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Gaza atormentará para siempre a Joe Biden – Jacobin Revista

Autor: Sumaya Awad

Ocho bebés en Gaza murieron congelados este mes antes de que se anunciara el fuego anunciado. Mientras tanto, en Washington, D. C., en uno de los últimos actos de Joe Biden como presidente, su administración le pidió al Congreso que autorizara otros 8000 millones de dólares en armas para Israel (que se suman a los 17 900 millones de dólares que Biden ya le entregó desde el 7 de octubre de 2023).

Biden pasó la mayor parte de su vida tratando de cumplir su sueño de convertirse en presidente de los Estados Unidos. Lo logró. Al dejar el cargo, sus manos están empapadas en sangre. Desde su papel clave en la guerra de Estados Unidos contra Irak en 2003 hasta su leal apoyo al genocidio de Israel, será recordado por cientos de millones de personas en todo el mundo por el asesinato en masa oculto tras la estéril jerga diplomática de su administración.

Pasaron quince meses desde que comenzó la ofensiva de Israel en Gaza. El Ministerio de Salud de Gaza informó que al menos 46 006 palestinos murieron durante la invasión aérea y terrestre de la pequeña franja de tierra palestina. Es probable que el número de muertos sea una subestimación drástica. Un estudio de The Lancet publicado a principios de este mes estima que el número de muertes está infravalorado en alrededor de un 41 por ciento. Según las Naciones Unidas (ONU), Israel destruyó nueve de cada diez hogares en Gaza y al menos el 92 por ciento de todas las carreteras fueron destruidas o dañadas. Esto dejó a más de 1,9 millones de palestinos desplazados en Gaza, la mayoría viviendo en tiendas de campaña improvisadas, que son bombardeadas habitualmente por Israel. En uno de esos bombardeos, Israel atacó un hospital de campaña en Deir al-Balah, donde se estaba tratando a decenas de palestinos. Shaban al-Dalou, a quien le faltaban unos días para cumplir 20 años, fue uno de los cuatro pacientes quemados vivos mientras lo atendían, con una vía intravenosa en el brazo, en el campamento de tiendas de campaña del Hospital al-Aqsa.

Casi nueve meses antes de que al-Dalou fuera asesinado, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) emitió un comunicado en el que afirmaba la plausibilidad de que los actos de Israel en Gaza constituyeran un genocidio. Se le dieron a Israel treinta días para cumplir con las medidas establecidas por la CIJ, incluida la exigencia de permitir la entrada de ayuda humanitaria en Gaza. Israel no cumplió y no pasó nada después de vencerse el plazo asignado. De hecho, Biden desestimó por completo la sentencia de la CIJ y siguió entregando a Israel armas por valor de cientos de millones de dólares.

Biden pasó su último año como presidente financiando la destrucción de Gaza y las medidas de limpieza étnica contra dos millones de palestinos. El día dieciocho del asalto de Israel a Gaza, en 2023, cuando más de seis mil palestinos ya habían sido asesinados, casi la mitad de ellos niños, Biden dijo en un discurso televisado: «Estoy seguro de que se ha matado a inocentes, y es el precio de librar una guerra».

En las primeras semanas del ataque de Israel a Gaza en octubre y noviembre de 2023, cuando el número de muertos ascendió a diez mil, la administración de Biden vetó todas y cada una de las resoluciones de la ONU que pedían un alto temporal de los bombardeos. Con cada veto y con cada discurso que redoblaba el apoyo al genocidio de Israel (un término introducido ya en noviembre de 2023), Biden y sus portavoces continuaron pregonando la importancia de las «negociaciones diplomáticas» como la única forma de avanzar. De hecho, después de vetar una propuesta del Consejo de Seguridad de la ONU para una pausa en los combates que permitiera el arribo de ayuda humanitaria crítica a Gaza, la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield, dijo: «Estamos sobre el terreno haciendo el duro trabajo de la diplomacia. Creemos que debemos dejar que esa diplomacia se desarrolle». No se desarrolló mucha diplomacia efectiva bajo la supervisión de Biden, pero sí una espantosa muerte en masa.

