BOHEMIA rinde homenaje a quien devino figura insoslayable en el contexto cultural cubano por más de cinco décadas, hasta el momento de su deceso
“La historia del teatro en Cuba comenzó con la música”, reveló en cierta ocasión Nelson César Dorremocea Udaeta (1939-2024), uno de los más notables e influyentes mentores del teatro musical en la mayor de las Antillas, para todos: Nelson Dorr.
Egresado desde muy joven de la Academia de Bellas Artes San Alejandro, en la especialidad de pintura, la vida de esta leyenda de la escena nacional marchó precisamente donde apuntaban sus anhelos, el arte de las tablas.
Apenas era un veinteañero cuando tuvo su primera experiencia en la dirección, justo con el texto Las pericas, escrito por el adolescente, su hermano, Nicolás Dorr. A partir de ese momento abrazó el regocijo de crecer desde y para el teatro.
Irrumpió como actor en La peste viene de Melos (1956), del argentino Osvaldo Dragún, justo en el colectivo Teatro Universitario. En el decurso, fundaría el Conjunto de Los Trece, grupo de fugaz permanencia en el panorama escénico cubano, pero que lo dotó de la soltura y la perspicacia para asumir la asistencia de dirección en varias puestas de Néstor Raimondi con el Conjunto Dramático Nacional.
Después de 1959 concibió montajes que llegaron a centros de producción y unidades militares con el propósito de entretener y, además, expandir arte entre personas menos provistas culturalmente. Así, en aquellos espacios se advirtió el latir de La ramera respetuosa, de Jean Paul Sartre; la farsa francesa La jaula y otras partituras dramáticas, incluidas las de Nicolás Dorr.
Si bien fue un acérrimo defensor del teatro musical, incursionó en casi todos los géneros de las artes escénicas. En la tragedia, la comedia, la farsa, la pieza, el monólogo, la ópera, la opereta, el vodevil, la zarzuela, la comedia musical e, incluso, en espectáculos de ballet y danza contemporánea, se evidenció la versatilidad del teatrista y el creador impenitente.
De la misma forma en que asumió la dramaturgia nacional en su diversidad de autores y estilos, llevó a escena textos antológicos de la literatura dramática universal como La fierecilla domada, de William Shakespeare; La tragedia del Rey Cristóbal, de Aimé Cesaire; El muchacho de oro, de Clifford Odets; Deseo bajo los olmos, Eugene O’Neill; La soprano calva, de Eugene Ionesco; y un amplísimo repertorio refrendado desde su particular sello de distinción.
Obras escritas por cubanos, incluidas las de su autoría, tomaron cuerpo y esencia en el escenario, junto a aquellas del relieve de Weekend en Bahía, de Alberto Pedro; De hortensias y de violetas, de Esther Suárez Durán; El corte, de Rolando Ferrer; Escenas de la vida doméstica, de René Fernández; Falsa alarma, de Virgilio Piñera; Que el diablo te acompañe, de Abelardo Estorino; y también, de Nicolás Dorr como La chacota, La esquina de los concejales y Las perica, entre otras.
A todo el territorio nacional y hasta otras latitudes llegó su repertorio que resaltó por el singular modo de exponer preocupaciones esenciales de la sociedad y sus conflictos más acuciantes.
En todos sus espectáculos y montajes desbordó verdadero talento en la dirección de actores, lo cual perfiló en cada detalle. “Lo más importante para mí en una puesta en escena es que los actores estén bien en la actuación. Yo necesito un actor que piense; primero tiene que pensar y después vendrán las emociones”, confesó Dorr hace algunos años, en entrevista concedida al proyecto televisivo Telón Abierto, liderado por el periodista, guionista y realizador Rolando Almirante, dedicado a figuras sobresalientes de la escena nacional.
Cultivó la comedia con el oficio de un miniaturista, al igual que dedicó energía, saberes y toda su voluntad a reanimar el teatro musical con su talento artístico y el espacio físico que desde hace mucho tiempo precisa este género, tan popular y apreciado por los públicos. Sin duda, jamás abandonó la idea de que volviera a renacer e irradiara como sus épocas doradas.
El ingenio, la virtud y la experiencia creadora de Dorr trascendieron los dominios del proscenio y cautivaron en talleres y seminarios impartidos en El Salvador, Brasil, México, Nicaragua, España, Italia, Francia, Libia, Rusia y Cuba.
Distinguido con el Premio Nacional de Teatro en 2011, Nelson Dorr “quiso ser ese director siempre incansable, insistiendo en modelos escénicos no siempre a la vanguardia, pero fiel a sus gustos y persistente en ellos”, expresó el dramaturgo, poeta y ensayista Norge Espinosa Mendosa, a propósito del deceso del teatrista, en este 2024.
Quedan sus obras, sus espectáculos y la certeza de que el estilo de teatro que autenticó dejó profunda impronta en la espiritualidad de los antillanos.
