienen a los propios cristianos, pues su situación es penosa. Si la mayor parte de la población pakistaní es pobre o no tiene educación, esta realidad es todavía más intensa entre los cristianos. «Es una comunidad marginada, es la más pobre del país», afirma el arzobispo. En un contexto inflacionario como el que viven estos momentos, las circunstancias se tornan mucho más complicados. Esto tiene un efecto, por ejemplo, en la educación, pues los padres no envían a sus hijos a estudiar.
Pero, además, la población cristiana, la Iglesia, se enfrenta a varios desafíos. El primero, dice Arshad, es la discriminación por su religión en el trabajo o en las instituciones educativas. La segunda es, quizás, más conocida en Occidente, la famosa Ley de Blasfemia, que ha servido para acusar injustamente a cristianos, pero también a musulmanes. «Se utiliza en disputas personales», añade el prelado. Ser acusado de insultar al Corán puede llevar a la cadena perpetua, mientras que si el ofendido es Mahoma el castigo es la pena capital. El problema, continúa, es que, en ocasiones, cuando hay una denuncia, la gente se toma la justicia por su mano y matan a la persona acusada. «Este año, en una pequeña ciudad, cientos de casas de cristianos fueron quemadas y en Sargodah, que está en mi diócesis, la casa de un cristiano fue atacada tras ser acusado de blasfemia», explica.
El tercer desafío que refiere el prelado son las conversiones forzosas, que es la segunda parte de un matrimonio forzoso: «Las jóvenes de las comunidades minoritarias son obligadas a casarse con un musulmán y después las convierten al islam. Así que nuestra comunidad también sufre este problema».
En este contexto, el cristianismo crece —como crece la población y también los musulmanes— y surgen vocaciones religiosas. De hecho, reconoce que necesitan crear nuevas parroquias y construir nuevos templos. «Los católicos pakistaníes son fuertes en la fe y activos. Practican. Las iglesias están llenas a pesar de todas las dificultades», narra. Aunque en la Constitución del país se recoge la libertad religiosa, explica que «no es fácil ser minoría en Pakistán» «Pero tenemos esperanza en seguir viviendo nuestra fe y en preparar a nuestra gente con educación para que puedan salir adelante y aprovechar las oportunidades», agrega.
Precisamente, la educación es uno de los pilares de la propuesta del arzobispo para la promoción de la comunidad cristiana. Por eso, en su diócesis cuenta con 70 escuelas, la gran mayoría deficitarias, pero que se mantienen con los ingresos que generan unas pocas. «Estoy prestando especial atención a la formación de los jóvenes, porque la población de Pakistán se compone, principalmente, de jóvenes», explica. Además, tiene en marcha un programa de formación para que jóvenes cristianos puedan convertirse, tras superar un examen, en altos cargos de la Administración. Asimismo, ha abierto un internado para que chicos y chicas de diferentes áreas de la diócesis que son buenos en los estudios se muden a la ciudad principal para formarse en el ámbito universitario. Ahora mismo, hay 25 estudiantes. También ha comenzado un programa para la formación en la fe, que incluye, por ejemplo, formación en Biblia, y organiza actividades deportivas.
El motivo de poner en marcha todos estos proyectos está en la escucha de las necesidades del pueblo: «Cuando llegué a Islamabad, fui a las parroquias y conocí a los jóvenes. Les pregunté qué esperaban de mí como obispo. Su respuesta fue que les ayudase en la educación, con actividades deportivas, con clases de Biblia. Así que todo esto fue una iniciativa que tomé porque me lo exigieron», explica Arshad.
El futuro, dice, como buen diplomático que fue, es el diálogo. En un primer estadio, el diálogo interreligioso. «Hay que difundir el mensaje de aceptación, respeto y amor por las demás religiones a nivel de base. Creo que hay mucho que hacer para que los líderes de todas las religiones trabajen juntos para traer armonía y paz a la sociedad». Un diálogo que debe extenderse también a la clase política, para que los jóvenes encuentren estabilidad y futuro en el país y dejen de emigrar a otros lugares. «Tenemos que trabajar juntos para que la situación mejore y veamos Pakistán como nuestro hogar», concluye.
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El primer pakistaní en la diplomacia de la Santa Sede
La historia de Joseph Arshad comenzó en Lahore. Allí es donde nació y recibió la fe de sus padres, que vivían muy cerca de la iglesia. Frecuentó desde el principio la comunidad: fue monaguillo, leía las lecturas, participaba en el coro y acompañaba al párroco. «Creció en mí el deseo de ser sacerdote», reconoce en la entrevista con ECCLESIA. Entró en el Seminario y en 1991 fue ordenado.
Tras tres años en una parroquia, fue enviado a estudiar a Roma, donde le pidieron que ingresara en el Servicio Diplomático. Realizó los estudios pertinentes y comenzó su servicio al Papa en distintos lugares: Malta, Sri Lanka, Bangladés, Madagascar y Bosnia i Herzegovina. Se convirtió así en el primer sacerdote de Pakistán al servicio de la diplomacia de la Santa Sede.
Hasta que en 2013, pocos meses después de ser elegido Papa, Francisco lo envió como obispo a Faisalabad, en su Pakistán natal. Allí, sirvió cuatro años y luego fue trasladado a Islamabad-Rawalpinwi, donde el Papa le nombró obispo en 2017 y le concedió el título personal de arzobispo. Además, es el presidente de la Conferencia Episcopal de Pakistán. En 2016, recibió por parte del Gobierno el Premio Nacional de Derechos Humanos.