Misionero claretiano y catedrático de teología, José Cristo Rey aprendió de niño a no vivir arraigado siempre a un mismo sitio. Esto le ha conferido una visión amplia de la realidad
Ha participado en la XIX Jornada Sant Jordi, celebrada en Barcelona. En el encuentro, el teólogo impartió una ponencia titulada “Alegría y gratuidad: cómplices de la providencia para un futuro sostenible”
“Necesitamos soñadores porque ellos son las personas que nos han hecho ver lo que hasta un determinado momento no se veía”, sostiene
“Cuando alguien puede entregar algo al mundo, se convierte en un regalo para la humanidad, para el pensamiento, para la sociedad … Y donde hay gracia, hay perdón”
“Necesitamos soñadores porque ellos son las personas que nos han hecho ver lo que hasta un determinado momento no se veía”, sostiene
“Cuando alguien puede entregar algo al mundo, se convierte en un regalo para la humanidad, para el pensamiento, para la sociedad … Y donde hay gracia, hay perdón”
(FLAMA).- El misionero claretiano y catedrático de teología José Cristo Rey (Castellar de Santisteban, Jaén, 1944) aprendió —desde pequeño, junto a sus nueve hermanos— a recorrer varias partes de la geografía española “y a no vivir arraigado siempre en un mismo sitio“, como rememora. Esto le ha conferido una visión amplia de la realidad que le ayudó, como profesor del Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid, a impartir cursos con mayor facilidad en otras partes del mundo, como Brasil, Filipinas, India o China.
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Este pasado fin de semana fue uno de los participantes en la XIX Jornada Sant Jordi, celebrada en el Hotel Alimara de Barcelona y convocada por el Grupo Sant Jordi, los Equipos de Pastoral de la Política y la Comunicación, la Liga Espiritual de la Madre de Dios de Montserrat, el Consejo de Laicos de los Capuchinos de Cataluña, Justicia y Paz y Cristianismo en el siglo XXI. En el encuentro, el teólogo impartió una ponencia titulada “Alegría y gratuidad: cómplices de la providencia para un futuro sostenible”.
-¿Cómo vivió su participación en esta jornada de reflexión y qué le pareció su formato?
-La impresión que obtuve es que está organizada por un grupo de personas que piensan en la realidad y la reflexionan desde muchas perspectivas. Esto lo reconocí a través de una intuición que todos y todas tienen por un mundo diferente, es decir, por no adaptarse a la realidad tal y como viene dada y transformarla mediante diferentes enfoques, todos ellos bien argumentados y hechos desde varios ámbitos de pensamiento.
-Empezó su disertación imaginando un mundo alejado de cualquier utopía, en el que la alegría se contagiase como sonreír y la generosidad apareciera como quien respira. ¿Tan difícil es llegar a ese mundo?
-El ser humano tiene la capacidad de soñar lo que todavía no existe y cuando es capaz de dejarse llevar por sus sueños emerge lo mejor de sí mismo. Necesitamos soñadores porque ellos son las personas que nos han hecho ver lo que hasta un determinado momento no se veía.
-Cuando se tiene la capacidad de perdonar, ¿el ser humano está más dotado de gracia?
-Sí. Como profesor de la teología de la gracia, creo que no sólo tenemos la necesidad, en la vida; también existe la capacidad de donación. Todas las relaciones de donación son también de gracia, o de gratuidad. Cuando alguien puede entregar algo al mundo, se convierte en un regalo para la humanidad, para el pensamiento, para la sociedad. Entonces surge un don humano que el resto de personas siempre agradecen. La gracia produce agradecimiento y, éste, un mundo más feliz y menos inflexible. Y donde hay gracia, hay perdón.
-La alegría es una de las características que más ha resaltado el papa Francisco en todos estos años.
-Y esto es asombroso, porque en casi todos sus escritos se evoca la cuestión de la alegría. Así nos lo dice en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y nos lo recuerda en la constitución apostólica Veritatis gaudium, que nos invita a disfrutar de la búsqueda de la verdad como una experiencia que expande nuestro ánimo y nos hace sonreír y disfrutar de la vida. Al mundo le falta alegría: hay momentos de alegría que nos hacen sentir más allá de nosotros mismos, pero la alegría que nace del Evangelio nos hace más felices a todos.
