“Esos ídolos rotos, hechos de barro, amor y olvido que son los futbolistas” Miguel Pardeza
No sé si dar el pésame o recibirlo. No sé quién es más digno de lástima y pena, si los que pasan olímpicamente del fútbol (incluidos los que lo aborrecen) por lo que tienen que soportar forzosamente, o los futboleros, que no nos perdemos un partido, por lo que soportamos voluntariamente. Solo sé que este 2024 mi alma de hincha está agotada. Solo sé que estoy exhausto. Estos últimos meses han sido terribles, unos meses que me han parecido años: el ascenso de mí Dépor, la Liga y la Champions del Madrid y la Eurocopa de España. ¡No he tenido descanso!
Si, yo también tengo dos equipos, en realidad todos los tenemos: el equipo de nuestro pueblo y el Madrid o el Barcelona. La dicotomía entre el equipo blanco y el azulgrana es la disputa teológica suprema de la única religión universal que existe: el fútbol. Una religión que tiene fieles de todas las creencias, de todas las razas, de todas las naciones; salvo algunos ateos y agnósticos estadounidenses despistados con la Super Bowl.
Una religión que une, que fomenta la paz y la fraternidad, como acabamos de ver en los estadios alemanes. En pleno siglo XXI los únicos campos de batalla deberían ser los campos de fútbol. Una religión que respeta a todos, que no sucumbe (como acaba de sucumbir el olimpismo) a las mamarrachadas woke, tan previsibles, tan cansinas, tan cobardes: insulto a la Cruz, indulto al burka.
Una religión que, por si fueran pocas las emociones de las últimas semanas, nos acaba de revelar su misterio más sagrado: el destino de Kylian Mbappé. Su fichaje por el Real Madrid evita que Florentino Pérez se convierta en el nuevo Samuel Beckett y el portento de Bondy en el nuevo Godot.
Julio César tras su victoria en la batalla de Zela, en Asia Menor, exclamó:” veni, vidi, vici”. Mbappé tras su hollywoodense presentación en el Santiago Bernabéu podría tener la tentación de decir lo mismo, pero cuidado que las cosas no son tan fáciles. Llega a un Madrid que sin él acaba de ganarlo todo, por lo tanto, lo más que podría hacer es igualar estos éxitos. Llega a un Madrid donde un jugador brasileño ha superado a César:” vini, vidi, vici”. Esa es la tarjeta de visita de Vinícius Júnior.
Y llega a un Madrid que va a tener enfrente a un Barcelona con otro jugador” messiánico”, Lamine Yamal, la piedra sobre la que se va a construir otro gran Barça. Yamal es el regalo postrero de Xavi al barcelonismo. Qué curioso es el mundo del fútbol, tres donnadies, como Laporta, Yuste y Deco, se pueden permitir el lujo de humillar a don Xavier Hernández Creus, el Gaudí del mejor Barcelona de la historia, el Frank Lloyd Wright de la España campeona del mundo. ¡Un respeto a las leyendas!
El fútbol es así. Nadie lo ha expresado mejor que mi amigo Miguel Pardeza (que triunfó en las canchas y ahora triunfa en el mundo de las Letras) en su A Pie Cambiado: ”Existe una alineación por cada espectador o por cada periodista…Hablamos de un negocio, el fútbol, donde impera la discordia”.
Este Madrid repleto de estrellas, al que llega Mbappé, es la mejor prueba de que los grandes equipos son como las grandes orquestas. Son Filarmónicas de Berlín o Viena colmadas de músicos excepcionales donde el conjunto está siempre por encima de las individualidades.
Lo acaba de demostrar la victoria de la selección española en la Eurocopa. Una España donde fueron tan importantes los titulares como los reservas, de hecho, los goles decisivos los marcaron Merino y Oyarzabal. Lo mismo ocurrió con el Barça de Guardiola (uno de los mejores equipos de la historia, si no el mejor) donde la calidad de la plantilla era tal, que, si hubiese salido del campo cualquier futbolista y hubiese entrado Jota Jordi para sustituirle, el resultado del partido hubiese sido el mismo. Los fracasos continuados del PSG de Mbappé (un club que lo fichó todo, para no ganar nada) son el mejor recordatorio de que los equipos los hacen los hombres, no los nombres.
Todos los dioses del fútbol han jugado en equipos de leyenda, todos: Pelé, Di Stéfano, Messi, Cruyff. Todos menos uno, que lo hizo él solo, “Solo ante el Peligro”, como Gary Cooper. Émulo de Miguel Ángel que, en una tórrida tarde azteca, volvió a pintar la Capilla Sixtina. Caravaggio del regate. Camarón de voz y alma rotas, de noches infinitas. El “pibe” que convirtió el fútbol en otra religión monoteísta.
El más grande de todas las épocas, de todos los siglos, de todos los tiempos. Mellizo inmortal de Nadia Comaneci: la mujer 10, el hombre 10. Príncipe y mendigo. Rebelde sin causa. Gardel infinito que cantó el tango más triste, el tango más hermoso: “La pelota no se mancha”, la piedra Rosetta del fútbol.
Borges ciego para la vida, Borges luminoso y deslumbrante para los laberintos y espejos de los estadios y del balón. “Si me muero, quiero volver a nacer y quiero ser futbolista…Soy un jugador que le ha dado alegría a la gente y con eso me basta y me sobra”. El ruido y la furia. El tormento y el éxtasis. Robin Hood de su alma, que solo se hizo daño a sí mismo y que nos hizo inmensamente felices a los demás.
Evita Perón de los descamisados y de los de traje y corbata. Evita de la camisola albiceleste a la que zurció en los altares de la eternidad. Evita que hizo llorar de emoción a toda Argentina. Esplendor en la hierba. Zurda mágica que mostró que la derecha solo sirve para apoyar y gobernar… ¿o no? Gaucho incansable que, con las únicas armas de su talento, su genio y su duende, demostró a los ingleses y al mundo entero que las Malvinas son argentinas.
El único enfermo con el que no se tuvo misericordia, el único enfermo al que no se perdonó su enfermedad. Un enfermo adicto a la vida y alérgico a la mediocridad. Príncipe de las tinieblas. Su satánica majestad. Titan que convirtió La Bombonera en la “barra brava” del Olimpo.
Dios del fútbol que tiene a un Papa (el padre Jorge) de monaguillo. “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”. Cumbres borrascosas. Genio maldito. Baudelaire de los campos de “Las flores del mal”. El hombre que se creía Maradona.
(*) Nota de opinión publicada en Artículo 14 (España).