El terror parece ser el nuevo revulsivo para las carreras de actores veteranos que se sienten estancados o que necesitan un soplo de aire fresco, mostrando un nuevo perfil, más rico y multidimensional en sus habituales roles como hombres buenos, decentes y previsibles.
Así lo vimos con Nicolas Cage en la brillante y (por momentos) aplomada ‘Longlegs’ y, en menor medida, con Ethan Hawke en la también recomendable ‘Black Phone’, basada en una historia de Joe Hill, hijo del icónico Stephen King.
Y en Heretic (Hereje en España) tenemos el más reciente ejemplo de cómo una cara históricamente agradable de la gran pantalla se convierte en un monstruo en mayúsculas, esta vez con Hugh Grant. Y es que, además, la interpretación de Grant supera con creces a las de los mencionados Cage y Hawke, en un tour de force (discúlpenme la manida expresión) que se contextualiza prácticamente en una misma sala.
Subrayable mérito del londinense, de los realizadores Scott Beck y Bryan Woods (como realizadores y en su labor de escritores, con unos diálogos que sostienen el largometraje durante sus 110 minutos) de la fotografía de Chung Chung-hoon y, por supuesto, de Chloe East y de Sophie Thatcher, víctimas de la bestia.
La cinta, aun lejos de ser perfecta y carente de trampas, vuelve a demostrar el fabuloso momento del terror en el séptimo arte, logrando en su escritura su mayor baza y alejándose de los habituales y desidiosos fuegos de artificio y scare jumps.
Quién iba a decirnos hace dos y tres décadas que nuestra peor pesadilla iba a vivir en un Hugh Grant con jersey de hilo, obsesionado con la religión y sin ningún tipo de poder sobrenatural. La tarta de arándanos nunca fue tan terrorífica.
Corran al cine.