La postura belicista de Biden sobre Palestina y su completa sumisión a los caprichos de Israel no supusieron una ruptura con sus anteriores posiciones en política exterior. Quizás uno de los períodos decisivos de su carrera fue el previo a la guerra de Irak de 2003, cuando actuó como el impulsor de la guerra dentro del Partido Demócrata. Como Branko Marcetic escribió para Jacobin en 2019, poco antes de que fuera elegido presidente:

Biden fue uno de los setenta y siete senadores que votaron a favor de darle a Bush la autorización para declarar la guerra a Irak, uniéndose a otros demócratas como Hillary Clinton, Chuck Schumer, Harry Reid y Dianne Feinstein. Veintiún senadores demócratas, entre ellos Dick Durbin, Ron Wyden y Patrick Leahy, votaron en contra. «En cada momento crucial, [el presidente Bush] ha optado por la moderación y la deliberación», dijo Biden en el Senado. «Creo que seguirá haciéndolo. (…) El presidente ha dejado claro que la guerra no es inminente ni inevitable».

Al igual que cuando Biden le mintió al público sobre las pruebas de armas de destrucción masiva en Irak en 2002, también le mintió al público sobre los acontecimientos del 7 de octubre, primero propagando mentiras sobre bebés decapitados y acusaciones de violación, que fueron desmentidas o carecían de pruebas sustanciales (aunque Biden siguió repitiendo las falsas afirmaciones durante muchos meses), y luego afirmando que la ayuda humanitaria era de suma importancia para su administración. En realidad, su secretario de Estado, Antony Blinken, era plenamente consciente de que Israel estaba impidiendo que la ayuda llegara a los palestinos en Gaza y no hizo nada al respecto por temor a que reconocer esta flagrante violación de la ley obligara a Estados Unidos a detener los envíos de armas.

Biden se comprometió a una financiación militar interminable a Israel durante casi dos décadas, específicamente a través de envíos de armas. Como vicepresidente de Barack Obama, Biden viajó personalmente a Israel para asegurar «la mayor promesa individual de asistencia militar» en la historia de Estados Unidos, proporcionándole a Israel 38 000 millones de dólares en financiación militar durante diez años. Esa cifra parece ahora pequeña si se tiene en cuenta la friolera de 17 900 millones de dólares que Biden ledio a Israel en el año posterior al 7 de octubre y los otros 8000 millones de dólares que su administración estuvo tratando de aprobar por el Congreso en su última semana en el cargo.

El movimiento para poner fin al genocidio y lograr un alto el fuego y un embargo de armas a Israel creció de forma desigual pero tremenda en los últimos quince meses. Pero no pudo forzar el fin de la brutalidad contra los palestinos, y a menudo ni siquiera superar los interminables recursos movilizados por el Comité Estadounidense de Asuntos Públicos de Israel y otros grupos proisraelíes contra las voces progresistas que en Estados Unidos que se pronunciaron en contra de la guerra. Estas voces eran demasiado escasas y aisladas dentro del Partido Demócrata, que perdió credibilidad entre grandes franjas de votantes en parte debido a su incapacidad para cumplir con lo que millones de estadounidenses exigían: un alto el fuego. En la campaña electoral, Biden y luego Kamala Harris ignoraron repetidamente, se burlaron abiertamente y le restaron importancia a Gaza y al alto el fuego, a pesar de que múltiples encuestas indicaban que era un tema que preocupaba a muchos votantes en los estados indecisos. De hecho, incluso en sus últimos momentos antes de dejar el cargo, Biden permitió que Donald Trump tome las riendas para lograr un alto el fuego, después de quince meses de permanecer al margen mientras Israel cruzaba cada «línea roja» que él trazaba.

Muchas autopsias de la administración Biden ignorarán o le restarán importancia a su papel en el genocidio de Israel. Pero los palestinos y sus numerosos partidarios en todo el mundo nunca olvidarán sus acciones e inacciones. Biden debería estar atormentado el resto de sus días por los gritos de Gaza.

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Sumaya Awad

Sumaya Awad es directora de estrategia y comunicaciones del Adalah Justice Project y coeditora de Palestine: A Socialist Introduction (Haymarket Books).

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