La Casa de la Cultura porteña, en plena Avenida de Mayo, se convirtió en el escenario de la despedida a Jorge Lanata. El cuerpo del periodista llegó en una unidad de traslado pasadas las 23, mientras afuera lo esperaba una larga fila de personas para poder darle un último adiós. Estaban en la puerta del edificio familiares, allegados, colegas y seguidores, quienes lo recibieron entre aplausos. Alrededor de las 2, concluyó el evento fúnebre.
En la previa hubo momentos de tensión. Una señora con los brazos cruzados miró a un policía y le preguntó: “¿Cuándo llega?”. La espera fue larga, con susurros, conversaciones y un ambiente de expectativa. Luego, apareció el vehículo de traslado del Grupo Jardín del Pilar, el cual llevó los restos del conductor al salón.
Las hijas de Lanata, Lola y Bárbara, fueron las primeras en llegar. Caminaron con rapidez y gestos serios hacia el interior del edificio. Unos minutos después, un auto estacionó frente a la entrada: Elba Marcovecchio, su esposa, descendió sin mirar hacia los costados. Mientras tanto, tres señoras sentadas en un banco cercano, miraron hacia la esquina, atentas a cada movimiento. La pareja del periodista se retiró a las 00, junto con su madre y un equipo de seguridad que las escoltaba. Sin dar declaraciones, se subió al vehículo que las retiró del lugar, mientras los presentes que estaban en la fila aplaudieron a las familiares del periodista.
Chano Charpentier, músico y amigo cercano a Lanata, también asistió y, antes de entrar, detuvo su paso para compartir unas palabras. “El mejor recuerdo de él es que yo estuve algunas veces internado, ustedes saben por qué motivos, y él estuvo siempre conmigo. Siempre estuvo al lado mío. Siempre me habló bien, siempre se informaba de mí”, dijo con la voz entrecortada.
Cuando le preguntaron por su último diálogo con Lanata, el artista agregó: “Hablé con él hace poco. Lo que me quedó de él es que se fue feliz, enamorado. Estaba como un adolescente, enamorado de sus hijas, de la vida. Nunca dejó de hacer cosas, y yo me quedo con eso, mi amigo se fue feliz”.
Con el paso de los minutos, más personas se sumaron a la fila. Entre ellas, una mujer mayor rompió en llanto y le dijo a LA NACION: “Lanata fue un gran periodista”. Su voz resonó en el silencio de la noche, y varios asintieron en señal de acuerdo. Los recuerdos se entrecruzaron entre los presentes: algunos evocaron sus programas más emblemáticos, otros sus columnas y entrevistas.
Entre los colegas que asistieron a despedir al emblemático conductor estuvieron Ernesto Tenembaum y María O’Donnell, que ingresaron sin hacer declaraciones y caminando en silencio hacia el interior. El periodista definió a Lanata como un “maestro talentoso y valiente” y recordó momentos con él: “Si tengo que elegir uno, me quedo con los años del Día D, los años del menemismo. Ese programa cambió la historia del periodismo televisivo en Argentina. Y no fue el programa en sí, fue él. Nosotros estábamos ahí, pero el gran legado que dejó es la audacia”.
Por otro lado, Eduardo Feinmann detuvo su paso frente a los medios para expresar su profundo dolor: “¿Qué le dejó Jorge Lanata al periodismo? Yo creo que es un antes y un después. Una forma de investigar, de ir en contra de la corrupción”.
Uno de sus principales allegados, su excompañero de trabajo, Nicolás Wiñazki, lo despidió presencialmente y luego señaló: “Cuando me avisaron fue un shock. Yo trabajé mucho con él en los últimos años. Con él podía pasar cualquier cosa, era un hombre libre. Tenía ideas todo el tiempo. Néstor Kirchner lo quiso comprar en 2003 pero no pudo”.
