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Carlos Irusta
- Carlos Irusta es uno de los periodistas de boxeo más reconocidos de la Argentina. Actualmente, conduce en radio el programa Ring Side en el Aire los domingos por la noche en AM 910, La Red, y en TV es una de las voces de Noche de Combates por ESPN. Además dirige la revista Ring Side. Fue prosecretario de redacción de la revista El Gráfico. Para seguirlo en Twitter: @carlosirusta
22 de mar, 2025, 09:20 ET
Una foto ya añeja y maltratada le queda a este cronista.
Lo que no podrá borrarse será la luz de su sonrisa bonachona. Contraste único de sus veinte años, cuando aparecía serio y distante, una máquina de aplastar rivales, hermético admirador de Sonny Liston, con quien llegó a entrenar.
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George Foreman llegó a ser el más temido en el boxeo
Bernardo Osuna analiza el legado de la carrera del boxeador estadounidense, quien falleció a los 76 años.
El boxeo lo sacó de su turbia vida. Y cuando se consagró campeón olímpico en México (1968) se consagró también como un villano para los suyos. Se paseó por el ring con dos banderitas estadounidenses mientras los afroamericanos levantaban sus puños enguantados de negro hacia el cielo: tiempos de protestas, de “Panteras Negras”
“Lo único que quise hacer fue festejar mi triunfo con la bandera de mi país”, fue su explicación, cándida y transparente como su accionar en el ring: cero ciencia, a poner las manos justas y pasar a cobrar.
No se asuste, lector. Esta nota no es un largo recorrido por su campaña, sino -apenas- algunos momentos, algunas frases, alguna de esas fotos que quedan en la memoria del corazón.
Será porque fuimos contemporáneos y porque cuando él recuperó el campeonato mundial, a los 46 años (5 meses y 18 días, según la estadística) nos hizo sentir a los de su edad de que todo era posible con fe y determinación. El campeón más viejo de la historia superando a Ezzard Charles. Los dos terminaron arrodillados en el ring, agradeciendo a Dios. Su tremendo nocaut ante Michael Moorer, en 1994, una derecha en cross tirada con más puntería que tensión, le dio la victoria en el décimo.
El Nuevo George. El renacido con el que nadie contaba.
Aquel de los dientes apretados y golpes lanzados como aspas de molino en sus comienzos era otra cosa. Ahora peleaba relajado, barriendo los golpes y aprovechando las contras: una cosa muy seria, sumando experiencia y golpes de nocaut.
Hizo tres peleas con dos argentinos. En la primera, 1970, ante Gregorio “Goyo” Peralta (en realidad un crucero, ex campeón pesado, ex derrotado por Ringo Bonavena) le ganó por puntos en 10 en el Madison: si, no pudo noquearlo y alguna vez, cuando nos cruzamos con el doctor Ferdie Pacheco, éste nos dijo: “En realidad había ganado el argentino”. No sé si fue así, pero lo sentimos como un triunfo. En la revancha, Peralta le aguantó hasta el décimo.
“Yo peleé con Foreman y empatamos”, decía riendo Miguel Angel Páez, marplatense lleno de mañas y estilo, trotamundos del boxeo, que hasta hizo exhibición con Alí, evocando la noche de 1972. “Yo a Foreman le gané el primer round y el me ganó el segundo. ¡Empate!”, decía sonriendo por su juego de palabras, luego de ser noqueado en dos rounds.
Vino el vendaval en Jamaica (1973) cuando arrasó con Joe Frazier contra todos los pronósticos, vino la noche de Kinshasa (1974) y la polémica de su derrota con Ali, en el octavo, siendo el favorito. Desde “Me drogaron” hasta “me hicieron señas que me quedara un poco más antes de levantarme y cuando lo hice ya era tarde”
El mismo que enfrentó en una noche a cinco rivales diferentes, entre “la risa y la burla” -como reza un tango- de quienes fueron a verlo -Alí incluido, 1975, luego de su derrota en Kishasa, luego de un impensado Waterloo.
No: no es una crónica detallada de sus peleas, es el recuerdo que va y viene, noches y momentos, fragmentos de una película en color editada por las emociones.
Aquella tarde-noche de Las Vegas, junio del 90, cuando noqueó en 2 a Adilson “Maguila” Rodrígues en el Caesars. Estuvimos allí. Compartió la velada con Mike Tyson, que necesitó uno para despachar a Harry Tillman.
Bob Arum, que había dicho que George estaba loco cuando volvió al ring luego de diez años de inactividad, afirmó ahora que era el momento de tomarlo en serio.
Si, momentos, para los que estuvimos en Atlantic City en abril de 1991, cuando perdiendo se robó el show contra el enorme Evander Holyfield. Estuvo a punto de caer en el séptimo, se recuperó, perdió por puntos y bajó ovacionado
Big George, el de las parrillas con nombre propio, el de la sonrisa permanente, el del boxeo relajado del regreso, el que rompió almanaques, el que se retiró con 76 victorias (68 nocauts) y 5 derrotas.
El que se retiró porque tuvo un llamado celestial después de perder con Jimmy Young en 1987 y el que regresó al boxeo una década más tarde, para salvar a su Iglesia. ¿Otro llamado celestial?
El que nació el 10 de enero de 1949, no murió el 21 de marzo de 2025.
Mentira, no murió.
Ha quedado para siempre en el recuerdo de quienes lo conocimos y de los millones que lo admiraron frente a las pantallas de la tele, como el ejemplo vivo y permanente de la fe en sí mismo, del mensaje de que uno puede reinventarse, que nunca es demasiado tarde.
Gracias George. Porque ese ejemplo vale más que muchos nocauts. Es tan firme y sólido como el recuerdo de haberte conocido, más allá de una vieja foto maltratada por el tiempo.