-Si se tiene alegría, ¿se generan más conexiones humanas?
-En efecto. La alegría cristiana no es solitaria, sino que genera conexiones. Jesucristo pidió unión a las tribus de Israel, que se hallaban todas ellas separadas y desconectadas, y la Iglesia actual pretende hacerlo en el marco de la humanidad. Hablamos de la Iglesia de todos los pueblos, interconectada, que no margina a nadie y que se compromete a observar como hermanos todos aquellos otros elementos que acompañan al planeta, como el sol y la luna. San Francisco de Asís decía, de hecho, que el hermano fuego es hermoso y alegre. Cuando el corazón funciona, el mundo lo hace también.
-Puesto que se ha referido a una Iglesia universal, hablamos sobre la década de 1990, cuando daba clases en Filipinas y pudo viajar a Taiyuan, en China, para impartir sus formaciones. Durante el pontificado de Francisco, el Vaticano ha realizado unas aproximaciones con el gigante asiático por el bien de la Iglesia católica en el país. ¿Cómo ha vivido todo ese proceso?
-Sí, esto lo hemos visto recientemente con la aprobación de una renovación de cuatro años más de un acuerdo para el nombramiento de obispos en China, que deben acompañar a los doce millones de católicos que hay en el país. Tengo algún compañero en esta comisión que permite el encuentro entre China y el Vaticano, y puedo asegurar que, después de lo que viví personalmente y de todo lo que ha ido sucediendo posteriormente, cada vez se distingue menos entre el catolicismo nacional y lo universal, es decir, lo que está en comunión con Roma. Esto es fruto de un ecumenismo interno que une las sensibilidades que han existido históricamente.
-En el último viaje oficial del Papa, a tierras asiáticas, se comprobó que el mundo misionero sigue preservando una actitud alegre y proactiva, y que incluso pretende acercarse a los más distantes, ¿no?
-Exacto. Ser católico no es ser partidista. Entenderlo distinto es hacerlo con una contradicción añadida. El Espíritu Santo es y debe seguir siendo el gran protagonista de una acción colectiva de la Iglesia, que nos saque a la calle y nos deje transmitir la alegría y el mensaje de Jesucristo.
-¿Cómo afecta, en esta alegría, la cultura del consumo, que conduce a una tristeza individualista y que surge de un corazón cómodo y avaro, en una búsqueda obsesiva de placeres superficiales?
-Ésta es la cuestión que debemos plantearnos. El ser humano es un ser que tiene hambre. Cuando esta hambruna no puede ser calmada, llega a protagonizar un diagnóstico que está cargado de narcisismo. El narcisista es un ídolo que acaba devorándose a sí mismo, y esto es todo lo contrario a la gratuidad, en la que un individuo se forma a partir de todo aquello que es capaz de entregar, ayudar y armonizar.
-¿Cuándo cree que una persona católica puede llegar a comprender que ser bautizado, por ejemplo, es un fenómeno en el que la experiencia sagrada se presenta como un elemento mayor que un simple regalo?
-De ello dejó constancia el filósofo francés Jean-Luc Marion. Y lo hizo hablando de un fenómeno que surge desde el momento en que salimos del vientre materno: cuando el bebé nace, tiene la primera experiencia, que es incapaz de asumir, consumir o aceptar. Cuando llega el momento en que se recibe un regalo que supera todo pronóstico, el ser se satura, como nos dice Marion, y queda extasiado ante lo que se le da. Aquí también existe la experiencia mística, en la que nada se ve físicamente, pero que genera éxtasis total.
-¿La sinodalidad también puede ser peregrina?
-Sí, porque nos debe llevar a un determinado sitio, después de caminar juntos. El primer destino hace que la peregrinación tenga un objetivo. No se trata, tan sólo, de andar, como quien lo hace todos los días por cuestiones de salud. Lo experimentó San Ignacio de Loyola y puede hacerlo cualquier otra persona: ser un peregrino es ser un buscador de milagros. Cuando alguien sueña, como decía al principio, puede ser feliz; en cambio, cuando sólo critica y se lamenta, lo único que hace es paralizarlo todo. En este sentido, creo que todavía existe un cristianismo resentido que observa a la Iglesia desde la tristeza, desestimando un cristianismo más católico, más holístico y abierto a la totalidad.