El edificio La Prensa, un símbolo del periodismo argentino, parece el lugar perfecto para despedir a una figura como Lanata. Las conversaciones en la fila giraban en torno a su impacto en el país. “Era irreverente, único”, comentó un hombre mientras sostenía un ejemplar de Página/12 de los primeros años del diario que el periodista fundó. Otro rememoró los informes de Periodismo Para Todos, mientras una mujer recordó los primeros años de su carrera.
Por su parte, Patricia Bullrich envió una corona al velatorio en señal de condolencias a la familia. Previamente, la ministra de Seguridad había expresado en redes sociales su lamento por la muerte del periodista, donde le agradeció, principalmente, por su entrega: “Mientras muchos políticos eran cómplices, él iba al frente, disruptivo y sin miedo, capaz de pasar de Página 12 a las ideas de la libertad y la república. Con su incansable compromiso con la verdad, desenmascaró las peores maniobras del kirchnerismo, exponiendo cómo el poder se utilizó para enriquecerse mientras el pueblo sufría”.
Las autoridades de la Casa de la Cultura habilitaron el ingreso de seguidores al velatorio, a través de un operativo de seguridad. La prioridad fue para los familiares y, en segunda instancia, para allegados, como colegas o amigos. Sin embargo, dejaron entrar a algunos seguidores, quienes habían formado una fila de hasta dos cuadras. Con flores en las manos y rostros marcados por la tristeza, los presentes avanzaron lentamente hacia el interior. Algunos no lograron contener las lágrimas; otros, con ansiedad evidente, se preparaban para despedir al periodista que marcó un antes y un después en el oficio.
En la entrada, una agente de seguridad pedía a los asistentes que no ingresen con teléfonos en la mano, respetando el pedido de privacidad de la familia. Al pasar por el hall principal, los visitantes se encontraron rodeados de amigos y familiares de Lanata, quienes se mantenían en pequeños grupos, algunos abrazándose en silencio, otros intercambiando palabras de consuelo.
La fila siguió su curso hacia el salón principal, donde se encontraba el féretro cerrado, rodeado de coronas de flores blancas. En el aire se respiraba solemnidad, rota solo por el sonido de los pasos y los sollozos. Al llegar frente al cajón, las emociones se intensificaban. Una señora mayor, con un rosario en la mano, gritaba con fuerza: “¡Gracias, Jorge, por enseñarnos a no callar nunca!”. Su voz resonó en la sala y provocó lágrimas en quienes están cerca.
Otros se detuvieron unos segundos frente al cajón, haciendo la señal de la cruz o murmurando oraciones. Algunos peían al personal de seguridad que entreguen cartas o flores directamente al féretro. Las palabras “hasta siempre, Jorge” se repetían entre los presentes, convirtiéndose en un eco de gratitud y despedida.
Al salir del salón, las emociones no disminuían. Muchas personas rompían en llanto al cruzar la puerta, abrazándose para buscar consuelo. “Era un gigante”, dice entre lágrimas Sebastián Rosales, un hombre de 45 años que asegura haber seguido la carrera de Lanata desde sus inicios. “Cambió mi manera de ver el mundo, de entender el periodismo. No podía no venir hoy”.
Afuera, los seguidores se mezclaban con los colegas de Lanata, quienes también mostraron su dolor. Algunos se detuvieron a dar entrevistas, recordando al periodista con anécdotas y reflexiones sobre su legado. Otros, visiblemente afectados, prefirieron el silencio, con lágrimas que recorrían sus rostros.
“Esto no es un adiós”, dijo a LA NACION una mujer al salir del salón, todavía con lágrimas en los ojos. “Jorge estará siempre en nuestras mentes, en nuestras conversaciones, en nuestro periodismo”, insistió.
Las puertas de la Casa de la Cultura se mantendrán abiertas en principio hasta las 2 de este martes 31 de diciembre y volverán a abrirse de 7 a 12, horario en el que el cuerpo de Lanata será trasladado al cementerio Campanario Jardín de Paz.
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